Enlace Judío – La idea de D-os es uno de los conceptos más complejos con los que el hombre se ha relacionado a lo largo del tiempo. Durante mucho tiempo fue un concepto dado, algo que se creía popularmente y que en muchos sentidos constituía la base de las sociedades antiguas. Era incluso un tabú separarse del mismo. Hoy en día, por fortuna ya no es así. D-os pasó del ámbito político al privado y permanece como concepto en el seno de algunas familias y comunidades, tanto así que incluso en algunos lugares hablar de D-os se convirtió en el nuevo tabú. Eso ha causado que mucha gente no se acerque al concepto desde una exploración filosófica, o que se banalice como dogmática la postura. Tanto quienes son religiosos como quienes se consideran ateos creen que D-os sólo puede ser explorado desde la doctrina y que al creer en Él uno se compromete moralmente a aceptar todas las premisas que las diversas religiones proponen.
Sin embargo, no es así, D-os es un concepto que influyó a nuestras culturas (judía, islámica y Occidental) por más de un milenio y que en gran medida aún influye en nuestra manera de vivir y de pensar nuestra relación con el mundo. Uno no necesita tomar la totalidad de las diversas doctrinas para explorar el concepto y encontrar verdad en ello. Uno puede relacionarse desde la libertad que la filosofía, la cultura y la ética ofrecen, encontrar su propio pensamiento en ello, o valerse del mismo para entender la cultura que nos rodea. Los siguientes conceptos se encuentran en la Torá y describen al D-os judío, sin embargo, son conceptos que han influido fuertemente tanto en la cultura judía, como en la Occidental. A continuación hablaremos de algunos de ellos, aunque nos centraremos en el concepto más que en su influencia.
Cuerpo y alma, objetividad y subjetividad
Una de las condiciones humanas que ha interesado a la filosofía desde inicios de la existencia humana es la dualidad entre el cuerpo y el alma; es decir entre la existencia material que nos conforma y nuestra subjetividad. No podemos separarlas como tal: todo lo que existe, todo lo que conocemos tiene por necesidad una existencia o expresión material, sino ni siquiera podríamos acceder a ello. Al mismo tiempo todo dato sensible al que accedemos es interpretado por una consciencia subjetiva. Las palabras se expresan en imágenes o sonidos, los sentimientos en expresiones físicas dentro de nuestro cuerpo, incluso los pensamientos generan sinapsis en nuestras neuronas. No podemos negar la materia, ni separarnos de ella porque hablaríamos de cosas que no existen, que no vemos y que no entendemos.
Por otro lado, la organización de todo lo que existe, de todo lo que percibimos permanece como un misterio para nosotros. Pensamos, vivimos y vemos el mundo desde nuestra subjetividad. Cuando terminamos una relación amorosa no pensamos en cómo incrementaron la cantidad de latidos en nuestro corazón, sino en los recuerdos de la persona amada, las ilusiones que teníamos con ella, y la alegría que nos daba su presencia. Cuando deseamos algo no pensamos en los químicos que generan ese deseo, y cuando tomamos una decisión ética, actuamos bajo una abstracción que nuestro cerebro genera. Mucho de lo que somos, de lo que nos mueve a actuar y de cómo interpretamos el mundo no es meramente materia. Existe dentro de nuestra conciencia y hasta la fecha el ser humano no ha podido descifrar plenamente como es que ésta funciona, ni bien a bien dónde se encuentra.
Creer en un alma o un espíritu es creer que esa subjetividad que nos conforma tiene existencia, que la vida que está en nuestro cuerpo es individual, que las reacciones físicas de nuestro cuerpo son un reflejo de las emociones y no las emociones un reflejo de lo físico. También es creer que existimos como individuos y que esa subjetividad que nos conforma en efecto se distingue de las demás, tienen existencia propia. Creer en el alma es creer en la individualidad. Creer en D-os es creer que así como existe una conciencia individual en el ser humano, lo puede haber en la totalidad de la realidad.
Es importante destacar que en la cultura judía materia y espíritu no se pueden separar, en este mundo existen dentro de una correlación que no es alienable. Es decir, nuestra subjetividad y personalidad está profundamente atada a nuestro cuerpo y por eso las acciones que tomamos dentro de este mundo tienen gran relevancia y no se nos pide apartarnos de ellas.
