Enlace Judío México e Israel – Kamea, la compañía israelí de danza más exitosa del mundo, se presentó en el Festival Cervantino el 18 de octubre con una obra que es producto del azar, tanto como del talento y el compromiso de su creador, el coreógrafo Tamir Ginz. Conversamos con él, en exclusiva.
Durante la Segunda Guerra Mundial, un hombre alemán común fue designado para realizar un trabajo que marcaría su vida: conducir los trenes que llevaban a los judíos hacia los campos de exterminio.
El peso de aquella carga se instaló en su mente como una sombra que no podía disiparse.
Por eso le pidió a su hijo, Arno Gerlach, que dedicara su vida a ayudar a los judíos y, sobre todo, a reconciliarlos con los alemanes y con los cristianos. Gerlach no olvidó la encomienda y, muchos años más tarde, ya al frente del Coro de Cámara de Kent, en Wuppertal, tuvo una idea que germinaría en una obra de arte poderosa.
Pero para que eso fuera posible, el destino de Gerlach debía cruzarse, ni más ni menos, con el del hijo de un sobreviviente de los campos, el coreógrafo israelí Tamir Ginz, cuya compañía de danza Kamea presentó Matthaüs-Passion-2727 en el mítico Festival Cervantino de la ciudad de Guanajuato, México, el pasado 18 de octubre.
Tamir Ginz, hijo de sobreviviente del Holocausto
“Mi padre fue un sobreviviente del Holocausto. Murió hace dos años y yo estaba muy apegado a él y a sus recuerdos”, narra para Enlace Judío el propio Ginz, en una entrevista que nos llevará por el tiempo y el espacio como si fuéramos al mismo tiempo los bailarines y los espectadores de una función de danza entretejida con los misterios de la experiencia humana.
“Los padres de mi madre volaron desde Europa justo antes de que comenzara la guerra, así que, de cierta forma, ella tampoco tenía más familia porque solo sus padres vinieron a Israel. Ella nació en Israel. Entonces, fue afortunada. Y mi padre, de Hungría, de Debrecen, fue llevado de niño al gueto, y de ahí al campo de concentración de Mauthausen.”
Con ese humor negro que no le es ajeno a los judíos, el padre de Ginz solía decir que tanto su educación básica como su bar mitzvá habían sido una cortesía de Hitler. “Un chiste terrible”, reconoce, “pero muestra el dolor de perder su infancia, de no tener una infancia porque, de niño y hasta la adolescencia, no tuvo una vida y fue humillado, abusado y pobre.”
Pero para que ahora, décadas después, el hijo de aquel niño pueda conversar con nosotros y contarnos una historia de éxito que lo ha llevado a recorrer el mundo, al frente de una de las compañías de danza más exitosas de Israel, se necesito coraje y, claro, también mucha suerte.
“Por ejemplo, cuando (mi padre) estaba en un tren que se dirigía a la última parada, los aliados bombardearon el tren en el que lo trasladaban. Entonces, la buena fortuna lo salvó muchas veces. También fue un guerrero de niño. Siempre se las arreglaba para comer y para vivir. Yo crecí con esas historias, y hasta el día de hoy cargo esa herencia conmigo.”
Ginz inició su carrera como bailarín. Luego fue maestro de danza y, finalmente fundó la compañía Kamea, con la que presentaría, en el Festival Cervantino (y en Guadalajara y Santa Lucía), una versión dancística y resignificada de La Pasión según San Mateo, de Bach.
Una obra en la que los judíos se muestran como los culpables de la muerte de Cristo, un hecho cuyo relato, según el propio Ginz, marcó el inicio del antisemitismo.
El amor y la salvación
Para hacer las paces entre dos pueblos y, de cierta forma, entre dos imaginarios, se necesita que ambas partes se involucren. Quizá por eso Arno Gerlach tuvo la aparentemente descabellada idea de proponerle a los financiadores de su proyecto que buscaran a un judío para crear una obra de danza en torno a La Pasión, esa obra que, como parte importante del repertorio del coro de Kent, él conocía tan bien.
“Y este hombre (…) consiguió que una compañía farmacéutica en Alemania patrocinara una presentación de La Pasión de Mateo, (…). Les dijo “traigamos un coreógrafo israelí. Tomemos esta pieza muy cristiana que encarna el odio hacia los judíos, y pidámosle al coreógrafo que la transforme en una historia de amor entre judíos y cristianos.”
