La reciente visita a Israel de Reza Pahlavi, hijo del depuesto sha de Irán, puso en la mira de todo el mundo que la disidencia iraní y el Estado de Israel tienen todo para ser grandes cómplices en todo tipo de proyectos. Y eso es una buena noticia para el Medio Oriente, que nos pone a soñar en grande.
Que el régimen de los ayatolas va a caer, es un hecho. Es imposible predecir cuándo, pero ese tipo de regímenes se caracteriza por ser profundamente ineficientes, y eso es lo que los hace inviables, a la larga. Se necesitan condiciones muy especiales para que un régimen fallido pueda consolidarse en el poder durante varias décadas.
Cuba es un buen ejemplo. Si su desastrosa dictadura sigue en pie, es porque durante tres décadas completas gozó del apoyo incondicional de la URSS, y en esa etapa aprovechó para consolidar un sistema educativo que adoctrinó a varias generaciones de jóvenes. O, más bien, los fanatizó. Luego vino la debacle de la ONU, y el régimen cubano pasó por una breve etapa de crisis de la cual pudo salir porque no habían pasado ni quince años cuando Hugo Chávez vino a salvarlos. Así, con dinero extranjero regalado, el régimen castrista pudo seguir adelante.
Irán nunca tuvo estas ventajas. Si bien ha contado con el apoyo soviético primero, ruso después, no ha sido un régimen mantenido. En teoría, no era necesario. La producción petrolera iraní era suficiente para que nadie lo comparara con Cuba. Al contrario: gracias a ese generoso negocio que ha sido el petróleo, Irán fue otro de tantos países que vivió en la ficción de que los Estados no liberales eran proyectos viables (igual que Rusia, sin ir más lejos).
Tan fue así, que incluso se dio el lujo de convertirse en promotor del proyecto imperialista más agresivo de finales del siglo XX. Primero se lanzó a una guerra contra Irak, y luego empezó a extender sus garras en Líbano por medio de Hezbolá, en Siria comprando al régimen de Bashar Al Assad (otro inútil), y en Yemen financiando a la guerrilla hutí.
En ese lapso, no parece que los ayatolas hayan logrado implementar un proyecto de adoctrinamiento infantil y juvenil tan eficiente como el cubano. Es lógico: la política educativa del régimen iraní se plegó a los parámetros clásicos de la muy particular versión extremista del chiísmo promovido por los ayatolas. Los cubanos, en cambio, se plegaron a los modelos de pedagogía marxista vigentes en su momento, mucho más desarrollados que los de cualquier religión milenaria.
El resultado es evidente: mientras en Cuba, con todo y el desastre absoluto que se vive en la isla, todavía hay una gran cantidad de jóvenes engañados con ese delirio de “mejor ser pobre pero digno”, antes que “caer derrotados por el imperio”.
En Irán es distinto: el cambio generacional ya destruyó la base de apoyo de los ayatolas. Todos los iraníes que en este momento tengan de 50 años para abajo, difícilmente se dejan marear con el cuento de que la revolución los salvó del perverso sha. Los más viejos eran demasiado jóvenes en 1979, y los que tengan 44 años o menos, han sido gobernados toda su vida por los ayatolas. Para todos, hablar del sha es lo mismo que hablar de las Cruzadas o la Revolución del Neolítico; sólo son datos de historia. Si ellos conocen de crisis económicas y sociales, es por culpa y responsabilidad única y exclusivamente de Jomeini y sus herederos.
Por eso, cada vez es más evidente que la sociedad iraní está incendiándose. El último detonante han sido las mujeres, que se han levantado en guerra contra un sistema machista y misógino, opresor e inmisericorde.
Rusia, en otro orden de ideas, se metió a un problema gravísimo —su absurda invasión a Ucrania— y no va a salir bien librado de allí. Irán ya no está recibiendo su apoyo, sino que se ha visto obligado a apoyarla con armas. El petróleo es un negocio que cada vez mengua más, e Irán no ha sido el país que mejor se caracterice por modernizar y optimizar sus instalaciones (a diferencia de Arabia Saudita, por ejemplo).
Su proyecto expansionista, además, le obliga a mantener gastos elevadísimos en Líbano, Siria, Gaza y Yemen. Finalmente, Israel sigue al pendiente del desarrollo de los objetivos militares iraníes, y a cada rato les destruye o les sabotea algo más. La nula reacción del “gigante” persa ha demostrado que Irán ya no puede combatir contra su “enemigo sionista”.
Por todo ello no resulta nada extraño que la oposición iraní se muestre tan proclive a fortalecer lazos con Israel, y la visita de Reza Pahlavi lo hizo más que evidente.
¿Qué pasaría si un nuevo régimen se levantara en Teherán, y firmara la paz con Israel, EE. UU. y Arabia Saudita?
En una época como la nuestra, en la que la tendencia internacional es integrar regiones de cooperación económica —como la Unión Europea, modelo a seguir por lo menos en lo teórico—, pensar en un bloque integrado por Israel, Arabia Saudita, todos los países árabes, e Irán, viene siendo lo mismo a soñar con un combo de naciones capaces de competir juntas en los mercados internacionales al nivel de EE. UU. y Europa, o China y sus aliados.
El Medio Oriente va a ser una de las zonas que más van a sufrir a lo largo del siglo XXI por el calentamiento global. Muchas regiones se van a volver inhabitables debido a las temperaturas. Tan inhabitables como cualquier luna de Júpiter o de Saturno.
Claro, hablando en términos naturales. Pero no es lo mismo hablar en términos tecnológicos. Justo esas desventajas se pueden convertir en la gran oportunidad para desplegar todos los experimentos posibles que nos ayuden a encontrar las soluciones para crear condiciones de vida sustentables, ecológicamente amigables, económicamente redituables, y tecnológicamente innovadoras.
Justo todo lo que va a ser la base de cualquier proyecto futuro para construir estaciones espaciales habitadas permanentemente primero en la Luna, luego en Marte, luego en lugares más lejanos del Sistema Solar.
Para que esa ecuación funcione en los áridos e inhóspitos países del Medio Oriente, la pieza clave es Israel. Mientras árabes y persas pueden apoyar con todo el financiamiento necesario, el EstadoJudío es la punta de lanza en innovación tecnológica que puede encontrar las soluciones a los grandes problemas de nuestro tiempo.
Es un hecho que, tarde o temprano, los seres humanos querremos conquistar el espacio. Carl Sagan lo dijo: somos exploradores por naturaleza, y algún día equiparemos las naves en las que iremos a la búsqueda de nuevas fronteras.
Y el laboratorio para todo ello está en Medio Oriente, y la posibilidad de que dicho laboratorio empiece a trabajar en serio, pasa por la reconciliación de Irán con todos los países con los que los ayatolas, absurdamente, se han peleado.
Se vale soñar.
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