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martes 05 de noviembre de 2024

“Ante mis ojos, el río se volvió negro”. La historia de los Kurson, en voz del rey de los productos Kosher

Enlace Judío México e Israel – Detrás de Kurson Kosher hay una historia que comienza en Polonia, involucra horrendos hechos históricos y se explica gracias a la tenacidad y el trabajo de varias generaciones de hombres empecinados en alimentar a su gente saludablemente. Jaime Kurson la relata, en entrevista con May Samra.

Si vives en México y observas el Kashrut, seguramente conoces la marca Kurson Kosher. No te será difícil recordar su logotipo y probablemente tengas en el refrigerador algunos de sus productos: carne, pollo, quesos, embutidos… Lo que quizá no sepas es cómo esta marca llegó a ser lo que es, cuál es su origen y qué principios la rigen.

Jaime Kurson es el continuador de una vieja tradición, a la vez que un visionario que ha innovado en su campo para ofrecer a sus clientes productos que hasta hace algunos años eran impensables para ellos, como filete, jamón y tocino ahumado, todos debidamente certificados como productos Kosher.

Jaime Kurson, dueño de Kurson Kosher

“La ideología de nosotros es darle a la gente que coma sano, que coma salubre, que coma salud”, dice detrás de su escritorio Jaime Kurson, que ha recibido en su oficina a Enlace Judío para contarnos la historia de su empresa, que está ligada íntimamente con la historia de su familia.

La Marcha de la Vida se volvió “la Marcha de Mi Vida”

“Esto viene desde mi abuelo, el papá de mi papá, que vivía en Polonia. Él ya trabajaba en la carne. Él le vendía carne al ejército. Y mi papá me contaba que ellos, en su casa, se formaba la gente antes de Shabat para darles jalot y para darles carne.”

Aunque había dejado Polonia a los 13 años, el padre de Jaime, Luis Kurson recordaba su casa, en una propiedad que, según él, era “como el Bosque de Chapultepec.” La verdad, yo no le creía, hasta que fui a la Marcha de la Vida.”

Sobre la marcha en sí, Jaime Kurson no habla este día. En cambio, habla de “la marcha de su vida”, ese viaje que realizó con su padre para escarbar en las raíces de su linaje, y que le permitió constatar que las historias que había escuchado eran ciertas.

“Yo lo que quería encontrar en Polonia eran las tumbas de mi familia, para poder decir Tehilim en las tumbas. La verdad es que no encontré eso. La verdad que fue muy frustrante para mí. Mis abuelitos vivían en Polonia. a, dos horas de Varsovia, una ciudad, un pueblito que se llamaba Grajewo. Y ahí fuimos.”

Pero no bastaba llegar al pueblo: había que encontrar a un habitante lo bastante viejo como para que recordara la ubicación de las casas de los judíos que habían vivido ahí hasta que el genocidio nazi los puso al borde de la extinción.

El abuelito de mi papá era el rabino de la ciudad. Y yo lo que quería encontrar también es el Bet Haknesset (sinagoga). Es muy importante para mí. A ver si en verdad el abuelito de mi papá tenía un templo- y en verdad lo encontramos.”

Para hallarlo, su padre tuvo que tirar de los escasos recuerdos que poseía: una vía férrea y un pozo eran los signos que indicaban la ubicación de su casa en su mapa mental. “Entonces le preguntamos al viejito si él sabe a dónde son las vías del tren y si sabe dónde es el pozo de agua. Y nos dijo que sí, nos llevó y ¡wow!, que encontramos un letrero cerquita de ahí con el apellido de mi papá.”

Ahí, Kurson pudo ver con sus propios ojos aquello de lo que antes había descreído. “Haz de cuenta de que era un Bosque de Chapultepec, así de grande.” Fue tanta la emoción que sintió su padre al reconocer su nombre en aquel trozo de madera, que, según narra ahora Jaime Kurson, comenzó a golpearse la cabeza contra él hasta que le salió sangre.

La sinagoga ya era un cine

También encontraron el local que ocupaba la carnicería de su abuelo, ese primer Kurson que inició el negocio de la carne Kosher, y que luego debería de huir de Polonia y llegar a México para encontrar la paz que se le negaba en su tierra natal. “Hoy por hoy es una pescadería”, dice Jaime Kurson, “venden pescados ahumados.”

Abraham Kurson

Documentos de inmigración de Abraham Kurejwowski o Kurson

Dieron finalmente con la antigua casa de la familia. “Le pedimos a la gente que vive ahí que nos deje entrar y como que se echaron para atrás. ‘No, no, pero ¿por qué?’. ‘Nada más queremos ver.’ Estaban preocupados. A ver si no les quitábamos la casa.”