Unidad, el mundo como una interrelación
De todas las religiones y filosofías que proponen la manifestación material de una fuerza, una energía, un espíritu no material en la realidad; el monoteísmo fue la que más conflicto causó en el mundo antiguo. Decir que D-so es Uno y sólo Uno le ganó el odio a los judíos de babilonios, egipcios y romanos por igual. Todas las culturas antiguas aceptaban una multiplicidad de fuerzas, la justicia, el amor, la milicia, la belleza, y se relacionaban individual y personalmente con ellas, creían en una armonía que superaba a los dioses, pero no creían en un dios que conjuntará a todas. Sin embargo, el concepto es uno de los más bellos que el judaísmo dio al mundo. Creer en un sólo D-os unitario es creer que la realidad no está fragmentada, que todo lo que existe tiene un sentido en su existencia y está relacionado. Ello obliga a la persona a actuar y desear el bien de la existencia en su totalidad, a actuar por el bien del balance, del mundo, del prójimo y no por la subsistencia de una sola de las fuerzas. Es actuar por amor al mundo y el bien del mundo contemplando cada una de sus partes, sin creer que una importa más que la otra.
La importancia de la ética
Creer en realidades subjetivas también nos invita a aceptar la realidad de la ética, la necesidad de medir nuestras acciones en el beneficio de alguien más que sólo nosotros. Algo que me parece sumamente interesante de la cultura judía en contraste a las culturas antiguas como la griega, la romana y la egipcia es que la Torá y el judaísmo siempre resaltaron la importancia del actuar ético por encima de la fuerza física. La gran mayoría de las culturas politeístas favorecían una fuerza por encima de otra, precisamente porque creían en el poder de la misma, en la subsistencia de la misma a lo largo del tiempo. Estas culturas estigmatizaban la vulnerabilidad, en las comedias se burlan de la debilidad humana o incluso de los defectos físicos, precisamente porque se conformaron como naciones militares que valoraban la fuerza física, la determinación y la belleza estética por en cima de otros principios éticos.
No así la cultura judía en ésta el actuar ético es el máximo valor que un hombre puede tener más allá del poder y la fuerza. En la cultura judía constantemente se nos recuerda nuestra debilidad como humanos, nuestra debilidad física y militar como pueblo. La Torá constantemente nos recuerda que fuimos esclavos en Egipto y pone la humildad como el máximo valor que podemos adquirir como pueblo. En Janucá se recuerda que no ganamos por nuestra fuerza militar, sino por el favor divino. Creer en D-os implica no buscar la fortaleza física, ni siquiera la superioridad moral, sino la relación, el actuar ético, el servicio, la unión con la totalidad del absoluto y un gran respeto al hombre.
Tzelem Elokim, el hombre como semejante
Finalmente otra de las grandes cualidades judías es que reconoce al hombre en sus existencia humana como semejante. La Torá siempre habla del prójimo, halajicamente esto toma connotaciones diversas, pero el texto mismo al llamar al hombre Tzelem Elokim “imagen de D-os” habla del ser humano como semejante.
Existe una tendencia natural en el hombre de buscar la supervivencia y el bienestar de aquellos a quienes ama, de valorar lo que te es más cercano y más íntimo. Esa tendencia es correcta siempre y cuando uno no abuse de los otros. La Torá misma nos dice que debemos de proveer primero por nuestros hijos y familiares, por quienes nos son más cercanos, antes de proveer por otros conocidos. Sin embargo, durante todas las épocas y culturas fue aceptado maltratar a quien te era ajeno; la primer filosofía que enuncia al ser humano como prójimo fue la Torá.
En la Grecia antigua la democracia, los derechos, toda ley que protegía a otro individuo se consideraba adecuada únicamente para aquellos que eran griegos, y para aquellos que eran ciudadanos. No eran las mismas reglas para los esclavos ni los miembros de otras culturas; no se reconocía al hombre como valioso únicamente por su cualidad de ser ser humano. Eran culturas que invadían a otras y esclavizaban a sus integrantes. En cierto sentido tenían una concepción del valor humano monárquico o meritocrático, que no aceptaba la semejanza entre los hombres como algo dado.
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