Enlace Judío – En una columna de opinión publicada en Haaretz tras los dos atentados en paradas de autobuses de Jerusalén, el periodista Nir Hasson recuerda el trauma de la Segunda Intifada y se pregunta si este es el inicio de una nueva ola de ataques terroristas.
Jerusalén casi había olvidado las imágenes de los ataques terroristas que se vieron esta mañana en la entrada de la capital. Los policías de la brigada antibombas se arrastran en busca de restos, bicicletas destrozadas, fragmentos de vidrio y piedras esparcidas por una amplia zona, y enormes embotellamientos por el cierre de las vías de acceso a la ciudad.
No es que Jerusalén haya olvidado realmente los atentados. En los últimos años han habido decenas en la capital, pero ninguno se parece a este ataque, ni en medios, ni en ubicación, ni en víctimas.
La violencia en Jerusalén suele dividirse en olas: Primera y Segunda Intifada, los sucesos de Abu Khdeir, la intifada de los acuchillamientos en 2015, el ataque terrorista en el Monte del Templo en 2017 y los sucesos del detector de metales, los incidentes del Ramadán en 2021 y otros.
Cada ola tiene sus propias características, pero desde 2014 los atentados en la ciudad han seguido una línea: uno o dos atacantes que no fueron enviados por ningún grupo terrorista, armados con cuchillos o, en el peor de los casos, con armas de fuego improvisadas que atacan a policías y oficiales de la Guarda Fronteriza en la Puerta de Damasco, las puertas del Monte del Templo o a lo largo de la línea divisoria.
Estos atentados terminan en su mayoría con pocos heridos y la muerte del terrorista. Han habido excepciones: por ejemplo, el terrible recuerdo del ataque en una sinagoga del barrio de Har Nof en 2014. Pero la gran mayoría de los atentados en los últimos años no fueron perpetrados en la zona oeste de la ciudad, no hicieron uso de artefactos explosivos y no fueron especialmente sofisticados.
Los ataques de esta mañana rompieron todas esas reglas: un infernal atentado combinado en el extremo occidental de la capital con explosivos detonados a distancia, sin un terrorista suicida. Para recordar un incidente similar hay que remontarse a 2011, cuando un explosivo estalló junto a un quiosco cerca del Centro Internacional de Convenciones, más conocido por los locales como Binianei Haumá. Una mujer murió y decenas resultaron heridos. El lugar ya se conocía como el quiosco que estalló debido a un ataque terrorista anterior que tuvo lugar allí 15 años antes.
Pero para la mayoría de los jerosolimitanos adultos, las escenas de esta mañana les recuerdan otras épocas: la Segunda Intifada, la época del miedo en Jerusalén. Entonces había una regla bien conocida en la capital. Si se oían tres sirenas de ambulancia seguidas se trataba de un atentado, y había que buscar dónde estaba la familia.
En la mayoría de los casos, se trataba de atentados suicidas con víctimas masivas en un autobús o en una cafetería. Este amargo periodo condujo a la construcción de la barrera de separación y a la profunda penetración del servicio de seguridad Shin Bet en el Jerusalén Este y Judea y Samaria (Cisjordania). Parecía que las fuerzas de seguridad habían neutralizado la capacidad de las organizaciones terroristas palestinas para producir ataques complicados que requerían conocimientos, materiales, un laboratorio, un conductor y un comandante. Las explosiones de esta mañana acabaron con esta ilusión.
La parada de autobús a la entrada de la capital es una especie de institución en Jerusalén, una estación central de autobuses en miniatura. Cientos de personas, en su mayoría jaredíes de los barrios cercanos, se concentran allí todas las mañanas a la espera de los autobuses o para pedir un aventón. Al parecer, quien escondió el explosivo conocía el lugar y la aglomeración. Por los daños causados, parece que el explosivo fue colocado detrás de la parada de autobús.
Por el momento, el ataque terrorista logró perturbar gravemente la vida de la ciudad. El transporte se detuvo, las ambulancias y las patrullas siguen circulando con el sonido de sus sirenas, los políticos han empezado a llegar al lugar de los hechos y cientos de ortodoxos se han reunido curiosos.
Otra diferencia importante entre los atentados a los que nos hemos acostumbrado en los últimos años y lo ocurrido esta mañana es la intensa alteración de la vida en la ciudad. Los equipos de la policía y el ayuntamiento lograban restablecer la rutina en el lugar de un atentado lo más pronto posible.
Tras la investigación y la evacuación de los heridos, llegaba un equipo de limpieza de la ciudad y a veces, en una o dos horas, era imposible ver que había sucedido algo. El miércoles fue totalmente diferente. El atentado logró perturbar gravemente la vida en la capital.
Los oficiales del escuadrón antiexplosivos seguían barriendo y recogiendo rodamientos y otros trozos de metal que probablemente formaban parte del explosivo, las ambulancias y las patrullas seguían circulando con sus sirenas y un helicóptero sobrevolaba la ciudad. Los políticos también empezaron a llegar al lugar de los hechos, al igual que residentes curiosos. Uno de ellos creyó reconocer a un conductor palestino y le gritó “muerte a los árabes”.
La gran pregunta es si se trata del comienzo de una nueva era de atentados que hemos preferido olvidar. ¿Estamos ante el inicio de una nueva ola?
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