Enlace Judío – Una noticia que tomó por sorpresa a muchos fue la reciente restauración de vínculos diplomáticos entre Arabia Saudita e Irán. Por supuesto, la primera duda que surgió fue hasta qué punto eso pone en riesgo las relaciones con Israel, los Acuerdos de Abraham, y la estabilidad en el Medio Oriente.
La geopolítica del Medio Oriente ha cambiado radicalmente en los últimos ocho años. Desde que Israel y Arabia Saudita comenzaron a desarrollar contactos informales, se sentaron las bases para lo que luego vinieron a ser los Acuerdos Abraham. Fue un proceso en el cual el principal afectado fue Irán.
Pero es que Irán fue, en muchos sentidos, el que provocó ese cambio. Su actitud agresiva contra Israel y Arabia Saudita, descaradamente apoyada por la administración Obama, obligó a israelíes y saudíes a acercarse más por motivos de seguridad que por otra cosa. Sin embargo, era cuestión de tiempo para que árabes y judíos empezaran a hablar de negocios.
Así es como, poco a poco, se ha venido redefiniendo el panorama político en la zona, y por eso resultó toda una sorpresa que, de pronto, Irán y Arabia Saudita tuvieran un gesto amistoso.
No nos vayamos con la finta.
En principio, Arabia Saudita e Irán sólo están regresando a una normalidad que se rompió en 2016, cuando ambos países congelaron relaciones diplomáticas, en el marco del incremento de las tensiones provocadas por la política exterior de Barack Obama. El detonante fue un ataque a la embajada saudita en Teherán, ese mismo año.
Así que, en estricto, no estamos ante una nueva era en las relaciones saudíes-persas, sino sólo en un regreso a la normalidad que imperó hasta 2016. Normalidad que, por cierto, no era muy buena. Los antagonismos y rivalidades entre Riad y Teherán son milenarios, literalmente. Se había logrado mantener un formato diplomático funcional, pero este no era un atenuante para el riesgo de conflicto que se ha mantenido latente desde que en 1979 se impuso un gobierno chiíta fundamentalista al frente de Irán.
Desde este primer golpe de vista, la geopolítica en Medio Oriente no cambia. Se distiende un poco, pero nada más.
¿Puede esto afectar la relación con Israel? Dudosamente. Seamos pragmáticos: en política no existen los amigos ni los enemigos, sino los intereses. Y en este momento Israel tiene mucho más que ofrecerle a los árabes, que Irán. Las posibilidades de negocio se están explorando por medio de los Emiratos Árabes Unidos y Baréin, y todo mundo sabe que los resultados van a ser muy positivos. La combinación de la capacidad de innovación tecnológica israelí con el dinero árabe es explosiva, e Irán no tiene nada remotamente similar que ofrecer.
Aún en el remoto caso de que los árabes tuvieran más simpatía por Irán que por Israel, la pura lógica económica —la más importante en este mundo de la política— se impondría.
Ojo: la realidad es que, por naturaleza, los saudíes tienen más simpatía por los israelíes que por los iraníes. Pese a la situación religiosa, todos saben que árabes y judíos somos primos. Los persas son asunto de otro costal.
El asunto no para aquí. Todo lo ya mencionado es apenas lo superficial. En realidad, Arabia Saudita está jugando otra carta poco visible, pero muy importante, y no me parece que Joe Biden haya tomado nota de ello.
La normalización de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita fue gracias a la mediación china, y esa es la verdadera clave para entender el asunto: en un contexto global en el que China y los EE. UU. se han convertido en los mayores competidores comerciales, la parsimonia e indolencia de la administración Biden ha provocado que Medio Oriente (Israel incluido) empiece a reforzar lazos con China. A fin de cuenta, los chinos son buenos clientes de prácticamente lo que sea, y eso es lo que busca cualquier país que se destaque produciendo cualquier cosa.
Los chinos han tomado nota de la lentitud de reacción de los EE. UU. bajo el gobierno demócrata actual, y saben que es muy probable que en 2025 comience una gestión republicana. Las reglas del juego van a cambiar. Por eso, y muy en el estilo de “jugaremos en el bosque mientras el lobo no está” —es decir, mientras un casi senil Biden siga al frente del país más poderoso del mundo—, Pekín seguirá aprovechando todos los vacíos de poder que deja Washington.
Este arreglo entre árabes e iraníes fue una llamada de atenicón. Los gringos de color demócrata pierden otra partida, y China extiende sus posiciones en Medio Oriente. Más allá de que EE. UU. y sus aliados le pongan un alto a China en Taiwán, lo ganado en Arabia Saudita nadie se lo va a quitar a Xi Jinping.
A Israel eso no le molesta. Al contrario: si en lo general todo refuerza la posición de China como un buen cliente en el barrio semita del mundo, mejor. Por eso no hemos visto grandes aspavientos por esta nueva situación con Teherán.
Mientras, los ayatolas siguen su ruta de colapso, misma que no se va a componer con la nueva relación con Riad.
Y eso es bueno para todos.
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