Enlace Judío – Durante los últimos seis meses, leí intermitentemente el compendio de Cuentos de Isaac Bashevis Singer. Si estaba aburrido, abrumado o cansado, tenía la seguridad que al abrir el libro tendría un entretenimiento garantizado. Con historias recolectadas por él mismo, la colección de 900 páginas captura y celebra el folclor ídish como sólo Singer lo sabía hacer.
Al otorgar el Premio Nobel de Literatura a Bashevis Singer en 1978 el jurado justificó su decisión haciendo alusión al poder narrativo del autor que tenía raíces en una “tradición cultural polaco-judía, dando vida a las condiciones humanas universales”.
Juzgando por sus cuentos, al jurado no le faltó razón: los que dicen que leer es como viajar probablemente se refieren a narraciones como las de Singer, que a través de una ambientación ejemplar transporta al lector a los lugares que relata.
Las historias de la colección van desde pequeños shetls en Polonia del siglo XVIII hasta el Lower East Side del Nueva York judío en el siglo XX, pasando por Kiev, Varsovia, Miami y Tel Aviv, reflejando las características de cada localización. Los cuentos son tan variados como las ubicaciones: el compendio es una mezcla de crónicas humorísticas, puntos políticos, trabajos históricos y relatos fantásticos. Sin embargo, todos están unidos por la cultura ídish impregnada en toda la narrativa.
“Para mi la lengua ídish y la personalidad de aquellos que lo hablaban era idéntico” dijo Singer una vez. Tal vez por ello sólo bastan unos pocos renglones de leer sus relatos para sentir que conocemos íntimamente a los personajes que nos presenta. No importa si están poseídos por un dybbuk (espíritu maligno), si son escritores desolados o personas tratando de escapar de la soledad, Bashevis Singer — como el gran maestro del folclor — nos hace empatizar con las figuras que nos presenta.
Con Singer siempre hay algo misterioso. Triunfa en ese espacio. Creo que ahí apuntaban los jueces del Nobel cuando hablaban de la universalidad en Singer. Las almas perdidas del shtetl con miedo a lo desconocido, sea la muerte, la modernidad o la asimilación, es algo que todas las personas compartimos. Sin importar el estilo de vida o época, las preguntas eternas son comunes a cualquier humano.
Quizá el mayor logro del libro es la gran tragedia que no se atreve a tocar. El estilo de vida relatado en la mayoría de sus cuentos ya no existe, pero no desapareció por ósmosis. El ídish, la cultura de los shtetls y la vida judeo-polaca con todo su folclor fueron asesinadas en el Holocausto, del que Singer no habla. En un libro en el que los personajes lidian con el duelo en prácticamente todos los relatos, el mayor de ellos es el subyacente: el luto por una cultura en extinción.
Singer escribe sobre lo que dejó atrás y nunca volverá a ver. “Sabía que nunca volvería a venir por aquí y que Varsovia, Polonia, el Club de Escritores, mi madre, mi hermano Moishe y las mujeres que estaban cerca de mí habían pasado a la esfera de la memoria. Eran fantasmas incluso cuando yo todavía estaba con ellos. Mucho antes de haber oído hablar de Berkeley y Kant, yo sentí aquello que llamamos realidad no tenía otra sustancia que la formada en nuestras mentes. Yo era, se podría decir, un solipsista mucho antes de haber oído hablar de la palabra” relata el personaje principal de Amor y Exilio, tal vez como un alter ego del autor.
La popular cantante Taylor Swift dice que “un cuento que se convierte en folclor es uno que se transmite y se susurra. Las líneas entre la fantasía y la realidad se difuminan y los límites entre la verdad y la ficción se vuelven casi imperceptibles. La especulación, con el tiempo, se convierte en realidad. Mitos, historias de fantasmas y fábulas. Cuentos de hadas y parábolas. Chisme y leyenda. Los secretos de alguien escritos en el cielo para que todos los vean”.
En su colección de cuentos, Bashevis Singer cumple con esa definición más de cuarenta veces: al menos con una característica por cada relato.
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