Enlace Judío – Otra vez. Las quejas palestinas que porque la presencia de Ben Gvir —el controvertido ministro israelí siempre señalado como “de extrema derecha”— en el Monte del Templo son una “provocación”.
Y otra vez: la izquierda israelí y los judíos molestos porque Netanyahu ganó contundentemente las elecciones, repiten a coro un discurso tan falaz como peligroso. Y profundamente antisemita.
Eso fue exactamente lo que pasó en el año 2000 cuando la queja le tocó a Ariel Sharón. Según la propaganda palestina y sus corifeos, su presencia en el Monte del Templo fue lo que detonó la Segunda Intifada. Falso completamente: ese levantamiento ya estaba planeado. El pretexto era lo de menos.
Pero dejemos eso, lo puramente anecdótico, y pongamos el énfasis donde realmente importa: los palestinos llevan varios meses intensificando una campaña de ataques contra Israel, ¿y el provocador es un señor que visita el Monte del Templo?
Los activistas palestinos están otra vez centrados en que la ONU —siempre anti-israelí, siempre antisemita— se vuelque en sus inútiles resoluciones que se centran en Israel y sólo en Israel —olvídense de Ucrania; sus muertos no le importan a la ONU—, ¿y el provocador es un judío cuya única acción, literalmente, fue caminar?
“Ah, pero es lo que significa esa caminada…”. Claro. Porque cuando un judío camina, ese acto significa más y mucho más que los israelíes asesinados por terroristas palestinos. No sé a quién, en su sano juicio, se le ocurre que la incorregible tendencia palestina hacia el terrorismo podría ser tan grave como un judío caminando por la zona de los lugares santos del judaísmo.
Dejémonos de patrañas. Esa mentalidad es absolutamente antisemita, judeófoba. Se centra en la irracional y perversa noción de que los judíos siempre somos los primeros que nos tenemos que echar la culpa para todo. Que lo normal es que los extremistas palestinos se comporten de manera bestial, inhumana.
Ni modo. Así son, y la corrección política heredera de los tufos marxistas y apestada con filosofía posmoderna así nos obliga a admitirlo. Ellos sí pueden hacer y deshacer, porque la estupidez humana contemporánea los ha disfrazado de “resistencia”. Nosotros, en cambio, deberíamos pedir perdón por defendernos e, incluso, dejar de hacerlo.
¿Soñar con Jerusalén y nuestros lugares santos? Ni pensarlo. Sí, son lugares cuya historia es judía y únicamente judía, pero ¿por qué se le tiene que conceder algo a los judíos? ¿Por qué mejor no lo comparte con todos, o incluso renuncian a sus derechos y a su propia historia? Digo, porque ¿no es más bonita esa historia en manos de los palestinos?
Pobres muchachos. Son fracasados, pierden siempre, son pobres porque toleran a gobiernos corruptos e inútiles, viven bajo el terror de sus propios sátrapas, pero pues ¿qué nos cuesta a los judíos sacrificarnos —suicidarnos, si es pertinente— para que ellos se sientan tantito reivindicados? ¿Que quieren un pedazo de Jerusalén? Pues dénselo. Total, qué tanto es tantito. ¿Que luego van a querer más? Pues les damos más.
Ese es el perverso razonamiento (es un modo de decirle) que hay detrás de la retorcida idea de que el problema es que alguien como Ben Gvir visite el Monte del Templo.
Es cierto, Ben Gvir no es una blanca paloma; no es una monedita de oro. Pero tampoco me van a decir que es peor, ni siquiera igual, a Mahmoud Abbas. Un viejo terrorista de la OLP. Ni qué decir de todo el liderazgo de Hamás (no importa cuándo leas esta frase).
Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental se ha atorado en un extraño complejo que no le permite disfrutar de sus éxitos (que son muchos). El remordimiento de conciencia mal enfocado ha llevado a Europa y sus extensiones (como EE. UU. o Australia) a suponer que, en pro de no sé qué retorcido concepto de justicia histórica, hay que dejarnos avasallar por cualquier grupo inmigrante que llegue desde el Tercer Mundo.
Israel es el país que más se sale de esa conducta viciosa, pero eso no significa que esté ileso. De hecho, el gran problema israelí es que nunca ha querido asumir la victoria contra los palestinos. Pudiendo hacerlo, nunca se ha arriesgado a derrotarlos de manera definitiva. Los ha dejado sobrevivir. Y no me refiero a la gente, sino a sus corruptos y tramposos líderes. Por eso el problema continúa, y continuará durante todavía varios años.
Pese a ello, el éxito israelí es notorio. Sabe defenderse, sabe cuidar a su población. Ah, pero qué insultante resulta eso para muchos, porque en muchos no judíos impera la idea de que el único judío tolerable es la víctima, y en los judíos peleados con su propia identidad (algo muy de izquierda en las últimas décadas) se impone la creencia de que el único judío bueno es el que se pone en contra de los demás judíos.
En todos, la premisa dominante es que Israel siempre tiene que ceder. Y si no cede, la violencia palestina se justifica. Y si cede y los palestinos de todos modos siguen siendo violentos, es porque seguro Israel cedió pero lo hizo mal. Y si lo hizo bien y de todos modos los palestinos siguen con sus ataques, pues ni modo. Así es la vida, y de todos modos Israel otra vez debería ceder, aunque nunca consiga absolutamente nada así.
Perdón, pero también la estulticia tiene un límite. Hay un punto en el que, simplemente, hay que decir que no. Hay que poner un alto.
Los palestinos no tienen derecho a ser violentos.
Punto.
Son ellos los que mantienen activo el conflicto, son ellos los que han sido sistemáticamente derrotados, son ellos los que quieren que haya guerra, son ellos los que creen que la única solución aceptable es la desaparición del otro (Israel).
El problema son ellos.
No es Ben Gvir, ni los judíos que viven en los asentamientos. Son los palestinos y sus apologistas que creen que la pura presencia judía allí, la tierra ancestral judía, es el meollo del problema.
Decirlo abiertamente, pésele a quien le pese, es obligado. Ningún judío tiene porqué vivir avergonzado de ser lo que es, ni de pertenecer a un grupo que tuvo las agallas y la fuerza para enfrentar a sus enemigos y derrotarlos.
No tenemos que pedirle permiso a nadie para rezar en nuestros lugares sagrados. No tenemos que esperar la autorización del mundo para defendernos. No hay ninguna razón para no levantar la voz con orgullo y decir “soy sionista”.
Si los palestinos quieren una vida honorable y próspera, tienen que renunciar a la violencia, sentarse a negociar, y aceptar que van a tener que ceder en muchas cosas.
Si no empiezan por esos aspectos fundamentales, el problema son ellos.
Si todo lo quieren justificar que porque la ocupación israelí —un mito— o el apartheid —otro mito—, el problema siguen siendo ellos, no nosotros.
Listo. Se tenía que decir, y se dijo.
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