Enlace Judío – El gobierno que encabeza Benjamín Netanyahu cumple escasas ocho semanas. El acceso al poder de su coalición, homogénea en principio, venía a contrarrestar a la variopinta coalición anterior, de Bennet y Lapid, cuya heterogeneidad era muy notoria, desmedida para algunos. Una de las razones principales de la brevedad de la coalición anterior, fue la sensación de fragilidad y hasta de ingobernabilidad producto de demasiadas tendencias en una misma mesa de toma de decisiones. Esa misma sensación se presenta actualmente.
El gobierno de derecha sobre derecha, como se ha llamado al actual, prometió una estabilidad que los israelíes necesitan. Incluso a pesar de sus diferencias evidentes. Y la agenda de campaña fue muy clara, además de común para todos los sectores pragmáticos, de derecha o izquierda, que son conscientes de la gravedad de situaciones que enfrenta Israel. La amenaza iraní en ciernes, cuando el enriquecimiento de uranio presagia la evidente condición de país nuclear del gigante persa. El alto costo de la vida, que golpea a todos en Israel, particularmente a los más débiles. La prevención y combate de atentados terroristas, que se encuentran en una ola real. La conveniencia y necesidad de ampliar los Acuerdos de Abraham, la conveniencia y necesidad de contar con excelentes relaciones con los Estados Unidos de América.
Al llegar al gobierno, el ministro de Justicia, Yariv Levin, presenta su propuesta de reforma al sistema judicial. Algo anunciado en la campaña, y un asunto que ha estado muchas veces entre aquellos a tratar por parte de varios protagonistas de la vida política de Israel, incluyendo al mismo Yair Lapid, sin dejar de mencionar a Gideón Saar, exministro de Justicia, y tantos otros.
Pero la propuesta de reforma al sistema judicial ha despertado una serie de protestas sin precedentes. Todos los sábados en la noche, durante ocho o nueve semanas, se realizan multitudinarias manifestaciones en contra de las reformas. La Knéset, el parlamento, ha seguido con las deliberaciones para producir las reformas propuestas, sin la participación activa de los sectores de oposición. El presidente de Israel, Yitzhak Herzog, ha tratado de sentar a las partes para negociar una salida al enfrentamiento, pero las condiciones previas no son admitidas por las
partes, o la condición de que no haya precondiciones no es aceptada tampoco.
Así las cosas, el debate y la controversia han alcanzado niveles de peligrosidad. Los voceros de las partes, muchos a decir verdad, son sencillamente groseros unos con otros. La libertad de expresión y democracia se ven poco menos que insultadas. Miembros de instituciones consagradas y respetables, fundamentos mismos del Estado, toman posición respecto al tema y se habla con mucha ligereza de insubordinación, tanto en lo civil como en lo militar.
Cuando uno ve o escucha noticieros y programas de opinión, lee la prensa y trata de indagar más en el tema, tiene la sensación de que no todos están bien al tanto del contenido de las reformas ni sus consecuencias, en cualquier parte del espectro que se manifiesta a favor o en contra. La cuestión de fondo, la separación y equilibrio entre los poderes, fundamentales en una democracia, no parecen tratarse antes de que el enfrentamiento entre partes, cuyas diferencias están en cuanto a la sugerida
reforma judicial y en muchos, demasiados, otros temas.
Justo en medio de esta batalla que tiene lugar en Israel, se tiene una información respecto al breve tiempo en el cual Irán tendría capacidad de armamento nuclear. Parece un chiste, pero los israelíes le ahorran el trabajo a sus enemigos cuando se trata de discutir entre ellos y no ponerse de acuerdo. Si Irán de verdad quiere su plan nuclear para destruir a Israel… los acontecimientos de esta semana hacen parecer que ha malgastado su dinero y esfuerzo.
Bromas aparte, desde la distancia se observa que los voceros de Israel no tienen en cuenta que los problemas de seguridad siguen allí y hasta agravándose. Que la economía necesita de cierta tranquilidad. Que los enemigos acechan y se frotan las manos observando los enfrentamientos entre israelíes, estériles cuando menos, lejos del espíritu de sana discusión y entendimiento que ha de privar necesariamente.
Las declaraciones y actitudes de los protagonistas de este extraño episodio en la vida e historia del Estado de Israel actúan como si todo estuviera muy bien.
No lo está.
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