Enlace Judío – Desde que comencé el estudio de la cultura y el arte en el judaísmo, siempre me llamó la atención el concepto de las fiestas. A lo largo de mis años de especialización me di cuenta de que las cenas y las reuniones religiosas tenían una dimensión profunda en la parte social. Si repasamos la historia del judaísmo, nos damos cuenta que las fiestas funcionan como el ente amalgamador que conjunta a la familia y a la comunidad.
En lo personal, provengo de una familia con raíces judías que mantuvo su esencia e identidad particular a través de la comida, ya fuera en los rituales alrededor de Pésaj, o de platillos especiales que se comían en ciertos días del año. Quizá por eso tengo tanto cariño a la comida, ya que no solamente es la experiencia gastronómica, sino el elemento cohesionador de una identidad y, en tiempos más antiguos, el referente distintivo religioso.
Otra dimensión histórica más profunda puede revelarnos el origen antiguo de las grandes fiestas religiosas. En el caso del mundo nórdico y celta tenemos la noche de Samaín, momento de reunión y de intercambio comunitario de víveres para pasar el invierno. Esta distintiva fiesta llamada también “de las piras”, invitaba a un trueque que permitiera la subsistencia de todas las familias que conformaban una sociedad.
Aunque la noche de Samaín se transformó en un fenómeno conocido como Halloween, aún sigue manteniendo su forma antigua en muchos pueblos del norte de Europa. La natividad cristiana tiene un origen parecido. Las fiestas romanas de las Saturnalias representaban las noches que precedían a los momentos más fríos y críticos del año. En una época donde el invierno era una amenaza generalizada, los humanos aprendimos a reunirnos alrededor del fuego y de la comida.
Y en esa línea se desarrolla todo el complejo sistema de las llamadas “fiestas mayores” en el judaísmo. Además de la dimensión religiosa y personal que claramente tienen estas fiestas, las cenas y comidas que van desde el primer día de Rosh Hashaná hasta la culminación de Simjat Torá constituyen un momento de reflexión, de reunión y por supuesto, de celebración personal, familiar y comunitaria.
Es impresionante el hecho de que a lo largo de tantos siglos, las fiestas mayores quedaran como el compendio anual de la conmemoración. Histórica y culturalmente, el judaísmo ha dado fuerza y peso a considerar un tiempo para rezar, pedir perdón, perdonar y comer.
Al repasar la historia del arte en el judaísmo, nos damos cuenta que la conmemoración de Rosh Hashaná siempre ocupó un lugar importante en la representación estética del pueblo judío, aún en tiempos difíciles. Una de las primeras representaciones se encuentra en el mosaico del pavimento de la antigua sinagoga de Huldah, Israel (Figura 1).
Datado como un mosaico judío del periodo bizantino, la imagen representa una Menorá junto con las especies de la fiesta se Sucot y un Shofar; además una inscripción en griego que se traduce como “bendiciones a las naciones”. Es importante mencionar que el uso de dichos elementos como el Shofar y los Arba Minim aparecieron juntos en mosaicos y pinturas dentro de las sinagogas del Medio Oriente durante los siglos III al VI de la era común. Este aspecto nos remite a la fuerte concepción de un periodo de fiestas que comenzaba en Rosh Hashaná y se extendía hasta Sucot.
Ya entrada la Edad Media, las muestras artísticas son fascinantes. Dos manuscritos judíos datados del siglo XIII y resguardados en la Alliance Israelite de París, muestran a dos figuras humanas tocando el Shofar. La primera presenta un hombre vestido a la usanza medieval con medias rojas, zapatos negros y una túnica verde que también se cubre con un talit, (Figura 2).
La pierna sobre un banco nos invita a pensar en el esfuerzo para tocar el shofar, mismo que se resalta en las mejillas rosadas del personaje. Del mismo acervo y periodo histórico es una escena similar pero, en esta ocasión, el personaje tiene cuerpo de humano y cabeza de pájaro, iconografía que nos remite directamente a la famosa Hagadá de los Pajaritos, del año 1300.
Este personaje porta un sombrero rojo que era el distintivo discriminador que las monarquías europeas forzaban a usar a la población masculina ashkenazí, (Figura 3).
Una escena agridulce que muestra un momento de sometimiento y abuso a través del sombrero y, por otro lado, la añoranza de la libertad en la figura del pájaro que debe volar por los aires como el sonido del shofar.
Un manuscrito renacentista italiano fechado hacia 1470 muestra una pareja en el Kidush del Séder de Rosh Hashaná, en cuya mesa también se encuentran las granadas y las uvas.
La presencia del origen agrícola de la fiesta se nos presenta cotidiano en la mesa de esta pareja. Del siglo XVII, se conserva un grabado que contiene a un grupo de mujeres y hombres en el rezo del Tashlij. La escena está cargada de iconografía, las personas portan ropas que podemos identificar como indumentaria sefaradí, aspecto que muestra la continuidad de la vida judeo-hispánica después del edicto de expulsión de 1492.
El río que aparece en la imagen es elemento importante para la contextualización del Tashlij e incluso los peces nos remiten a la enseñanza talmúdica de ser cabeza de pez; una cabeza de pez en Rosh Hashaná, que es uno de los Simanim en la mesa de algunas casas judías durante estas fiestas.
También de la comunidad sefardí holandesa, proviene un grabado de inicios del siglo XVIII de la autoría de Bernard Picart en el que se muestra a un grupo de hombres con talit sentados alrededor de la Bimá de la gran Snoga de Ámsterdam mientras uno de ellos toca el Shofar. El nivel de detalle dentro de la composición nos invita a pensar la sinagoga llena cuando dirigimos la vista al plano posterior en la que se aprecian varios hombres sentados en la planta baja y un grupo considerable de mujeres tras la Mejitzá del primer nivel. }
Finalmente en este recorrido por el tiempo y el arte, una pintura de Aleksander Gierymski titulada “La Fiesta de las trompetas” presenta el mismo rezo del Tashlij pero en una comunidad judía, probablemente de alguna de las zonas que incluyeron el Imperio Ruso.
El realismo del atardecer y su reflejo en el agua transmite un sentimiento de tranquilidad y reflexión. En oposición a la escena de Gierymski, Marc Chagall pintó en 1915 un lienzo titulado “Le Shofar”, donde muestra un espacio que probablemente sería el Hejal de alguna sinagoga en donde cuatro hombres se presentan con suma alegría. Dos de ellos cargan los rollos de la Torá y uno de ellos toca sonriente el Shofar. De esta manera los mismos símbolos que desde la antigüedad se representaban en las sinagogas son tomados por Chagall para su composición fauvista que contempla las fiestas mayores.
Hoy, después de la pandemia, podemos reunirnos con nuestras familias para conmemorar un año nuevo con la esperanza de que sea más dulce y más bueno. Los elementos religiosos representados en la antigüedad han pervivido hasta el presente, y no solo en el arte sino en cada una de nuestras mesas, mismas que contienen la comida heredada de generación en generación. Hoy podemos celebrar libres del fantasma de la pandemia que, aunque no ha terminado, atormenta un poco menos. También celebramos libres de la persecución y podemos desearnos “anyada buena y clara”.
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