Enlace Judío- La impulsiva decisión de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de suspender relaciones con Israel y romper temporalmente el hermanamiento con Tel Aviv, ha desafíado la histórica amistad de Cataluña con Israel aunque, en la práctica, tiene poco o nada de sustancia y se ha encontrado una dura oposición.
A Colau no le faltaban ganas. Sus posturas anti-israelíes eran harto conocidas desde hacía años, afines a su ideología de izquierdas y, algunos dirán, un poquito más allá. Los que no la acusan directamente de antisemitismo, no dudan en situarla dentro de ese área de la crítica ilegítima y abusiva a Israel.
Desde antes incluso de llegar a la Alcaldía en 2015, su flirteo con grupos palestinos y del movimiento anti-israelí BDS la situaban en rumbo de colisión con grupos judíos y con Israel. Uno de ellos, ACOM, ya ha anunciado que iniciará medidas legales por considerar que Barcelona se convierte “en la ciudad más abiertamente antisemita de Europa”, además de hacer uso Colau “de las instituciones para avanzar su agenda de odio y su obsesión enfermiza contra los judíos y su estado”.
Y es que ni siquiera su visita el año pasado al campo nazi de Mauthausen, para homenajear a republicanos españoles, la hizo recapacitar sobre las causas y orígenes del antisemitismo: No entendió que el “campo de concentración” es la última expresión. Antes aparecen lo que el historiador Daniel Goldhagen llamaba “verdugos voluntarios”, el caldo de cultivo. Previendo las acusaciones de antisemitismo, la alcaldesa manifestó que la ruptura con Israel era “una medida contra la política de un gobierno, no contra una comunidad, un pueblo o una religión”, reconociendo ella misma que disparaba balas de fogueo porque nada, o bien poco, es lo que pueda influir su decisión unilateral a nivel de Estado.
Arrogancia política o interés electoral
“La reacción de Colau va a ser una pequeña tempestad de verano que desaparecerá y, después, se volverá a la normalidad”, cree el doctor Andreu Lascorz, presidente de la Associació de Relacions Culturals Catalunya-Israel (ARCCI), para quien el anuncio responde a la coyuntura electoral en la capital catalana.
La ya dos veces regidora intentará renovar mandato en mayo, y agredir a Israel es una forma de obtener el apoyo del núcleo más sólido de su partido de extrema izquierda, Barcelona en Comú, a coste cero para ella.
“Sabe que en las encuestas más fiables y elaboradas, más de un 75% de los electores no la quieren de alcaldesa, y no sólo eso, dentro de su movimiento está teniendo problemas”, asegura Lascorz a Enlace Judío al explicar el por qué avanzó con una petición sólo sustentada por unas 4.000 firmas ciudadanas.
El periodista barcelonés Sal Emergui, corresponsal en Jerusalén del diario español El Mundo y la radio catalana RAC1, atribuye la decisión de Colau a “dos motivos”. “En primer lugar, es una convicción ideológica interna que ella exhibe desde hace mucho tiempo, una posición claramente pro-palestina y anti-israelí, y esto hay que unirlo a la coyuntura política actual: las elecciones”. “Ella sabe perfectamente que su decisión podría acarrearle críticas a nivel internacional, también de Israel, pero llevar la bandera anti-israelí es muy popular en determinadas corrientes de la izquierda que apoya el boicot a Israel”, argumenta.
Con su decreto unilateral, sin consultar al Pleno del Ayuntamiento, donde probablemente lo hubiera visto reprobado, Colau provocó un airado rechazo, tanto de políticos en su coalición hasta de la oposición. Su teniente de alcalde, Laia Bonet, del Partido Socialista Catalán, advirtió que acabará por “debilitar el papel de Barcelona en el mundo” y, el miércoles, la comisión de Presidencia del Ayuntamiento votó contra la iniciativa, abriendo la puerta a un pleno extraordinario sobre el asunto.
Entre los medios de comunicación, algunos tradicionalmente de izquierdas, las críticas han sido no menos sonadas. Hasta el Bild alemán, el diario más leído de Europa, le reprochó haberse aliado con “los que odian Israel”.
Porque más allá de la sorpresa por romper con la ciudad más liberal de Israel y una de las más cosmopolitas de Europa, no deja de extrañar que Colau dirigiera su carta al primer ministro del país, Benjamín Netanyahu, en lugar de a su colega de Tel Aviv, Ron Juldaí. ¿Arrogancia política? Quizá, aunque más bien interés electoral.
Y no menos ha sorprendido el que no rompiera con la tercera pata del acuerdo de hermanamiento de 1998, la ciudad de Gaza, ejemplo vivo de un islamismo que atropella a diario esos mismos derechos que dice defender Colau, o que no haya sancionado ninguno de los acuerdos que Barcelona mantiene con tantas ciudades de países con constatado récord de violaciones.
