Las llaves de Sefarad: el amor entre Jacinto Toryho y Rosa Zimmerman

Enlace Judío- Las vivencias que me encuentro escribiendo podrían ocupar extensamente el guion de una película de aventuras de Hollywood, puesto que retrotrae a un periodo histórico plagado de luchadores, empatía y lograr lo irrealizable. Una peculiar historia basada en el entendimiento, el cariño, la literatura y la revolución. Dos serán nuestros protagonistas: Jacinto Toryho y Rosa Zimmerman.

Por Carlos Coca*

Jacinto Toryho era natural de Villanueva del Campo. Destacó en el periodismo, durante la II República y la Guerra Civil Española, teniendo una participación capital en la gestión revolucionaria de Barcelona por medio de las organizaciones ácratas CNT, FAI y FIJL. El zamorano, convertido en uno de los máximos dirigentes del anarquismo español, puso su voz, su firma y sus esfuerzos al servicio de aquella intensa transformación social.

Rosa Zimmerman procedía de una familia judía originaria de Odessa. La familia, tras el inicio de la Revolución Rusa en 1917, se vio obligada a abandonar la ciudad ucraniana, para terminar asentándose en Barcelona, tras deambular por varios países europeos. Rosa era políglota y entró a trabajar en los servicios de traducción de la oficina de prensa e información de la CNT-FAI durante la guerra, lugar donde conoció a Toryho. Ese dominio de varios idiomas, haría que Rosa actuara también como espía para los anarquistas catalanes, controlando las conversaciones telefónicas que mantenían los diplomáticos rusos del consulado, Antónov-Ovséyenko y Rosemberg, en su lengua natal sin sospechar absolutamente nada.

Jóvenes leyendo la Soli

Asimismo, Toryho se responsabilizó, en la ciudad condal, de los servicios de propaganda libertaria durante la contienda y fue director del popular diario “Solidaridad Obrera”. Zimmerman ingresaría también en la redacción. Y por aquellas instalaciones, pasaría un nutrido elenco de intelectuales: John Dos Passos, Pau Casals, Berta Gamboa, Lluís Companys, Ángel Pestaña, Eduardo Barriobero, Mercedes Comaposada, Baltasar Lobo, Federica Montseny, Lucía Sánchez Saornil, y un larguísimo etcétera. Resulta fascinante comprobar el largo listado de literatos, artistas y músicos vinculados a las actividades del movimiento libertario ibérico.

Igualmente, la pareja tuvo relación o cultivó la amistad, en su estancia barcelonesa, con varios judíos distinguidos dentro del mundo de la cultura: Emma Goldman, Carl Einstein, Simone Weil, Rudolf Rocker, Iliá Ehrenburg, Anita Brenner, o Waldo Frank. Y por supuesto, León Felipe, el poeta español que años después narraría las atrocidades del Holocausto, su gran amigo y confidente.

 

Terminada la guerra llegó el destierro. Primero, Francia, parada donde sufrieron otra vez los horrores del nazismo, siempre acechando sus vidas (Elisa Sagalevich, madre de Rosa, murió en el campo de Auschwitz, según señala su biógrafo Miguel Fernández); y después, Cuba, la puerta de entrada a un nuevo continente, y a la cual llegaron a bordo del vapor británico “Orbita”, junto a otros 350 judíos alemanes refugiados. Nueva York sería su siguiente destino. Y Argentina el fin de su particular éxodo.

La tragedia española del exilio se había iniciado cinco siglos antes, cuando los judíos españoles, los sefardíes, tuvieron que abandonar obligados sus casas y partir al extranjero. Muchos de aquellos compatriotas, que tenían al ladino como lengua, tomaron las llaves de sus moradas, conservándolas durante décadas con la convicción de poder algún día retornar y acceder con ellas a sus queridos hogares.

Nunca lo hicieron.

Y casi 500 años después, miles de españoles antifascistas fueron forzados a dejar la patria.

Entre ellos estaban Jacinto y Rosa, aunque ahora con la enorme diferencia de no portar ninguna llave. No albergaban esperanza. Sabían que mientras en España hubiera dictadura nunca podrían regresar. Atrás dejaban sueños, lugares y la utopía de la Revolución social derrotada.

Ambos se instalaron en Nueva York, auspiciados por su buen amigo, el hispanista y sefardí norteamericano Waldo Frank. Allí, estuvieron un tiempo. Tomaron contacto con la comunidad hebrea neoyorkina, algunos fueron: Arthur Sulzberger, director del diario “The New York Times”, quien enseñaría a Toryho la redacción y la rotativa de este importantísimo periódico, llegando a proponerle trabajar en el mismo; un reputado filólogo, Maír José Bernadete, profesor en el Brooklyn College; y Federico de Onís, escritor novecentista, crítico literario y filosefardita.

Rosa y Jacinto conformaron una familia, alejada de todo conservadurismo, enlazando dos culturas diversas entre sí, pero dando como resultado una simbiosis fraterna. Hoy, varias décadas después, ese concepto del amor y la convivencia sincera sigue siendo muy moderno, hasta adelantado a nuestra época.

