Enlace Judío – En otras circunstancias y en el curso de mi vida personal y universitaria me habría abstenido en alguna medida de enhebrar y reiterar advertencias, incluso graves y filosos temores, en torno a lo que ocurre hoy en mi país Israel. Hoy es un deseo imparable.
En verdad, inquietantes circunstancias me abruman. En particular, la probable ruptura de la identidad nacional y de su equilibrio ético y cultural que conducen a deshacer no pocas las aspiraciones que me trajeron a este país para habitarlo y defenderlo, con múltiples medios, en contextos internos e internacionales.
La fatiga hoy me colma. Sin embargo, la memoria nunca duerme y me conduce a uno de los escritores que formaron mi adolescencia.
Es el multinacional Arthur Koestler, quien por virtud de su creativo itinerario en desiguales idiomas y más allá del suicidio que resolvió en Londres en compañía de su mujer fue para mí un inescapable modelo. Recuerdo en particular sus páginas escritas y publicadas en Palestina en los años cuarenta.
El pesimismo respecto al devenir de algún Israel abrumó entonces sus reflexiones. Pensaba que un pequeño país sitiado desde todas las fronteras por fanáticos enemigos y con una población judía escindida por obstinadas rivalidades religiosas y étnicas apenas contaba con posibilidades de sobrevivir.
Y en cualquier caso, alguna versión de la democracia carecía aquí de futuro alguno.
Felizmente, Koestler se equivocó. Es probable que en el correr del tiempo, en sus siguientes peregrinaciones por París y Londres, se replanteó anteriores creencias. Y como se sabe, al cabo prefirió agotar su libertad a través del suicidio en Londres al lado y con su esposa.
Me inclino hoy a pensar que no pocas reflexiones de Arthur Koestler ganan actualidad en nuestros días.
Y en efecto, desde algunas de sus anticipaciones y después de algo más de setenta décadas, Israel ya país soberano acertó a superar amenazas externas con una diversificada y modesta población que habita una superficie inferior a las dimensiones del DF mexicano.
Y no es secreto que de los casi 10 millones de sus habitantes que hoy cobija tal vez solo dos de ellos aportan activamente a su rápido y ramificado desarrollo y defensa.
Su marcha en el curso de setenta y cinco años tuvo y tiene amplias expresiones: el rejuvenecimiento del idioma hebreo, la superación de amenazas externas, la variada recepción de Premios Nobel por logros en las ciencias y en la literatura, el constante fortalecimiento del sistema democrático, y dinámicos acuerdos de cooperación y buen entendimiento con países vecinos más allá de diferencias culturales y económicas.
Logros y alcances hoy penosamente abrumados y oscurecidos por tres miembros de una autoritaria familia y por líderes de una derecha religiosa autoritaria que pretenden debilitar, cuando no poner fin, a la democracia y al consenso público que hasta aquí han presidido la vida y la democracia de Israel.
Tragedia colectiva y personal.
¿A quién recurrir, me pregunto, en estas infelices circunstancias?
Recorro las calles y bares de Jerusalén sin encontrar respuesta o consuelo. Y muy cerca de la muralla que separa dos culturas escucho gritos y disparos animados por un personaje que jamás consagró un día a la defensa del país.
Tomo un periódico y leo que un joven historiador que difundió páginas que me ilustraron e ilustran en múltiples idiomas, Yuval Noah Harari, se inclinará a abandonar el país si la oscuridad intelectual que agobia en estos días a nuestra democracia conducirá al cabo a un oscuro régimen que apenas tolerará el libre comercio de las ideas.
Y me abruma esta pregunta: ¿por qué las diásporas judías, más allá de sus desiguales matices, prácticas y convicciones, apenas elevan hoy advertencias y gritos, con la voz o al menos por los canales electrónicos, a fin de que representantes formales de este mi país en el extranjero ayuden por múltiples medios a recuperar el equilibrio que hoy se desmorona?
¿No comprenden que si un régimen autoritario o algo peor se institucionaliza en Israel la legitimidad de la existencia diaspórica conocerá sombras y quiebres? ¿ Y las embajadas serán entonces cerrados recintos?
Sin respuestas regreso a mi hogar. Y arbitrariamente tomo algún libro. Las páginas tiemblan y lo cierro…
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