Enlace Judío – Todo conflicto tiene dos niveles: los hechos objetivos como tales, y las narrativas. Una cosa es lo que sucede, y otra es el éxito que cada bando contendiente tiene para contar su propia versión de los hechos. Comprender el conflicto objetivo es relativamente sencillo, pero cuando nos metemos a la guerra de narrativas, nos podemos llevar sorpresas muy singulares.
El fin de año nos recibió con dos noticias relativamente predecibles, pero que de todos modos sorprenden porque suele ser difícil de admitir que la gente pueda ser tan… ¿ingenua? Dejémoslo así.
Una, que Whoopi Goldberg volvió a las andadas e insistió en que el asesinato de seis millones de judíos durante el Holocausto no fue un asunto de racismo porque, a fin de cuentas, fue un crimen cometido por blancos en contra de blancos. Dos, que por todos lados pululan los pósters navideños en los que se insiste en que Jesús de Nazaret fue un palestino, o que —de haber vivido en estos tiempos— José y María no habrían podido llegar a Belén para que naciera su niño porque se habrían topado con los temibles retenes israelíes.
En estricto, no es necesario explicar porqué ambas opiniones son absolutos disparates.
Whoopi Goldberg puede apelar a que el concepto de raza es una falacia, científicamente hablando. Y sí, es correcto, pero los nazis no cometieron sus crímenes desde puntos de vista científicos, sino desde esa pseudo-ciencia que tanto proliferó hacia finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, y que es lo que seguimos llamando “racismo”.
Que el pueblo judío no es una raza, ya se sabe. Pero el nazismo siempre lo identificó como tal, y lo atacó como tal. Por eso, todos los sobrevivientes del Holocausto que siguen vivos pueden dar fe de que no importaba cuán rubio pudiera ser un judío. De todos modos, delante del gobierno de Hitler no calificaba como “hombre blanco”, sino como judío, integrante de lo que explícitamente llamaron “una raza inferior”.
Whoopi Goldberg falla estrambóticamente al no tomar en cuenta que, para explicar la motivación de un crimen, tienes que partir de la psicología del criminal; no de los hechos objetivos que nunca tomó en cuenta el criminal. Apelar a que los crímenes nazis no fueron una cuestión racista porque el judaísmo no es una raza, es tan inteligente como apelar a que el macartismo no la cargó contra Chaplin por causa del comunismo, porque Chaplin no era comunista. En ambos casos, el punto no es lo que el judaísmo fuese, o la ideología de Chaplin, sino lo que el nazismo creía respecto al judaísmo, y lo que el senador McCarthy creía respecto a Chaplin.
Curiosamente, el problema con Whoopi Goldberg es precisamente la otra cara del problema con la propaganda del Jesús Palestino.
De Jesús de Nazaret no tenemos muchos datos históricos comprobados. Las únicas fuentes documentales que nos ofrecen cierta información que puede considerarse histórica, son los evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan). De ellos, Juan es el más teologizado, por lo que la investigación sobre el perfil histórico de Jesús suele centrarse en los otros tres, también conocidos como Evangelios Sinópticos.
Dado que son documentos escritos con fines apologéticos y proselitistas, y no como biografías en el sentido estricto de la palabra, los especialistas se van con mucho cuidado a la hora de afirmar hechos históricamente objetivos en relación a Jesús. Pero, por lo menos, hay tres que están fuera de toda duda: uno, que fue judío; dos, que la única religión que practicó durante toda su vida fue el judaísmo; y tres, que murió ejecutado en la cruz.
¿De dónde sale, entonces, la idea de un Jesús palestino? Del mismo lugar de donde Whoopy Goldberg saca sus tonterías: de un revisionismo histórico determinado por cuestiones ideológicas, y no sustentado en una investigación medianamente rigurosa de fuentes documentales o evidencias arqueológicas. O, dicho de otra manera, del dilema con el que fracasan y zozobran tantos adherentes a la filosofía posmoderna: prefieren creer que el mundo es como ellos quisieran que fuera, y no aceptarlo como realmente es.
Es el reino de la posverdad, en el que por una cuestión puramente sentimental, se cree que una opinión personal puede tener tanto valor, peso o relevancia como un hecho objetivo.
Y no les digas que no es así, porque se ofenden. A veces, hasta lloran.
