Este artículo es la primera parte del ensayo “El ghetto: historia y memoria”, de Judit Bokser Liwerant y Gilda Waldman M.
Este texto, en 4 partes, reconstruye una de las fases del proceso de exterminio de seis millones de judíos durante la II Guerra Mundial: la referida al establecimiento de los ghettos en Polonia y Europa Oriental. Esta reconstrucción se sustenta sobre dos ejes fundamentales. Por una parte, la dimensión histórica, que se centra en aspectos centrales de la creación de los ghettos, su significado para la vida judía, su estructura organizativa, la vida en su interior y el proceso de su destrucción.
Por la otra, la dimensión testimonial, que pone atención a los poemas, diarios y archivos escritos en el ghetto, como expresión individual y de pertenencia colectiva y, al mismo tiempo, como depositarios de la memoria, componente esencial de la experiencia histórica del pueblo judío.
El Holocausto
Si bien el siglo XX ha estado recorrido por asesinatos masivos, masacres y genocidios que han dejado una cifra escalofriante de víctimas, ningún acontecimiento histórico de este periodo ha tenido un alcance tan devastador en sus motivaciones y en su dimensión ética como el Holocausto.
Aunque ha sido estudiado exhaustivamente, razón e imaginación han quedado desamparadas frente a este evento. La primera no puede comprender un mal inimaginable; la segunda no puede imaginar un mal incomprensible.
Acontecimiento central del siglo que termina, el Holocausto significó el exterminio de dos terceras partes del judaísmo europeo, al tiempo que confrontó a la conciencia occidental con las paradojas de su modernidad: razón y ciencia no constituían, necesariamente, las vías de liberación que la Ilustración había soñado ni que podían evitar las vertientes más sombrías de la barbarie; la idea y el mito de la historia como progreso convivían con la más perfecta planificación científica del asesinato masivo y las esperanzas más promisorias de la humanidad habían llegado a límites de inhumanidad jamás contemplados hasta entonces.
El Holocausto constituyó un acontecimiento único. Referido al asesinato de seis millones de judíos y a la planeada aniquilación total del pueblo hebreo -impedido sólo por la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial- el Holocausto no tiene parangón en la historia.
Por primera vez, un Estado legítimamente constituido se propuso aniquilar a hombres, mujeres y niños por el mero hecho de ser judíos, a fin de no dejar huella de ellos en el mundo. Por primera vez, en 1933, un Estado moderno poseedor de una avanzada tecnología cayó en poder de una ideología, un partido, un hombre y un sistema de dominación para los que el antisemitismo era la cima ideológica de un pensamiento profundamente racista que en el marco de una concatenación única de procesos y eventos condujo al exterminio.
El asesinato y la destrucción de la vida comunal judía fue para el Estado nazi un fin en sí mismo, sustentado en la convicción de que el judío no tenía derecho a vivir. El Estado nazi dedicó sus energías y sus instituciones gubernamentales, industriales, tecnológicas y científicas para cometer el asesinato masivo de millones de judíos europeos bajo el eufemismo de Solución Final. A diferencia de acontecimientos históricos previos, el objetivo primario del nazismo no era la conversión o la persecución del judío, sino su aniquilación total. Se trataba, en última instancia, de cambiar el espectro y la composición de la especie humana eliminando a uno de sus componentes -el pueblo judío- de la faz de la tierra.
Si bien entre las víctimas del nazismo puede contarse a polacos, gitanos, comunistas, homosexuales y prisioneros de guerra soviéticos, entre otros, ciertamente fueron los judíos el blanco central del régimen nazi. El historiador Yehuda Bauer señala al respecto:
“La lucha contra los judíos fue parte crucial de la escatología nazi, un pilar absolutamente central de su visión de mundo y no sólo una parte de su programa”.
En esta línea de pensamiento, en el seno de la prolífera historiografía contemporánea en torno al nazismo, un lugar destacado ocupan aquellos estudios que han ponderado el lugar del Holocausto como una dimensión central y sustantiva de aquél. El permanente avance en la investigación ha generado nuevos enfoques y hoy privan interpretaciones que han convertido a la diversidad en su rasgo distintivo. En un intento por caracterizar el estado actual del saber, Saul Friedlander alude al flujo de las reformulaciones de los últimos quince años, apuntando, sin embargo, hacia la posibilidad de ver en éstas acercamientos complementarios, factibles de nutrir nuevas síntesis.
Entre los elementos que pueden orientar la conjunción de las interpretaciones más tradicionales con los nuevos enfoques, el binomio modernidad-mito aparece como una dimensión destacada que permitiría una amplia caracterización del antisemitismo nazi.
Tanto la modernidad como el mito parecen haber convivido, como elementos contrarios y coexistentes en el seno del nazismo. En la imagen nazi del judío, puede verse de un modo paradigmático cómo el mito se entreteje y arropa de pensamiento “científico”.
Mientras que por una parte la dimensión mítica, arraigada en la tradición, el imaginario y las teorías populistas raciales se centró en el peligro inherente en la naturaleza biológica del judío , por la otra, se insertó en el discurso científico y moderno del pensamiento racial del siglo XIX.
Sin embargo, el componente “científico” parece diluirse y la dimensión mítica aparece de modo exclusivo en lo que respecta a la visión del judío como peligro no sólo por causas biológicas sino por la percepción nazi de él como fuerza destructiva en la historia, asociada simultáneamente a la dominación mundial así como a su destrucción.