En un mundo, el nuestro, donde el dinero, el poder y el placer inmediato organizan nuestras vidas. Y en esta sociedad de las prisas, escasa en valores en pos del bien colectivo que normaliza, por ejemplo, el no interesarnos por los ancianos, por las amistades, por la cultura, o por nuestro entorno más cercano. Encontrar referentes honestos, cercanos a nosotros tanto en tiempo histórico como geográficamente, puede ser una genial opción en una sociedad tan falta de idealistas. El conocimiento convertido en la llave hacia algo mejor, como aquellos libertarios y judíos que, pese a sus numerosos errores, decidieron cambiarlo todo solidariamente. Buscaron unirse y compartir.

Jacinto Toryho le abrió a su pareja las puertas a la libertad de pensamiento, al cuidado del individuo englobado dentro de los postulados filosóficos libertarios; y Rosa Zimmerman, presentó el mundo judío al zamorano, una gran familia universal. Resultado de esa unión, el periodista redactó un interesantísimo escrito. El artículo fue publicado en el periódico “España Libre”, el 13 de septiembre de 1940, gestionado por las Sociedades Hispánicas Confederadas (SHC) de Nueva York. En homenaje a los dos, lo reproducimos íntegro a continuación.

Comunidad de Idioma y de Sentimientos. LOS SEFARDITAS EN NEW YORK

Por Jacinto TORYHO

Una característica de lo español es esta cierta propensión al abandono. ¡Algo que va en la sangre! Propensión al abandono, a la indiferencia, al olvido. Así se explica nuestro ayer histórico y nuestro presente. No exageraríamos si dijésemos que la raíz de la decadencia española parte de ahí. Por indiferencia hemos dejado hacer. Por abandono nos quedamos atrás. Y, puestos a olvidar, hemos olvidados que poseemos un instrumento poderoso de influencia espiritual: nuestro idioma, que veintiún países cultivan con acendrado amor…

Lo que puede el idioma, lo que vale, su soberanía sobre todas las gamas del vivir como vehículo de civilización y de emociones, helo apreciado en ocasiones varias. Recientemente, durante los oficios religiosos de una sinagoga sefardí, en Brooklyn. En la conmemoración de cuantas persecuciones ha padecido el pueblo hebreo, desde la huida a Egipto, la destrucción del Templo, etc. hasta las de estos tiempos, estuve presente a título de oyente interesado. Interesado en escuchar. Y oí rezar y cantar en castellano viejo, en castellano de leyenda, en un castellano con sabor de siglos.

Fue aquello para mí más que una ceremonia, más que un rito. Fue la expresión de una hispanidad perpetuada a través de siglos por los descendientes de quienes, víctimas del furor sectario de la Iglesia Romana, hubieron de salir de España a la aventura en colectivo éxodo. Ni el tiempo con su pátina inexorable, ni las vicisitudes dolorosas, ni el contacto con otros pueblos, ha sido capaz de hacer olvidar a los sefarditas su procedencia, su origen netamente español. Conservan el idioma, las virtudes y defectos del español

He ahí un fenómeno digno de cuidadoso estudio. Que no es la rutina lo que en ellos ejerce funciones de perennidad, sino algo profundamente sentido e intensamente amado. España fue su tierra de promisión. Con el sudor de su frente regáronla los que se dedicaron a la agricultura. Ellos la elevaron a la cabeza de los países industriales de la época, con sus fábricas textiles de Béjar, Segovia, Palencia, Medina, Toledo, por lo que en pago recibieron más tarde terrible conminatoria de destierro o apostasía.

En España los hebreos echaron raíz. No fueron planta inadaptable que apenas araña la superficie. Calaron hondo, asimilándose nuestra idiosincrasia. Contribuyeron como el que más al enriquecimiento del país y no hubo empresa hispánica de relieve a la que ellos dejaran de aportar su esfuerzo. España era su tierra. Y por serlo la recordaron con añoranza en el exilio, mantuvieron sus tradiciones y peculiaridades e hicieron de la lengua del Arcipreste y Don Quijote la suya propia.

Entre la colonia española agrupada en torno a SHC y la colonia sefardita neoyorquina no existe relación. Y debiera crearse. Poseen entrambas identidad de espíritu liberal, españolidad, coincidencia política y comunidad de lenguaje. Aquella, edita semanalmente “España Libre”; ésta, “La Vara”, las dos en castellano. Con caracteres ladinos el uno; hebreo, el otro, pero en español. Ambos son órganos de la España en destierro. “La Vara” es la España de 1492, la que expulsada por la Inquisición salió a probar fortuna, sin renegar jamás de su nombre. “España Libre” es la contemporánea: la que hubo de huir hace año y medio empujada por otra Inquisición más criminal. Han transcurrido siglos y la escena es la misma con los mismos personajes en pie. En verdad la Historia, al uso se repite, lo parece.

A veces una estación, coincidentes ideas, semilla dejada al viento con emoción. Abonado está el campo en ambas hojas. Unir todo lo español liberal y antifascista a beneficio de los que todo lo dieron por una España antiinquisitorial, libre, nueva, es deber de cuantos sentimos esa necesidad. Y establecer un lazo de amistad fraterna entre judíos españoles y españoles no judíos, unos y otros amantes de la libertad, también.

El cristal del lago lo ha roto este artículo. Ahora, que de las ondas surja algo fecundo…

Esta nota fue publicada en https://serhistorico.net/.  La reproducimos con el permiso del autor.

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