Juntos venceremos
sábado 23 de noviembre de 2024
Vicente Riva Palacio, con fondo de la ejecución de Mariana de Carvajal

No olvidaremos el fuego

Enlace Judío- La tradición es un elemento que pesa no sólo por los significados que guarda, sino también por el valor de la transmisión y el compartimiento de una acción a través de los años, las generaciones y los siglos. Dentro del estudio histórico, Sigmund Freud planteó alguna vez el esquema de la Mnemohistoria, término que se refiere a la memoria del pasado.

Freud establece que los hechos originales se quedarán siempre en el núcleo de la memoria colectiva, pero éstos pueden cubrirse de capas y capas de oralidad y documentos.

Dicha tradición oral y escrita puede cambiar el contexto de ese fenómeno histórico que se mantiene en la profundidad. Al final de siglos y siglos de capas de oralidad se encuentra la última membrana que el psicoanalista definió como liturgia y religión. Según este esquema, se plantea que nunca podremos conocer cómo fue realmente el hecho histórico, pero sí podemos entender las diferentes capas de oralidad e historia escrita que al final generan una tradición.

El esquema freudiano es un planteamiento muy interesante del viaje de las ideas y de los fenómenos históricos. Si bien no podemos saber cómo sucedieron, sí podemos acercarnos a ellos por medio de la tradición. Este elemento me parece importante porque coloca a la oralidad y a las costumbres como fuentes que también nos conducen al entendimiento de nuestro pasado.

Ahora vivimos en un momento donde el concepto de la altermodernidad toma fuerza en la élite intelectual. Dicho término es una definición filosófica que establece que las diferentes raíces culturales de un individuo tienen un papel importante en la construcción de su memoria personal e histórica.

Dicho de una manera más pragmática, podemos ser mexicanos con una tradición cultural diferente: la española, la indígena, la asiática, la afrodescendiente y, por supuesto, la judía.

Cada una de esas raíces forjan lo que somos, moldean nuestras familias y son la directriz de nuestro devenir personal. Por eso vivimos en una sociedad en donde se reconocen las raíces originarias o al menos les ponemos más atención.

Cada vez nos despegamos más de un molde nacionalista que genera un arquetipo de lo que es “ser mexicano”, “ser español”, “ser alemán”, etcétera, para transitar a una personalidad compuesta por diferentes elementos, entre ellos las raíces ancestrales personales.

Y en esta búsqueda de las raíces a través de la memoria y de la historia se encuentra un gran trabajo literario de la escritora Gabriela Riveros titulado Olvidarás el Fuego. Hagamos una breve reseña historiográfica sobre este tema: Durante la segunda mitad del siglo XIX, algunos pensadores e intelectuales mexicanos como Guillermo Prieto y Vicente Riva Palacio se dedicaron a rescatar los documentos antiguos del país.

Tras la guerra de Reforma muchos conventos fueron abandonados por las leyes de exclaustración y gracias a las leyes de nacionalización de bienes eclesiásticos, el acervo documental de dichos conventos pasó a manos del Estado Mexicano.

Comenzó entonces un largo transitar que tuvo como objetivo identificar y catalogar cientos de kilómetros de documentos que guardaban la memoria histórica de México en su periodo colonial. Imaginen por un momento ser los responsables de tamaña empresa.

Incluso en tiempos de guerra, el archivo siempre se protegió. Cómo olvidar aquella anécdota en la que Guillermo Prieto y Benito Juárez, huyendo hacia el norte por la invasión francesa y en medio de la presurosa salida, tuvieron que decidir entre cargar las armas o los documentos.

Vicente Riva Palacio, fotografía del Fondo Casasola, CONACULTA-INAH-SINAFO, tomada de Wikicommons,

Vicente Riva Palacio, fotografía del Fondo Casasola, CONACULTA-INAH-SINAFO, tomada de Wikicommons,

Gracias a la decisión tomada, hoy tenemos un archivo histórico.

Dentro de todos los descubrimientos que se hicieron en la construcción del Archivo General de la Nación surgieron unos documentos inquisitoriales que revelaron la historia de la familia Carvajal. Tal fue el valor de la información que Vicente Riva Palacio pidió quedarse con ese lote documental para estudiarlo. Lo hizo y creó el Libro Rojo, publicado con ayuda de Manuel Payno, otra mente liberal.

Dentro de las narrativas del libro, los ires y venires de la familia Carvajal ocupan un lugar importante.

Tras la muerte de Riva Palacio los documentos regresaron al Archivo General de la Nación. Sin embargo, hacia 1932 un investigador llamado Jacob Nachbin robó textos de vital importancia, tres libritos escritos por puño y letra de Luis de Carvajal “el Mozo”, mismos que serían repatriados a México hasta el 2017.

Para este momento de la historia que les cuento, tenemos una serie de documentos incompletos en el Archivo General de la Nación; varios libros que cuentan la historia de la familia Carvajal como el de Alonso Toro publicado hacia 1944; los tres libros de Luis de Carvajal regresados a México y mucha tradición oral de los descendientes de familias criptojudías.

Y aquí entra la labor de Gabriela Riveros.

¿Cómo reconstruir la historia personal? Esa que está compuesta del factor humano, de los miedos y devenires de dicha familia. Gabriela recurrió entonces a la novela histórica. Es aquí donde la mnemohistoria y la altermodernidad toman rostro de novela y con el sustento de archivo e investigación documental, la autora se permite dar voz a todos aquellos personajes que en realidad fueron personas.

Se interna en los miedos que las familias migrantes tienen al momento de partir; se hunde en la historia del pueblo sefaradí que fue expulsado de España en 1492; se interna en el pensamiento de los conquistadores y expedicionarios que tomaron la decisión de “hacer la América”; se asoma por las ventanas de las casas, iglesias y palacios y dialoga con ellos, nuestros muertos, que antes de ser quemados en las hogueras, defendieron su fe, creencias e ideales.

La novela de Gabriela Riveros nos recuerda que la violencia, la migración forzada y la persecución ideológica siguen vigentes.

Por otro lado nos hace reflexionar que, al menos en nuestro país, ya no existe un tribunal inquisitorial o religioso que persiga la otredad. Los pasajes agridulces del libro nos hacen comprender que al paso de los siglos se han avanzado en muchas cosas, pero falta por hacer.

Pero lo más importante para mí como historiador, es que Gabriela recrea la humanidad de todos aquellos que fueron perseguidos.

En su novela dejan de ser nombres y cifras en un archivo para convertirse en personas que rieron, amaron y sufrieron, tal y como eran.

Al final, la autora establece la posibilidad de que un día la gente olvidará esos nombres apilados en los documentos de los archivos, se perderán los papeles, los hechos, las acciones y se olvidarán a los perseguidores, a los victimarios, se olvidará el fuego de la Inquisición y la llama de intelectualidad y fe de la familia Carvajal.

Gracias al trabajo de Gabriela, ese miedo al olvido queda más lejos, más distante ya que la luz del recuerdo colectivo, del análisis histórico y del ejercicio literario protegen hoy la bendicha memoria de ellos y sus acciones.

Ellos, nuestros antepasados, ellos nuestros pilares, ellos el centro del esquema de la menmohistoria, ellos el orígen de nuestras tradiciones. Por ellos, no olvidaremos el fuego.

 

Grabado de la ejecución de Mariana de Carvajal en el Libro Rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno,1870. Imagen tomada de Wikicommons

Grabado de la ejecución de Mariana de Carvajal en el Libro Rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, 1870. Imagen tomada de Wikicommons

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