Enlace Judío- Todos aspiramos a un nivel de vida agradable y digno, avivir con holgura, y en mayor o menor medida con riqueza- pero la opulencia en la que se revuelca una minoría social es escabrosa, dice el rabino Yerahmiel Barylka.
Si bien la necesidad de consumir bienes para hacer ostentación de la propia riqueza se remonta al periodo tribal y en nuestro pueblo ya desde la época del Talmud preocupó a los líderes; y aunque los objetos de consumo han cambiado desde entonces, el alarde y la pompa, hanpermanecido iguales esencialmente.
Desde la antiguedad, existía una relación directa entre las posesiones materiales de una persona y su estatus en la sociedad
La “fuerza pecuniaria” de un individuo representaba el honor y la estima en su comunidad e implicaba un consumo desmesurado de bienes de lujo. Al grado que hay quienes que todavía creen que los bienes que consumimos y poseemos definen quiénes somos como personas. Hay gente que compra bienes y servicios para preservar su autoestima y estar a la altura de las expectativas de la sociedad.
Probablemente la inseguridad (propia) es la que impulsa a consumir excesivamente y hacer alarde de las posesiones o la creencia que lasposesiones materiales definen la imagen pública y enmascaran los defectos.
Así aparecen el despilfarro conspicuo y el consumismo incontrolable que crean envidia y odio en la sociedad. De pronto pueden “aparentar” y aplastar con su desprecio a todo lo que está “menos bien” que ellos.
Son una minoría, se dirá, pero su visibilidad es tan abrumadora como su vanidad. Los nuevos ricos, cuando además son incultos e incívicos, causan mucho daño. Su comportamiento provocador incita reiteradas incivilidades, su desprecio por todo lo que no es ellos. Crean, en particular en la juventud, sentimientos que van del resentimiento al rencor y contribuyen a alimentar ese perceptible y dañino “odio a los ricos”.
Ya en la época de los sabios de la Mishná, se malgastaban sumas tan grandes en bodas como hoy en día. Muchas familias no tenían otra posibilidad que posponer los casamientos por falta de dinero.
La presión social era insoportable y el resultado era el endeudamiento de las familias más allá de las posibilidades.
Los sabios, preocupados por el daño que causaba esa situación, exigían que las personas sean más sensibles y se cuiden mucho de avergonzar a quien tuviera menos medios para vivir al nivel de los pudientes. En lugar de alegrarse, muchas familias temblaban por tener que gastar tanto, cuando incluso les obligaba a restringir el funcionamiento de sus casas.
Reglamentos contra ceremonias de lujo
Las Takanot –ordenamientos y reglas- se referían a las vestimentas y a las joyas o al tamaño de los banquetes que se celebraban en las nupcias y las ceremonias de circuncisión y al número de invitados que podían asistir a ellos.
Ya en el siglo XIII, limitaban los banquetes a los que participaban en las ceremonias religiosas.
Una conferencia celebrada en 1418 en Forlí (en el norte de Italia) limitó el número de invitados a una boda a 20 hombres, diez mujeres, cinco niños y todos los parientes hasta los primos segundos.
La asamblea celebrada en Valladolid durante el año 1432 prohibió a los judíos mayores de 15 años llevar cualquier “capa de hilo de oro, material de color oliva o seda, o cualquier capa adornada con estos materiales en ocasiones que no fuera en un tiempo de fiesta o en una recepción de un señor o una señora, o en bailes u otras ocasiones sociales similares”.
En los siglos XVI y XVII, las comunidades de Salónica, Mantua y Roma promulgaron periódicamente reglamentos contra el lujo. Las ordenanzas de la comunidad de Cracovia de 1595 contenían párrafos sobre leyes suntuarias.
El Consejo de Lituania (Consejo de las Tierras) en 1637, refiriéndose a sus reglamentos anteriores que habían sido totalmente desatendidos, facultó a los rabinos locales para decidir el número de invitados a las comidas festivas. En 1659, el número de invitados a una circuncisión se escalonaba en función de los medios del anfitrión.
En Moravia, el coste de los trajes de boda estaba determinado por el importe de la dote. En Carpentras, la posesión papal en el sureste de Francia, Provenza-Alpes-Costa Azul, se adoptaron reglamentos suntuarios en tres etapas (1712-40). Establecieron reglas que limitaban el gasto en las fiestas, desde la circuncisión hasta las bodas y los sepelios. Circunscribían la cantidad de los asistentes a los festejos al máximo de manera que todos pudieran organizarlas.
Las resistencias a esas medidas eran muy fuertes y las autoridades perdían rápidamente su motivación por seguir luchando al ver la cantidad de trasgresiones, también cuando esa conducta atraía la mirada hostil de los vecinos, con todas las desafortunadas consecuencias que podía derivarse de ello.
Educación contra la ostentación
En nuestros días deberíamos enseñar las normas de las leyes suntuarias en los colegios desde los primeros años y ser incluidas en las prédicas y sermones de los rabinos para aprender las disposiciones dictadas por las comunidades contra el lujo y la ostentación y el deseo de ayudar a la gente a resistir la tentación del consumo conspicuo por encima de sus posibilidades.
Máxime que en nuestros tiempos la obsolescencia planificada y el desperdicio que crece en todos los hogares, daña también a la naturaleza que no encuentra la mejor manera de ahorrar materiales y combustibles.
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