Pero los Kurson habían ido hasta ahí a recuperar sus recuerdos, no sus propiedades, unas propiedades que, como en el caso de miles de familias judías, fueron robadas en los años que comprenden el auge del nazismo.

“Yo le dije a mi papá: ‘oye, ¿por qué no pedimos el Bet Haknesset?’. Mi papá dice: ‘No, no quiero nada de ellos. No quiero absolutamente nada.’ ¿Qué es hoy el bet Haknesset? Es un cine. Y se puede ver desde el cine que en frente era un Hejal, había un tzion arriba y hoy es un cine y esa es la historia.”

judío en el Holocausto

Al hermano de mi abuela lo cubrieron de chapopote y plumas y lo colgaron en la plaza

Algunos judíos de Europa Central y del Este llegaron a América cuando previeron lo que otros se negaban a admitir: que sus vidas correrían un gran peligro si se quedaban en los países que habían habitado durante siglos, y que uno a uno irían cayendo bajo la tiranía de Hitler y sus huestes.

El abuelo de Jaime Kurson, Abraham fue uno de ellos. Llegó a México en el mismo barco que Israel y  Brenner, que se convirtieron en empresarios famosos y con los que trabajó mucho tiempo. Su idea era establecerse y ver si era factible que su familia lo alcanzara en este país, pero su esposa, la abuela de Jaime, no pudo esperar más.

“Mi abuela salió porque a su hermano lo llenaron de chapopote, le pusieron plumas y lo colgaron del zócalo de ahí. Cuando vio eso, mi abuelita dijo “ni un día, ni un momento, ni un momento más acá’ (…), tomó a sus hijos que estaban ahí y tomó el barco y se vino a México. La verdad es que ella no quería venir a México, quería ir a donde estaban sus parientes, en Chicago, en Estados Unidos, pero en el barco dijeron que ya no recibían más en Estados Unidos, que tenían que bajar en México.”

Así fue como la familia se reunió por fin, al otro lado del Atlántico, en una tierra que los vería volver a prosperar y convertir su apellido en un referente para la comunidad judía, ese distintivo Kurson que representa confianza para quienes comen Kosher.

 

El río de la memoria

Años después, desandando los pasos de sus abuelos, Jaime Kurson realizaría esa “marcha de su vida” en busca de sus raíces, y en ese pueblo polaco del que provenía su padre, luego de comer el mejor herring que había probado, dio con un río. “Mira qué bonito está el río, qué azul”, le dijo al guía en inglés. El anciano que los había llevado hasta ahí, y que solo hablaba polaco, quiso saber entonces de qué estaba hablando Jaime.

Cuando el guía hizo las veces de intérprete, el hombre respondió: “no diría eso si le digo qué pasó en ese río.”

Y lo que pasó, según el anciano, fue que en ese río habían asesinado a infinidad de niños, a cuyos cuerpos habían atado piedras para que se hundieran. “Si tú ahorita te metes ahí adentro”, dijo el hombre, “vas a ver huesos de niños.” Entonces, a los ojos de Jaime Kurson, el río que le había parecido azul y hermoso cambió de apariencia:

“Ya lo veía negro. De veras, lo veía negro. Y me volví a frotar los ojos y lo volví a ver negro. Impresionante.”

Así como el hermoso río se transformó ante sus ojos en un negro caudal de muerte, las tumbas de sus ancestros se habían convertido en casas. “Fui a buscar las tumbas de mi familia y encontré que, en vez de tumbas, eran multifamiliares. Las piedras de las matzevot, hechas multifamiliar, o sea, con esas piedras hicieron un multifamiliar, hicieron edificios, usaron las piedras de ahí para hacer edificios”.

“Ya no pude decir Tehilim.”

Una nueva visión

Luis Kurson siguió los pasos de su padre y fue de los primeros empresarios que atinaron a ofrecer productos Kosher a los judíos de México. Antes, había sido encargado de perecederos en Central de mercados, una cadena que luego sería adquirida por Sumesa.

Eran mediados de los 50, y “había una carnicería Kosher en las calles de Medellín. Había una carnicería Kosher también en Michoacán, en la colonia Hipódromo. El rabino en ese entonces era el rabino Rafaelín de la Kehilá Ashkenazi. Él es el que llevaba todo el el programa Kosher en México.”

Pero la comunidad creció, prosperó y, poco a poco, dejó el centro del a Ciudad de México para poblar Polanco, Tecamachalco, Bosques de las Lomas y otros suburbios del occidente metropolitano, donde hoy se avecinda la gran mayoría.

También creció el negocio de los productos Kosher. Jaime, heredero de ese apellido Kurson que llegó desde Polonia a mediados del siglo pasado, ha sabido continuar con la tradición pero también darle una nueva vida.

Para ver la entrevista completa:

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío

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