Enlace Judío México e Israel – Son muy pocos los sobrevivientes del Holocausto que siguen con vida, pero sus voces han sido conservadas para la posteridad gracias al trabajo de gente como Manuel Taifeld, quien, hace 30 años, aún antes que Spielberg, fue pionero en recoger los testimonios de los sobrevivientes.
En esta serie, rescatamos algunas de ellas para que lo ocurrido jamás se olvide. Iniciaremos por Dunia Wasserstrom.
En su propia voz, escucharemos tres terribles historias de Auschwitz, del documental de Manuel Taifeld, “Testimonios del Holocausto”
Dunia Wasserstrom se apeó del tren y vio el letrero que daba la bienvenida al campo de exterminio de Auschwitz: “Arbeit Match Frei”. Como el alemán era uno de los idiomas que la joven rusa conocía, supo que la consigna significaba “el trabajo os hará libres”. No tardó mucho en descubrir la siniestra broma implícita en el mensaje.
“Hitler debía escribir: ‘Quien pasa por esta puerta, sale por la chimenea del horno crematorio’.” No era ese su destino: debía sobrevivir, salir por la puerta y contar lo sucedido. Así lo hizo en 1993, gracias a la iniciativa de Manuel Taifeld, quien con paciencia y voluntad fue reuniendo numerosos testimonios como los de Dunia, de judíos europeos acogidos por México, cuyos recuerdos podrían servir como retratos del infierno.
“Pero Dante no ha podido describir el infierno sin estar en Auschwitz. Quien estuvo en Auschwitz, ni si quiera puede imaginarse algo peor que este campo de exterminio”, dice Wasserstrom, cuya voz es ilustrada por viejas fotografías en el documental Testimonios del Holocausto, del que Enlace Judío ofrece hoy un extenso fragmento.
El bromuro
“Lodo, siempre lodo. Todo el año era lodo. Gris. Las barracas grises. Las heces grises. Sus perros grises. Nosotras, deportadas, con los uniformes grises, y poquito de rayas azules”, describe la autora de Nunca Jamás, consciente de que “no nació un escritor para poder escribir lo que fue Auschwitz y otros campos de exterminio.”
Forzados a trabajar hasta la extenuación, hambrientos y envenenados, los prisioneros de los campos de exterminio, narra Wasserstrom, lo iban perdiendo todo.
“Los nazis inventaron el bromuro. En aquella época no había Valium, entonces nos daban bromuro en la comida, en los panes, en el líquido, en todo. ¿Y qué fue el resultado? Las piernas hinchadas, el vientre hinchado, y la expresión en los ojos no era humana”.
Refugiarse entre los muertos
Entre las múltiples estampas del horror que la memoria de Wasserstrom le permitió conservar como testimonio del horror inimaginable, la sobreviviente cuenta una que da fe de la desolación, de la desesperanza y del terror que padecieron millones de personas bajo el yugo nazi.
“En Auschwitz había una barraca adonde juntaron los cadáveres para mandar al crematorio. Una vez pasé delante y me pareció que algo se movía. Abrí la puerta y, efectivamente, yo vi a una muchacha vestida, no desnuda como los cadáveres.”
“¿Quién eres?”, le preguntó Wasserstrom a la chica, primero en ruso, luego en alemán y en polaco y, finalmente, en francés. Al escuchar la lengua que conocía, la muchacha se identificó, pero no fue capaz de responder a otras preguntas, como ¿cuánto tiempo llevas en el campo? O ¿qué edad tienes?
Tenía unos 14 años pero “verdaderamente, no tenía edad”, recuerda Wasserstrom. La chica había buscado refugio entre los muertos porque, ahí, los nazis “no me pueden hacer daño”. Quizá también porque, de cierta manera, la vida ya la había abandonado. “Yo la llevé a mi litera y fui a trabajar. Cuando yo regresé, ocho horas después, la niña estaba muerta”.
Durante el tiempo que vivió cautiva en el campo de exterminio, Dunia Wasserstrom fue testigo de escenas que retratan nítidamente la frialdad con que los ejecutores nazis llevaban a cabo la “solución final”.
El niño de la manzana
“En noviembre de 1944 se paró un camión delante de mi barraca, adonde yo trabajaba, lleno de niños. Yo estaba en la ventana y me dije ‘¡Dios mío!, son los últimos niños judíos que vienen, directamente les mandan a la cámara de gas’.
“Del camión saltó un niño de 9, 10 años, con una manzana roja. Me dije: ‘le dieron esta manzana para su último viaje’.
Salió de la barraca el criminal, el verdugo nazi S.S. Boger, tomó las piernitas de este niño y (lo) mató sobre la pared de la barraca. Tranquilamente, tomó la manzana y la puso en su bolsillo.
Entró y me dijo: ‘Dunia, limpia la pared’, y yo, con lágrimas en los ojos, tuve que limpiar la sangre de este niño judío. Una hora después, Boger me llamó para interpretar un interrogatorio, y vi yo que él estaba comiendo la manzana roja.”
Hablar de Auschwitz
Su conocimiento de múltiples lenguas fue quizá lo que hizo que Wasserstrom, quien se desempeñó como intérprete en el campo, lograra sobrevivir. Pero lo que la llevó a contar su historia, a dar este testimonio y a escribir un libro fue una promesa.
“Teníamos, en Auschwitz, niñas de 14, 15 años. Para que ellas olviden un poquito (el terror de) Auschwitz, yo las invitaba a mi litera y yo les hablaba de Émile Zola, de Victor Hugo, de Debussy… Vinieron a mi litera nada más dos veces. La tercera vez, una muchacha de 14 años me dijo:
‘Basta, Dunia. Yo no quiero oír ni de Victor Hugo, ni de Émile Zola ni de Debussy, porque en cinco minutos pueden venir y mandarme a la cámara de gas. Tienes que jurar aquí, ante nosotras y ante Dios, que si tú sobrevives, no hablarás sobre Victor Hugo ni sobre Debussy sino sobre Auschwitz’.
Y así lo hizo. Mientras otros sobrevivientes decidieron guardar silencio, enterrar bien profundo el recuerdo de aquel infierno, Wasserstrom alzó la voz tantas veces como pudo. En aquella entrevista, grabada hace 30 años, la sobreviviente declara:
“Lo que estoy haciendo es mi misión. Todos ustedes, los que oyen, que sepan que yo vivi en carne propia… Yo no dejo olvidar Auschwitz. Yo espero que ustedes tampoco van a olvidar Auschwitz.”
Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudíoMéxico
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