De allí que la victoria del “ario germano” sobre el judío no era sólo una necesidad geopolítica para su existencia, sino una condición para la supervivencia de toda la humanidad, toda vez que una amenaza fundamental para la consecución de este objetivo lo constituía la existencia del judío, “un elemento satánico y parásito, débil y despreciable, y sin embargo, también inmensamente poderosos y absolutamente malvado”.
En tanto encarnación del mal, era una raza cuya deshumanización generó una cruel.interacción entre el concepto de raza inferior y de anti-raza. El exterminio judío se volvía, así, para los nazis, como lo diría Himmler en 1943, “una página gloriosa de su historia”, en la que la Solución Final representaba una obligación moral.
Quienes han destacado al antisemitismo como causa directa del exterminio de los judíos, han puesto un énfasis diferencial sobre sus dimensiones contrarracionales o no instrumentales así como sobre los aspectos irracionales de las políticas nazi.
Un acercamiento a la vez complejo y multidimensional al nazismo y al Holocausto apunta hacia la conjunción de una diversidad de procesos históricos contingentes, de desarrollos estructurales y de eventos que pusieron en juego diversos aspectos de la realidad. De allí que la atención a las raíces ideológicas del antisemitismo y sus nexos de significación con el Holocausto refiera tanto a sus relaciones con los antecedentes históricos y con la configuración interna del régimen como a los nexos con la organización burocrática y técnica del exterminio del pueblo judío. Así, por ejemplo, la tensión entre el imperativo extremista del pensamiento mítico y los requerimientos de las políticas burocráticas de un Estado moderno le han conferido un rasgo distintivo a las políticas nazis, tanto más específicos a la luz de la interacción de éstos con la figura de su líder máximo.
En esta línea, la propia complejidad de la dinámica interna del sistema nazi, las interacciones entre los diferentes agentes y actores políticos y los procesos de estructuración del sistema dual partido-Estado posibilitaron, permitieron y orientaron el exterminio de los judíos. De los estudios en torno a la estructuración organizativa del nazismo vis-a-vis la persecusión y el exterminio de los judíos, se han perfilado tanto la concepción de un aparato burocrático que actuó de modo autónomo, como la de un ordenamiento en el que la coexistencia de diferentes centros de poder y sus divergencias de intereses y rivalidades condujeron a medidas crecientemente radicalizadas.
Ciertamente, entre los márgenes del sistema y los marcos de la acción, se desarrolló una política de marginación, persecución y exterminio del pueblo judío.
Un proceso gradual
La coexistencia de diversos factores de poder rivales asumió particular relevancia en la gestación e implementación de las diferentes fases de las políticas anti-judías. El proceso de la destrucción de los judíos fue gradual. Desde esta perspectiva, aunque no existió un plan detallado que fijara tiempos y controlara cada movimiento por adelantado, las prácticas y dinámicas del ordenamiento estatal burocrático se conjuntaron y armonizaron con los objetivos ideológicos del régimen tal como fueron expresados por su líder. De allí que se dio a la luz de la compleja dinámica de la burocratización de sus instituciones, definida como una “radicalización acumulativa”, producto precisamente de las rivalidades y pugnas entre las unidades políticas del sistema. De este modo, en la década de los años 30, el asesinato estuvo ausente como política estatal no sólo por el peso de la opinión pública, sino también por la falta de integración al interior del régimen nazi y la carencia de una política anti-judía centralizada.
Durante esa época se aplicaron otro tipo de medidas contra la población judía tales como el boicot a negocios judíos, el empobrecimiento a través de la confiscación de propiedades; la restricción de libertades civiles y oportunidades profesionales, la creación de un clima social anti-judío, la promulgación de una legislación anti-judía, que alcanzó su expresión máxima con las leyes de Nuremberg en 1935 y el aliento a la emigración. De esta forma, los judíos fueron marginados, discriminados, segregados y excluidos de la sociedad alemana y de la protección de la ley, creándose poderosas fronteras que separaban entre ellos y el resto de la población
En 1938 se agudizaron en Alemania las políticas anti-judías que culminaron en noviembre de ese año con la Noche de los Cristales, en la que se quemaron sinagogas, se atacaron negocios y judíos alemanes y austríacos fueron asesinados y arrestados. De forma paralela, la intensificación de las políticas anti-judías, orientadas a “purificar” a Alemania, obligaba de manera perentoria al abandono voluntario o forzado.
Sin embargo, las posibilidades de emigrar eran difíciles: cada vez eran menos los países dispuestos a abrir sus puertas para recibir emigración judía de Alemania. En 1939 no se tomó ninguna medida para “resolver la cuestión judía”, pero se reforzó el método de la emigración obligada.
En el verano de ese año, el esfuerzo nazi por convertir a Alemania en un “territorio libre de judíos” estaba en marcha e incluso después de iniciada la guerra, el proyecto nazi visualizaba la emigración forzada de todos los judíos residentes en territorio conquistado por el Reich.
Con la conquista de Polonia, en Septiembre de 1939, se agregaron al dominio nazi tres millones de judíos y la situación cambió radicalmente ya que no se preveían formas satisfactorias para una emigración masiva de tal envergadura. La estrategia fue, entonces, “limpiar” de judíos áreas enteras, concentrándolos en ghettos.
(Continuará)
Fuente: Acta Sociológica, noviembre 1999, F.C.P.YS., UNAM, pp. 55-86.
Judit Bokser Liwerant
Gilda Waldman M.
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