Transformar La Pasión de Mateo
Cuando los representantes de Bayer y el propio Gerlach tocaron a la puerta de Ginz en Be’er Sheva y le propusieron la misión, él no se imaginó lo difícil que sería, como hijo de un sobreviviente del Holocausto, transformar La Pasión de Mateo en una obra que ayudara a sanar las profundas heridas que han dividido históricamente a judíos y cristianos.
“Así que creo que luché contra la idea en mi cabeza durante tres años, y solo pensaba en mi propia historia con mi padre. Y luego encontré la solución porque dije: ‘ahí está la historia de Jesús, pero Dios le dijo a Jesús que tenía que morir, ser sacrificado para tomar sobre sí los pecados del pueblo.”
La colaboración de los judíos que, según el relato, llevaron a Jesús a su muerte, era fundamental para que se cumpliera su destino, uno que se convertiría en la fe y la esperanza de millones de cristianos. “Entonces, ¿quién es la víctima? ¿Jesús, que se convirtió en una superestrella con millones de fans? ¿O Judas, quien cargó con la culpa” y, los judíos, estigmatizados desde entonces? Para Ginz, “ambos somos víctimas diferentes.”
Con la solución en la cabeza, Ginz armó a su ejército de bailarines para montar Matthaüs-Passion-2727, una pieza sobre el destino de dos pueblos que escapa al maniqueísmo para encontrar respuestas profundas.
“Entonces empiezo mi diálogo con Jesús muerto en el suelo y lo termino con la otra víctima, que somos nosotros muertos en el suelo. Y muestro cómo, dos mil años después, todos necesitamos encontrar el amor y la salvación.”
“No somos el centro del universo”
Las historias que Ginz escuchó cuando era niño de la boca de su padre lo convencieron de que “nunca deberías olvidar que tu gente fue perseguida”, pero también de que Israel, su país natal, encarna la posibilidad de permanencia en el mundo de esa gente, de ese pueblo que ha sobrevivido a miles de años de persecución.
“Muy a menudo, especialmente en Israel, los judíos, los israelíes nos sentimos como el centro del universo. Pero solo somos como 19 millones en el mundo. Somos una muy pequeña minoría, así que deberíamos de estar juntos y mantenernos a salvo unos a los otros y no dividirnos en izquierda o derecha o por diferencias de opiniones.”
Esa necesidad, según Ginz, debe incluir a la Diáspora, “como la gente de México; deberíamos de pensar siempre en Israel y conservarlo como un país sionista porque Israel es el embajador de todos los judíos del mundo, es la voz que mantiene a salvo a los judíos. Sabes que hay un lugar donde serán defendidos en caso necesario.”
Como sionista convencido, Ginz también cree que su misión como artista es “enseñarle a las personas la bondad de Israel, la belleza de lo que tenemos dentro en nuestro espíritu. Así no solo escucharán las noticias y la comunicación engañosa sobre el conflicto con los palestinos. Y podrán ver que somos un pueblo hermoso y una religión hermosa que busca la paz, el amor y la comprensión.”
Con esa visión llegó a México Ginz para mostrar su última pieza
Y pese a las diferencias culturales entre este país y el suyo, el coreógrafo parece complacido con las similitudes. “En Israel, la gente es muy cálida y afectiva, muy abierta, muy física, muy ruidosa y muy emocional, con un montón de lenguaje corporal y, bueno, somos mucho menos restringidos que por ejemplo, los europeos. Y creo que eso establece una alianza entre México y la gente de Israel.”
“Kamea” es un amuleto
Con 20 años de historia, Kamea, su compañía, cuenta con 24 bailarines (a México llegaron 14) y se presenta 100 veces al año. Según Ginz, se trata de la compañía de danza israelí más exitosa en el mundo. Su base de operaciones está en el Negev, en Be’er Sheva, donde la gente, asegura, es aún más cálida.
“Kamea” es un amuleto, explica. “Un objeto de la suerte. En la herencia judía, tenemos la Hamsa, la mano. Nosotros, especialmente los judíos norafricanos, realmente creemos en eso. Y también tenemos, por ejemplo, la mezuzah, que también es un amuleto.” Así, Ginz invocó la buena fortuna para su compañía desde la concepción de su nombre.
Cuando se le pide que hable sobre sí mismo, Ginz lo hace con elocuencia e inspiración: “Mi objetivo en la vida es tratar de aportar substancia, llevar el material al corazón de la gente y hacerlos sentir que hay un significado espiritual en nuestras vidas, no solo trabajar, dormir y comer, sino que también la cultura nos hace quienes somos.”
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