En la construcción de ese mundo de caramelo, ficticio y retorcido en su esencia más íntima, la filosofía posmoderna está tratando de reducir todo a un conflicto entre la cultura europea (o post-europea) y todas las demás culturas del mundo, apelando a una clasificación tan incorrecta como manipulada. Lo europeo y blanco es colonialista, imperialista, racista, explotador y opresivo. Y si quieres ponerle más etiquetas de moda, también es capitalista, patriarcal y hetero-normativo.
El objetivo del autodenominado decolonialismo es destruir la esencia de toda esta estructura hegemónica, para así poder garantizar la “liberación” del mundo entero.
Se trata de un planteamiento ideológico absurdo y sesgado, más producto del resentimiento que de la verdadera reflexión filosófica.
Las dinámicas de colonialismo, imperialismo, racismo, explotación y opresión han existido en todos lados, todo el tiempo. No son exclusivas de Europa. La única diferencia fue que, en la mayoría de los casos, los europeos se impusieron como el principal poder colonial mundial sólo porque estaban más desarrolados técnicamente (especialmente en aspectos militares). Pero los aztecas no eran blancas palomas que sólo fueran víctimas de la rapacidad española. De hecho, eran más brutales y agresivos que Hernán Cortés y sus cómplices de aventura.
En la visión posmoderna, no hay argumento ni evidencia que valgan. Hay un dogma ideológico que no debe ser cuestionado, y este gira alrededor de la idea de que las cosas malas las generó Europa, y todo lo que vaya en contra de esa cultura blanca y occidental, está permitido. No importa que sea peor.
Estas ideas se remontan a los discursos de Foucault sobre la naturaleza del poder, especialmente en el modo en el que impregna las relaciones humanas. Este filósofo francés, por supuesto, no era tan tonto como los posmodernos de hoy (y es que pasó lo que siempre pasa con la filosofía: quienes proponen las nuevas ideas suelen ser gente lista, pero medio siglo después sus ideas se han degradado y se han convertido en una feria de tonterías). De todos modos, Foucault mismo se dejó llevar por sus sesgos ideológicos y cometió un error que ya desde los años 70’s debió anticiparnos de qué se iba a tratar el posmodernismo.
En los años previos a la revolución iraní de 1979, Foucault convivió mucho con los promotores del golpe de estado que depuso al Sha Rezah Pahlevi, y no se cansó de insistir en todos lados que el ayatola Jomeini no tenía ninguna intención de imponer un gobierno teocrático basado en la aplicación fundamentalista y radical de la Sharia islámica. Para el filósofo francés, en realidad, la revolución iraní se convertiría en el modelo a seguir para la resistencia anti-imperialista.
Obviamente, Foucault se tuvo que tragar cada una de sus palabras. Sus fallos fueron más que evidentes, e incluso merecen el calificativo de vergonzosos. Ahora imagínense: si así le fue al papá de los pollitos, no les quiero contar cómo les está yendo a los pollitos.
Por eso, para Whoopi Goldberg es muy fácil apelar a un revisionismo histórico y decir que las masacres nazis no fueron un asunto racista, o para la propaganda palestina es muy sencillo decir que Jesús fue uno de ellos.
Es algo muy simple: en el esquema ideológico que todo lo ve como un conflicto entre Europa y “la resistencia”, los judíos tenemos obligadamente que ser clasificados como blancos y europeos. No importa que hayamos sido las víctimas por excelencia de los prejuicios culturales y religiosos de Europa. No calificamos para el honor de ser considerados “víctimas”, y menos aún parte de “la resistencia”. Somos blancos —aunque haya falashas, beni Menashé o togoleños de por medio— y, por lo tanto, tenemos que ser vistos como victimarios, explotadores, opresores e imperialistas.
Lo único bueno de esta moda ideológica es que su fracaso está sembrado en su propia genética. Al no tenerle ningún apego al rigor de análisis y basarse única y exclusivamente en lo visceral, es ineficiente por definición. Son ellos mismos los que se van a consumir en su frustración y resentimiento.
Claro, se van a llevar a alguien entre los pies. Le van a causar mucho daño a un grupo humano, y eso nunca es buena noticia.
Lo irónico es que el daño no se lo van a causar al pueblo judío.
Sus víctimas serán, como de costumbre, los palestinos.
Tanto aman el papel de víctima, que están condenados a vivir ahogados en ese pantano, no sabemos durante cuánto tiempo más.
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