Desde la Diáspora / Yom Hazikaron rompe el esquema de mi vida

No lo sé, seguramente a todos los que vivimos en la golá nos ocurre cada año en Yom Hazikaron. Con fuerza, con dolor, tanto… que nos deja agotados y con el corazón al aire.

Yom Hazikaron rompe el esquema de mi vida, me hace pensar en los años que han pasado y los sentimientos varios al recorrer las calles y los campos de Israel y ver a los soldados jóvenes, apuestos, bronceados, dispuestos a defender el Estado que nos protege a nosotros, a un pueblo regado por el mundo e inmerso en un territorio apenas importante y, sin embargo, crucial para el presente y el futuro de la historia del mundo.

Por allá en los 70´s yo era una joven ingenua e idealista de apenas 18 años oriunda de la ciudad de Monterrey emocionada frente a las nuevas vivencias que esperaba se materializaran durante el tiempo que pasaría en Har Hatzofim.

En ese entonces, paralelo a mi anhelo, veía a cada soldado que encontraba en mi camino digno del mayor de mis suspiros, de mi deleite, de mi enamoramiento juvenil.

El uniforme, la boina en el hombro, las botas que los hacía, a mi juicio, lucir como verdaderos Adonis dueños del terreno que pisaban eran la esencia misma de la razón del coqueteo nunca disimulado.

La juventud es capaz de construir castillos y hermosos lagos en el terreno más espinoso. Yo no me había enfrentado a ese camino todavía. Lo conocía de lejos, eso sí, lo había estudiado en la escuela, en los libros, en las fechas importantes que revivíamos cada año en la comunidad o en la organización sionista que existía en la ciudad a la cual asistíamos.

En otro viaje tiempo después, vi a esos soldados presentes en todas partes de mi ciudad amada; Jerusalén. Caí en cuenta que aquel enamoramiento era distinto, que mi percepción era otra. En aquel momento cada joven merecía mi ternura, mi necesidad de protección, de calor de madre. Estaba embarazada y pensaba como haría una madre para sobrevivir el tiempo que su hijo pasaría lejos de casa, apenas en contacto. Lloraba constantemente, caminaba e inevitablemente me topaba con esos jayalim y jayalot y las lágrimas brotaban sin que pudiera hacer nada para evitarlas. —Son las hormonas —me decía mi flamante marido.

Regresé otras veces a Israel, las ocasiones eran varias; visitas familiares, viajes educativos, otros solamente eran paseos y de repente me topo con una sorpresa; cada soldado es un hijo, mi hijo.

Ya no son esos jóvenes de los que me enamoro sin razón, ni el bebé al que deseo proteger. Ahora va mucho más allá.

Ellos representan otra generación, la generación a la que pertenecen mis hijos. ¿Cómo defenderlos siendo solamente una madre si no hay defensa contra lo inevitable, contra lo que no podemos predecir?

Estaba en un momento importante en mi vida, la tormenta de arena en mi desierto personal caía con fuerza, deseaba poder lograr una diferencia con campañas como las del Keren Hayesod, de la Wizo, del Keren Kayemet y siempre me quedaba corta deseando poder hacer un poco más.

La injusticia me irritaba, nuevamente me hacía llorar. Jóvenes casi niños que son advertidos de peligros inmerecidos y entrenamientos que en otros países no existen, otros países que no se enfrentan diariamente con enemigos infames a los que no les importa morir.

Estos jóvenes postergan su educación, dedican sus mejores años a salvaguardar una nación.

Pasó el tiempo y caigo una vez más en lágrimas y lloros incontenibles, soy abuela, mis nietas ya casi tienen la edad necesaria para entrar al Tzahal, a la Fuerza de Defensa Israelí.

Dicen que las abuelas lloramos sin razón, que nos sentamos en el fogón a tejer medias para el ausente que esperamos y para el cual mantenemos las puertas abiertas.

Creo que casi nadie tiene un fogón cercano para tejer medias o largas bufandas, pero lo que si tenemos son las puertas abiertas para nuestros nietos.

Soy abuela y este Yom Hazikaron lloro por cada uno de los caídos con esas lágrimas incesantes que solo nosotras conocemos.

He recorrido mi tiempo, el tiempo y hoy lo amalgamo en un MINUTO DE SILENCIO también convertido en un lamento, en el mismo lamento que carga mi pueblo.

Comparto la pena, el dolor y la pesadumbre infinita que responde a un caído, a un alma judía.

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Thelma Kirsch: