Al morir Albert, el líder de la comunidad, quedan 4 judíos en Damasco. Entrevistamos a su hermano

Enlace Judío México e Israel – Hace casi un mes murió en Damasco el líder de los judíos de Siria, uno de los cinco que quedaban vivos. Su hermano vive en México y, desde su casa, nos cuenta la historia de su familia, en exclusiva.

“Acaba de hablarme mi hermana, pero está atarantada, se quedó sola y no hay manera de arreglar las cosas”, se lamenta Isaac Cameo, cuyo hermano Albert, uno de los últimos cinco judíos que quedaban en Damasco, Siria, y presidente de la ya casi extinta comunidad, falleció hace casi un mes.

“Ellos fueron hace como un mes a la embajada de México y les dieron visa”, narra en exclusiva para Enlace Judío, desde la capital de este país, a donde sus hermanos no lograron llegar. “Estuvieron unos días allá en Beirut y regresaron a Al Sham (Damasco), yo creo que hizo el coche hora y media, dos horas (…), y allá (mi hermano) se sintió mal.”

Albert Cameo corrió con la misma suerte que otros judíos a quienes su hermano se refiere ahora: “No sé si los están matando o qué pasa: ¡duraron un día!”, en el hospital. “¡No puede ser que duran un día y se… Pasó con tres, cuatro personas.”

Rachel y Albert Cameo en un documental de la BBC

Los judíos de Damasco

Alguna vez vivieron en Damasco cerca de 40,000 judíos. Las subsecuentes guerras, los conflictos surgidos en Medio Oriente a partir de la proclamación de la Independencia israelí y, más recientemente, la guerra intestina que ha devastado Siria, expulsaron a casi todos. Albert Cameo, sin embargo, se quedó, y por mucho tiempo dedicó sus fuerzas al fútil empeño de conservar el patrimonio judío.

“Los knis se caían a pedazos”, narra su hermano. También había que conservar los cementerios, los objetos y toda la evidencia material de una herencia antiquísima que, ahora, se encuentra prácticamente condenada a la desaparición. Apenas quedan cuatro judíos vivos en Damasco.

Albert Cameo aprendió a luchar por los suyos y por su herencia desde que Siria se volvió un territorio abiertamente hostil para los judíos. Su padre le dio el ejemplo.

En 1948, “hicieron el embargo al comercio judío”, en Damasco, cuenta Isaac Cameo, “no puedes comprar ni vender a los judíos”. La solución que encontró la comunidad judía fue crear su propia moneda: “un cartón con un maguén David”, que sirvió para reactivar el comercio, al menos entre miembros de la comunidad.

Pero una noche, el servicio secreto sirio realizó una redada en la que capturó a 300 judíos, los encerró en una habitación, con un solo baño para todos. “Agarraron a mi papá y agarraron a mi hermano. Tocaron el timbre como a las cuatro de la mañana” y se los llevaron presos, a una mazmorra subterránea, acusados de sionismo.

Según cuenta ahora, más de siete décadas después, a su padre le hicieron un juicio militar y estuvo preso tres meses. Luego comprobó que había ayudado con dinero a la causa palestina (obligado por el mismo gobierno mediante un impuesto), y al fin fue liberado.

Algunos judíos lograron llegar Beirut y, desde ahí, a Israel. Muchos otros corrieron con menos suerte. Cameo recuerda que hace años, cuando visitó Damasco, conversó con gente que, de joven, había intentado refugiarse en Beirut, solo para ser detenida y literalmente arrastrada de vuelta. “Los ataban de las manos y tenían que correr detrás del auto para no ser arrastrados”, reconstruye.

Un éxodo hacia México

Isaac Cameo estuvo entre quienes lograron llegar a Israel, un país recién fundado, en el que encontró a otros judíos que, como él, escapaban del horror y sus múltiples rostros. “Había gente de Hungría, había gente de Polonia, había gente de Marruecos, había gente del Yemen, había gente de Beirut, de todos lados…”. Tenía 13 años.

Israel fue un refugio pero también una estación en su odisea personal, que incluyó, años después, el servicio militar, la guerra del ’56 y, ya liberado de la obligación militar, el desempleo. “Agarraba un trabajo de albañil, agarraba un trabajo de engrasar coches y cambiarles el aceite, y en el campo… Y después llegamos aquí, al Mexique.

Pero antes había que pasar por París. Cameo recuerda la historia con humor, mientras la entrevista transcurre, su rostro recupera el júbilo, sus ojos rebuscan en esa parte de su pasado para encontrar motivos de alegría, y describe su breve estancia en la capital francesa, su visita a la Torre Eiffel y lo poco que pudo hacer con los cinco dólares que había reservado para ello, de un total de apenas diez que había podido llevar consigo desde Israel, ocultos en el zapato.

Una vez en México, Cameo conoció a la que sería su esposa tres meses más tarde. “Nos fuimos de luna de miel a Acapulco”, recuerda sonriendo, y “me dieron cinco mil pesos de dote”, con los que, entre otras cosas, se compró una televisión y un tocadiscos. No hablaba español y apenas se preparaba para abrirse paso en este país, entonces extraño, en el que permanecería desde entonces, lejos del caótico Damasco en el que su hermano moriría décadas más tarde.

Las aventuras de un inmigrante

Aquellos primeros años de su vida en México fueron austeros. La llegada de su primer hijo lo sorprendió en la pobreza. No había dinero ni para la cuna, así que él y su esposa forraron un huacal y lo adaptaron para que ahí durmiera el recién nacido. Su primer empleo se lo dio su suegro, en una tienda de telas, y todos los días debía tomar el autobús Juárez-Loreto, que hacía dos horas desde el centro, donde estaba su trabajo, hasta Polanco, donde vivía.

“Después empecé a hacer camisas. Mi cuñado me llevó, me dieron crédito de cinco mil pesos, me dieron cinco mil pesos de popelina, porque no había otra tela, me salieron dos mil camisas.” En poco tiempo las vendió todas. “Y así, poco a poco, pudimos salir adelante.”

La entrevista continúa. Isaac Cameo abre entonces un álbum de fotos y nos muestra a su familia, a sus padres y hermanos. Señala con el dedo a Albert, muerto en septiembre pasado, y a sí mismo. ¿Es el año 1945? No está seguro. Además de su hermana y él, los personajes de la foto han desaparecido, como esa comunidad judía de Damasco, como las sinagogas de las que solo quedan ruinas.

Ve la entrevista completa en el video adjunto y descubre el talante encantador de este sobreviviente que, generosamente, le abrió las puertas de su casa a Enlace Judío para contarnos su historia, una de las tantas que se esconden detrás de la comunidad judía de origen sirio que encontraron en México la oportunidad de salir adelante.


Entrevista: May Samra

Redacción: Bela Braun

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío.

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