Han sido tantos los cuestionamientos que, rara vez, se ha visto en España una sinfonía política y mediática tan cómoda para Israel que, pese a todo, teme un efecto contagio.
Relaciones irrompibles
De todos los titulares, el que mejor refleja la situación es un artículo de opinión en El País: “Colau e Israel, teatro del malo”. Porque su decisión oscila entre la incongruencia y la estupidez. Incongruencia si se tiene en cuenta que el año pasado Barcelona lanzó una campaña turística para posicionar la ciudad como destino judío, apelando a comunidades en Israel y EE.UU., pero no solo.
Los datos más conservadores cifran en unos 341.000 los turistas israelíes que visitaron Cataluña en 2019, y los más atrevidos se elevan hasta los 431.000. Hace década y media, más del 90% de todos los israelíes que visitaban España lo hacían a Cataluña, actualmente serían algo más de dos tercios, según dijo a medios Marián Muro, la entonces directora general de Turismo de Barcelona, una de las ciudades europeas mejor conectadas con Tel Aviv.
También ha crecido el interés de la alta tecnología israelí por asentarse en Cataluña bien en emprendimientos individuales, conjuntos y multinacionales. Datos consulares cifran en varios miles los israelíes radicados en esa región de España y, en 2015, el Gobierno catalán abrió una Oficina Exterior en Tel Aviv para “conectar empresas catalanas con un alto componente tecnológico e innovador en uno de los ecosistemas de innovación, startups y transferencia tecnológica más dinámicos del mundo”, según su página en internet. Un acuerdo bilateral de cooperación en emprendimientos tecnológicos también sirvió de base a partir de 2013 para el arraigo mutuo, y aunque casi abandonado a nivel oficial desde hace unos años, que no impide las iniciativas del sector privado.
“Las relaciones entre Cataluña e Israel son excelentes en todos los ámbitos -culturales, económicos, artísticos, etc-“, resalta Lascorz, que no considera el anuncio de Colau “un gran problema”, pese a la “indignación” que pueda provocar. “La visión en Cataluña de Israel continua siendo la misma de siempre, hay muchísimos adeptos dentro y fuera del nacionalismo catalán y continúan ahí. Lo de Colau, o lo del Parlamento catalán (una declaración similar el año pasado contra Israel) es la típica tempestad de verano. Nos vamos a tener que acostumbrar a despropósitos de este tipo de tanto en tanto”.
Doctor en Estudios Humanísticos y licenciado en Filología Hebrea, Lascorz resta importancia a la polémica decisión porque las relaciones son tan amplias que exceden la política municipal. Como alcaldesa, Colau no puede intervenir en cuestiones privadas o empresariales, con lo cual su boicot no pasaría más que por dejar de subvencionar a algún artista israelí invitado, lo cual “no existe desde hace años”, recuerda. El daño es, a priori, ínfimo.
“La relación entre Israel y Cataluña va más allá de manifiestos. En el pasado se decía que los catalanes eran los judíos de España por su espíritu cosmopolita y su defensa, por ejemplo, de la lengua”, coincide Emergui.
Camaradas de trinchera
Y es que dejando al margen la España Medieval, con su rico legado sefardí oscurecido después por la Expulsión, las relaciones entre Cataluña y el pueblo judío se remontan a antes de la creación del Estado de Israel. Como epicentro del republicanismo español en el siglo XX, catalanes y judíos compartieron trincheras en la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Compartieron campo de concentración y, más adelante, la ideología socialista y comunista los unió también en los kibutzim.
Pero fue en los ochenta del siglo pasado, explica Emergui, cuando pegaron el gran salto político: “En 1986 España e Israel establecieron relaciones, y al año siguiente Jordi Pujol visitó Israel acompañado por decenas de empresarios, iniciando una fuerte relación”. Considerado uno de los principales líderes del nacionalismo catalán a finales del siglo XX, Pujol sentía admiración por el Sionismo, y su movimiento político estaba convencido de que el modelo a emular era el de Israel: intelectual, liberal y enfocado en el renacimiento cultural e idiomático. Apoyado desde la izquierda por el partido ERC y por una serie de intelectuales, los más de veinte años que gobernó fueron de un intenso intercambio mutuo, con el “ulpán” y la tecnología israelí como focos de interés de los nacionalistas catalanes. Hasta 2013, la última visita de un “president” a Israel.
Sumida en una grave crisis económica, a partir del 2011 España en su conjunto vio el nacimiento de una nueva izquierda populista con un alto nivel de crítica hacia Israel y mucho más alineada con los palestinos. Cataluña no fue una excepción.
Todo ello, sumado al turbulento proceso independentista catalán -en el que Israel no ofreció su apoyo político por razones obvias-, provocaron un cortocircuito en sus relaciones políticas.
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