Víctor Saadia / De Yates y Ballenas

Enlace Judío – Después de más de 30 años de viajar a Acapulco, esta es la primera vez que me invitan a un yate. Además, es día 30 y en la oficina estamos cerrando el mes más alto de ventas de nuestra historia.

Estoy por poner el modo avión para desconectarme de la costa, de los emails, de los pendientes. Sobre todo de los pendientes que no son más que recordatorios de que todo se puede ir al carajo. De hecho, así se sienten todos los pendientes: como cosas que hay que hacer para que mi vida no se caiga.

El yate es grande y azul y tiene cinco camarotes. Cuatro personas lo atienden y te sirven vino sobre unos portavasos azules antiderrapantes para que tu copa no se caiga sobre las toallas blancas bordadas con el logo de la embarcación. Esto se siente bien. Pero no sé si lo merezco. Más bien, no sé si lo podré disfrutar. Seguro ahora me llaman de la oficina para decir que hubo un error en las cuentas y no vendimos tanto como pensábamos. Seguro es un número que nunca vamos a volver a alcanzar, así que mejor no celebrar tanto.

El barco zarpa.

Entre la culpa de, y el no saber, disfrutar, pido un vino para que me ayude a apagar la mente y me lanzo al mar.

Pero esta vez es diferente. Porque llevo tres años trabajando mi abundancia y no echaré a perder otro día más de bendiciones con mis escaseces cotidianas.

Ahora me lanzo al mar con mayor intención y, al flotar, pido al mar que me sostenga. Que sostenga mis miedos de perderlo todo, que sostenga mi atrevimiento de disfrutar y compartir mi abundancia, que sostenga mi derecho a sentirme merecedor.

Que me sostenga para que no me ahogue en mis propias aguas.

Y el mar siempre responde.

Esta vez lo hace respirando. El oleaje me sube y me baja. Me arrastra lejos del barco y me devuelve. Grandes cuerpos de agua respiran debajo de mí y me ayudan a respirar mis dudas y mis intenciones.

El mar dice: Sin importar que tan profundo estés respirando, respira más.

Me doy cuenta de lo mucho que he avanzado trabajando mi abundancia en estos tres años. Pero, pequeño detalle, trabajé mi suficiencia, soy suficiente, pero no tanto la suficiencia del mundo. Ahora ya me siento abundante, pero sigo sintiendo que vivo en un mundo escaso. Que no hay suficiente aire para todos, que se va a acabar.

Vivimos en un sistema que pone las utilidades y las apariencias antes que la respiración. Coopta la respiración para ponerla en función de las ventas que pueda generar, como la industria de la meditación que ya mide muchos miles de millones de dólares.

Vemos el mar desde nuestros yates – este tiene un hermoso segundo piso – porque el sistema nos hace temer el mar. Nos hace temer que al nadar todos somos iguales, nos hace temer vernos tan pequeños en su inmensidad. El que tiene el yate más grande es el único que puede respirar. Como yo, ahora que veo pasar un yate rojo e instintivamente pienso: mi yate es más grande que el tuyo. Otra vez, ni siquiera es mi yate y ya me siento entitled.

El que nos invitó al yate me cae bien. Se sabe privilegiado, pero no dice nada. No hace que yo tenga que hablar como si estar en un yate fuera cosa de todos los días para mí. Se sabe merecedor, pero no superior. Será porque creció junto al mar.

La idea para el atardecer es buscar ballenas. Hoy siento la certeza de que las veremos.

Aunque las ballenas tienen una gran capacidad que les permite respirar sin ser detectadas en un mundo como este. ¿Podría yo algún día aprender a respirar sin buscar la superficie todo el tiempo? ¿Y que sea lo que sea que encuentre en el fondo, no necesite ponerle mi nombre para que todos lo sepan? (Gumbs, 2020, 120).

Pero hoy estamos con-spirando. Literalmente, respirando juntos.

Ballena: ¿me puedes guiar?

Dime tú cómo respiras. Dime cómo sincronizas tu respiración con la respiración del mar. Cómo le haces para rendirte a tu respiración cuando te entra un requerimiento del SAT o cuando te avisan que tu primo tiene cáncer. O cuando la temperatura planetaria y los barcos pesqueros ponemos en peligro a tu familia.

¿Cómo te estabilizas en estas aguas?

Por ahí leí que las aletas dorsales de los delfines, a diferencia de las de los peces, no tienen huesos que las soporten. Los mamíferos de los cuales evolucionaron antes de regresar a los mares no tenían aletas dorsales. No son como las colas y las aletas laterales, vestigios de extremidades. Parece que los delfines desarrollaron ese denso tejido que se convirtió en su aleta dorsal para poder vivir en el constante movimiento del océano. Crearon estas aletas a través de la práctica intergeneracional al aceptar que el océano siempre estaría en movimiento y evolucionaron correspondientemente. (Gumbs, 2020, 44).

