Rabino Yosef Bitton / Pésaj y el Jametz psicológico

En muy pocos días más, el miércoles 5 de Abril por la noche, comenzaremos la celebración de Pésaj. Como se menciona más abajo, hay 8 preceptos bíblicos en Pésaj: Los primeros dos son “Relatar la Hagadá en la noche del Seder” y “Consumir Matzá”. Todos los demás mandamientos están relacionados con la prohibición de consumir o incluso poseer Jametz durante Pésaj. En las próximas líneas trataremos de comprender un poco mejor la razón de los preceptos asociados al Jametz.

“Cuanto más conocimiento menos ego, cuando menos conocimiento mas ego”: Albert Einstein.

Aires de grandeza

Durante Pésaj está prohibido comer o poseer cualquier alimento que sea o contenga Jametz. ¿Por qué? Más allá de las razones históricas bien conocidas, nuestra redención fue tan presurosa que no hubo tiempo para que la masa del pan se eleve, nuestros rabinos vieron en el Jametz, el proceso de fermentación que eleva a la masa, una representación muy significativa. Compararon al Jametz con la soberbia. La masa que se infla sola, con el individuo que permite que su ego se expanda y se engrandezca. La soberbia y el Jametz son simplemente: aire; una inflación ilusoria del yo.

La libertad y el consumo

Pero, ¿por qué nos ponemos a pensar en arrogancia y en humildad específicamente durante Pésaj? Porque no todas las personas están expuestas al riesgo de convertirse en individuos arrogantes. Un esclavo judío en Egipto, por ejemplo, no podía darse el lujo de ser vanidoso. El riesgo de la vanidad excesiva solo es relevante para un hombre libre, pudiente, dueño de su vida. Y en Pésaj, cuando conmemoramos nuestra libertad, tenemos en mente que como individuos soberanos, fácilmente podríamos caer en un tipo diferente de auto-esclavitud. Una esclavitud mental. Una adicción a los aspectos inflables de nuestro ego: la soberbia. La sociedad moderna, en sus incansables esfuerzos por convertirnos en esclavos del consumo. Siendo más narcisistas, más egocéntricos y más hedonistas. Nos empuja a convencernos de que debemos tener no solo todo lo que necesitamos, sino también todo lo que queremos y deseamos. Esta inmensa ambición, cuando se satisface, puede derivar fácilmente en arrogancia: sentir que SOY más que los demás, porque TENGO más que los demás.

Humildad y autoestima

La Matzá, un pan plano, sin miga ni pretensiones, representa la humildad. Ser humilde no significa degradarnos, humillarnos. Sino asumir la verdadera dimensión de la vida humana, tomando conciencia de nuestra ineludible mortalidad, y reconociendo nuestra dependencia de Dios. La humildad, en un plano psicológico, es también la esencia de la autoestima. Quererse, y fundamentalmente aceptarse, es un prerrequisito para estar en paz con uno mismo. El individuo arrogante es inseguro. Necesita el halago público y el permanente aplauso de los demás para sobrevivir emocionalmente. Busca la aprobación del otro, a veces desesperadamente, con el fin de compensar lo que le falta, o porque es incapaz de enfrentar sus propias fallas y errores. Solo el humilde, la persona que no necesita el aplauso de los demás para sentirse mejor, es verdaderamente libre, independiente. El hombre humilde es capaz de admitir sus desaciertos, cambiar y mejorar. La persona arrogante, por otro lado, no puede admitir errores y, por lo tanto, le es imposible cambiar. Y al no poder corregirse, termina adaptándose a sus propios defectos. Esclavizándose a ellos. La arrogancia es un Faraón tirano que condena nuestra personalidad al estancamiento.

Humildad y espiritualidad

La arrogancia, este Jametz mental, es la principal barrera entre el hombre y su prójimo. Y también entre el hombre y Dios. La persona arrogante no concibe “servir a Dios”, pretende más bien “usar”a Dios para su propio beneficio. Nuestros rabinos explican que desde la perspectiva del hombre soberbio, “no hay lugar en este mundo para él y para Dios”. ¿Qué significa esto? Que si la realidad de la existencia fuera un círculo, alguien (o Alguien) tiene que estar en el centro. Y en el centro, no hay lugar para dos. El arrogante se sitúa en el centro y desplaza a Dios a la periferia. En esa relación, él no sirve a Dios, sino que trata de servirse de Él. El objetivo más importante de la vida de un individuo judío es alcanzar un nivel de humildad que reconoce que Dios está en el centro. Y asumir que uno, el ser humano, está aquí por Él y para Él. Una misión imposible para el individuo soberbio, esclavizado a su pequeñez…

De la misma manera que eliminamos cada migaja de Jametz de nuestros hogares, debemos borrar todo rastro de vanidad y soberbia de nuestros corazones.

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