Enlace Judío – Públicas protestas han sido expresiones y actos frecuentes desde, incluso antes,
de la gestación de Israel como estado soberano.
Reflejaron alternativamente la escasez de recursos en relación a las necesidades de algún sector público, la torcida actitud de algún político o empresario, o la aguda escasez de un bien indispensable como modestas viviendas para jóvenes parejas.
Sin embargo, nunca antes, hasta donde mi memoria alcanza, la insatisfacción pública asumió la intensidad y la diversificada cobertura que presenta en estos días.
En efecto: hoy no se trata solo del imparable avance de una legislación que habrá de esterilizar, si es por fin aprobada, la indispensable división de poderes que garantiza la convivencia democrática.
Y no se limita a frecuentes protestas públicas que reflejan no solo una masiva resistencia a estas torcidas inclinaciones.
La insatisfacción de importantes sectores militares, tanto jóvenes como veteranos, respecto a las desacertadas tendencias del actual gobierno conduce a escenarios públicos sin precedentes.
Circunstancias singulares que deberían obligar a figuras hoy en el gobierno a reevaluar conductas e intenciones que ostensiblemente acentúan el público malestar.
Entre ellas: vedar el acceso por ley al jerosolimitano e histórico Muro a visitantes, ciudadanos y extranjeros, que rehúsan separarse conforme al sexo, obligar a los que visitan enfermos hospitalizados en los días de Pésaj a ofrecerles solo alimentos permitidos con prescindencia de su origen o convicciones, liberar selectivamente, acaso la más errónea e injusta actitud, a jóvenes judíos ortodoxos del servicio militar.
A estas circunstancias se suma la creciente fuga de capitales y talentos humanos. Pérdida que puede resultar incorregible.
En recientes semanas, las masivas manifestaciones de protesta, algo más de diez en casi todas las ciudades y puentes del país, presentan motivos algo más específicos.
La democracia israelí que acertó hasta aquí a superar múltiples crisis y conflictos militares hoy es cuestionada desde diferentes rincones y con torcidos argumentos. Y la resistencia pública, incluso internacional, a estas inclinaciones nunca antes alcanzó el relieve que hoy exhibe.
Gastos gubernamentales injustificados, violencia en las deliberaciones parlamentarias, públicas expresiones verbales que encienden la rabia y el fanatismo, las firmes objeciones y reservas de sectores militares y reservistas que una y otra vez han arriesgado sus vidas, las repetidas censuras por parte de gobiernos y personajes que desde siempre han revelado apoyo al país, el elocuente silencio de millones de judíos dispersos en el mundo: algunas pruebas y expresiones adversas a las torcidas intenciones que parecen guiar al presente liderazgo parlamentario.
En estas ingratas circunstancias, ¿acertará nuestro país a recuperar un sabio equilibrio hoy intensamente dañado?
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