Enlace Judío- “Los grandes están a 250 dirhams (25 dólares), no hay negociación, y los pequeños te los puedo dejar a 75 dírhams” dice Isaac Ohayon, el dueño de la pequeña tlapalería que es nuestra primera parada en el Mellah (barrio judío). “Precio de mayoreo, ¿cuántos quieres?”
Y de entre los tornillos, los botes de pintura, la tubería de todo tipo, las brochas y las lijas, salen de una bolsa polvosa los accesorios rituales indispensables para las festividades de Rosh Hashaná y Yom Kipur: los Shofarot (plural de Shofar). Porque es con el sonido de estos cuernos de carnero que el Pueblo de Israel clama a Dios.
Animada por la oferta, compro 10 cuernos, que más adelante, engalanarán una vitrina estilo Luis XV en México.
La escena de la tlapalería solo puede suceder en una de las ciudades más surrealistas de Marruecos; Marrakesh. Una ciudad donde el color de las paredes, los aromas de las especies y el estruendo de la vida con todos sus decibeles te asaltan hasta el mareo. El esplendor del Medio Oriente contrasta con la pobreza: no importa que las bocas estén desdentadas si la sonrisa es permanente. En las calles, tanto te puede atropellar un burro como una motocicleta. Y cuando, en el mercado, un hombre te deposita, con una sonrisa, una serpiente en el brazo, entiendes que estás en Oriente.
Añade al surrealismo el hecho de que hoy es el 15 de septiembre y que, a nuestro paseo por el Mellah, se unen dos empresarios y agricultores mexicanos, Erick y Josué, quienes esperan sembrar berries y aguacate en suelo marroquí, aprovechando los incentivos económicos que ofrece el gobierno.
Ellos lanzan gritos de “Viva México” a través de las callejuelas del viejo barrio judío, el mundo perdido de los judíos marroquíes exiliados, un mundo de una riqueza monumental, un patrimonio cultural que los mismos judíos no acaban de descubrir en su totalidad.
Moisés Amselem, presidente de la Asociación Judía Marroquí en México, es nuestro guía en esta aventura, cuyo destino es el Foro Económico de Dakhlah, en el Sahara.
Estas paredes, estas calejuelas, albergan siglos de convivencia fraternal de los judíos con sus vecinos musulmanes. Siglos de fe genuina que han vuelto santos algunos rabinos y han hecho de sus tumbas lugares de peregrinación.
Leyendas y milagros desconocidos que apenas salen a la luz. Legado de conocimiento y de estudios judaicos que incluso hoy sigue nutriendo el acervo religioso de nuestro pueblo. Tradiciones propias del ciclo judío, que celebran la vida, llenas de color, de canto y de alegría se siguen realizando, aún en Los Ángeles, París o Río de Janeiro.
El exilio se resume en unos números, que en otro artículo detallaremos. En los años 40-50, hubo 35,000 judíos y 34 sinagogas marroquíes en Marrakesh; hoy, son 130 personas y un templo funcionando, generalmente sin Minián.
A la vez, hubo 350,000 judíos en todo Marruecos; hoy quedan 3,500.
Aún así, es probablemente la mayor cantidad de judíos que viven en cualquier país árabe musulmán, que alguna vez contó con una comunidad judía.
En los países europeos que quedaron Juden Frei, muchas comunidades judías se volvieron a constituir después de los acuerdos post guerra. Sin embargo, en el Medio Oriente, la llaga del odio no se cierra, y la presencia de Israel es una provocación que, inoculada por una propaganda antisionista, no permitió el regreso de los judíos. Además de que varias naciones se volvieron estados fallidos, destruidos por guerras fratricidas.
Marruecos es una excepción. Sigue habiendo cariño por el país, judíos residentes y retorno -aunque transitorio- de los exiliados .
Finalmente, en los anales de mis viajes, puedo anotar que, un día, compré 10 Shofarim en una tlapalería.
Y que luego, los michoacanos y yo nos dirigimos a la peluquería a comprar un Tefilín.
Dato curioso para concluir: los mejores Etroguim del mundo (una fruta derivada del limón que se utiliza como elemento ritual en la festividad de Sucot) son de Marruecos. Quise comprar uno pero ninguna verdulería los tenía en existencia.
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