En este sistema de mareas que me mueven todo el tiempo, ¿cuáles son mis prácticas evolutivas que permiten estabilizarme? ¿cuáles son nuestras prácticas colectivas para estabilizarnos en suficiencia en un mundo que grita escasez?

Me lanzo de nuevo al mar.

Ahora practicando para desarrollar mi aleta dorsal. Practico para entrar en la certeza de que hay suficiente para todos y repito el mantra que empecé a trabajar con mi coach hace unas semanas: “la energía es infinita”.

¿Y si el océano tiene mi espalda? – me eleva una ola.

¿Puedo confiar en eso? – me desciende a su paso.

¿Y si vivo como si este oleaje siempre soportará mis palabras? – otra vez para arriba.

¿El tamaño de este mar como horizonte de todos mis proyectos? – me desciende

¿Balancear lo que puedo y no puedo ver? – subo

¿Confiar en ciclos más antiguos que nuestra especie? – bajo

Mi aleta dorsal, aquella que me ayudará a estabilizarme, será el recordatorio diario de que yo soy el que atribuye la cualidad de abundancia al mundo. Hoy, flotando con soltura en esta inmensidad, no está tan difícil creérmelo.

Empieza a caer el sol y nos dirigimos hacia él. Ahora el barco cobra su verdadero tamaño al salir de la bahía y no tener más puntos de referencia para atestar su dominio. Y entonces: PFFFFHH. Escuchamos aire salir del espiráculo de la primera ballena.

¿Vieron eso?
Ahí, ahí.
Pongan atención.

PFFFFHH. Los niños no lo pueden creer. Los adultos menos.

Escuchar y ver estas poderosas exhalaciones me reafirma el porqué en todas las lenguas antiguas, para designar el aliento, se utiliza la misma palabra que alma o espíritu.

Respirar viene del latín, spirare y espíritu, de spiritus, de la que se deriva también inspiración. En griego psyke significa tanto hálito como alma; en la India, al hombre que alcanza la perfección se le llama Mahatma, que significa Alma Grande y Aliento Grande; para los hindúes, el Prana es portador de la auténtica fuerza vital.

En nuestros relatos bíblicos, donde, por cierto, también aparecen las ballenas, se nos cuenta que Dios infundió su aliento divino en la figura de barro convirtiéndola en una criatura viva, dotada de alma.

Tal vez el aliento no está en nosotros, sino que nosotros estamos en el aliento. Tal vez no somos una pequeña lancha en medio del mar, tal vez nosotros somos el mar.

Ahora estamos todos callados observando el infinito para ver dónde saldrá la siguiente aleta. Invocar a las ballenas, y la abundancia, es más un ejercicio de silenciosa meditación que de acelerar motores o gritarles para que aparezcan. Las ballenas aparecen cuando conspiramos con ellas. Cuando nos atrevemos a soltar nuestros cálculos frenéticos y nuestras peleas de tuyo-o-mío.

¿Podemos aprender a amar a los cetáceos más allá de su mitología capitalista y publicitaria? ¿Amarnos a nosotros mismos más allá de lo que el sistema nos dice que es valioso en nosotros? (Gumbs, 2020, 67)

Y tampoco me engaño: Solo consigo esta claridad después de mucho trabajo.
Y no engaño a nadie: Ni cuando estoy en el yate, o de regreso en mi rutina, me la paso con este nivel de suave soltura. Pero siempre es una posibilidad.

PFFFFHH. Otra poderosa exhalación.

Entonces, me cae el veinte. Tres años llevo trabajando mi inhalación, pero no tanto mi exhalación.
Inhalar es tomar, conquistar, apropiarse. Esto es lo que llevo haciendo tres años: apropiarme de mí mismo y de mi historia.

Ahora se viene el exhalar. Tomar, pero también devolver. Devolver, en vez de conservar. Aflojar. Soltar. Vaciar. Perderse en el infinito con soltura.

Esta es la intención para los siguientes tres años.

PFFFFHH – Brinca esta genia evolutiva y se suspende en el aire como yo me suspendo en la proa del barco con mis brazos abiertos.

PFFFFHH – Flotamos en el agualiento.

PFFFFHH – Nos sostenemos.

PFFFFHH – La calidad de mi vida es la calidad de mi respiración.

PFFFFHH – Sincronizamos.

PFFFFHH – Conspiramos.

Gumbs, Alexis Pauline. 2020. Undrowned. Black feminist lessons from marine mammals. AK Press.

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