La impresionante historia del Maharam de Rothenburg– Cuando en el año 1273, fue elegido Rodolfo I de Habsburgo como nuevo rey de Alemania, el país se encontraba muy endeudado por las constantes guerras y se necesitaba de mucho dinero para reforzar el poderío militar.
Rodolfo I sabía que podía recaudar grandes cantidades de dinero de las comunidades judías de ese país.
Por lo tanto, decidió implementar excesivas e insoportables cargas de impuestos a los judíos, a tal grado que dejó a los hebreos en una extrema pobreza.
Eso provocó que muchas familias judías comenzaran a emigrar de las ciudades de Maguncia (Mainz), Worms, Espira, así como de otras ciudades.
Sin embargo, como el Rey no estaba dispuesto a perder una fuente tan importante de ingresos como lo eran los judíos, emitió un decreto en el año 1286, en el cual prohibía a los judíos la emigración.
El texto del decreto decía: “Los judíos son todos y cada uno de ellos nuestros vasallos, y tanto ellos como todos sus bienes nos pertenecen. Por lo tanto, cuando algún judío se marcha sin nuestro consentimiento, para establecerse fuera de nuestros dominios, todos sus bienes tanto mueble como inmuebles pasan a ser de nuestra propiedad”.
El Maharam
Esta orden real, fue la desgracia para el famoso Rabino Meir ben Baruj, conocido como El Maharam de Rothenburg, quien había nacido en Worms, Alemania, en el año 1215, y había estudiado en las Yeshivot (academias Talmúdicas) de Francia, con los grandes rabinos de su época, como el Rab Yejiel de Paris.
El Maharam había sido testigo del trágico viernes 17 de junio de 1244 (víspera del SHABAT JUKAT de año 5004) donde veinticuatro carros cargados de manuscritos talmúdicos fueron traídos y quemados en la hoguera por orden del rey de Francia, Luis IX.
El Maharam se lamentó de esta tragedia, en su célebre “Kina” (poema liturgico) “SHAALI SERUFA”, que entonan los Ashkenazim en Tisha Ve Ab.
Luego, Rabí Meir, ya siendo un famoso talmudista, regresó a Alemania, donde ejerció como Rabino y Rosh Yeshivá (líder de la escuela Talmúdica) de la ciudad de Rotemburg, en la cual salieron ilustres alumnos, como Rabenu Asher ben Ijiel, conocido como “El Rosh”, el Rab Mordejay ben Hilel Ashkenazi, conocido como “El Mordeji”, o el Rab Jaim, conocido como “Or Zarua”.
El Maharam de Rothenburg, quien fue considerado como la más importante autoridad rabínica del siglo XIII, tomó la decisión de trasladarse con su familia a Eretz Israel.
Un judío denuncia al Maharam de Rothenburg
De camino a tierra santa, en la zona de Lombardía, al norte de Italia, el rabino se encontró con un judío apóstata, Knippe, que estaba regresando de Roma, acompañado del obispo de Maguncia, y quien conocía bien al Maharam de Rothenburg.
Knippe entonces se apresuró a denunciar ante las autoridades al rabino, acusándolo de que se estaba escapando del país.
Inmediatamente, arrestaron al Maharam el 4 de Tamuz (28 de junio de 1286), y lo llevaron encadenado ante el rey, quien lo mandó a encerrar en el castillo de Ensishein en Alsacia.
El rey estaba seguro de que la comunidad judía no iba a escatimar en esfuerzo, para comprar la libertad del famoso rabino. Efectivamente, las comunidades judías después de mucho esfuerzo pudieron reunir la suma de treinta mil marcos, que ofrecieron al rey para pagar el rescate.
La decisión del Maharam
Sin embargo, cuando se enteró el Maharam de que los judíos habían juntado ese dinero para pagar su rescate, determinó que no lo hagan, e incluso prefirió morir en la cárcel, con el fin de salvaguardar a muchos otros judíos de un destino similar: no quería sentar un precedente para que secuestren a prominentes líderes judíos, cambiarlos por enormes rescates y despojar a las comunidades judías.
Así como está escrito en la Mishná, en el Tratado de Guitim 4:6.
La única petición que hizo Rabi Meir a las autoridades, y que sorprendentemente le cumplieron, fue que le llevaran libros de su biblioteca personal a su celda en la prisión.
Durante los siete años que estuvo en la cárcel, el Maharam continúo estudiando, enseñando, y respondiendo por escrito a todas las cuestiones de las Halajot (ley judía) que a él le dirigían. Algunos alumnos selectos de Rabi Meir, tales como Rabi Shimshon ben Tzadok “Tashbetz”, recibieron autorización para visitar a su maestro en prisión.
Allí Rabi Shimshon tomó nota de todas las decisiones y respuestas halájicas de su rabino, en una obra que se hizo conocida más tarde como “Tashbetz”. El Maharam también mantuvo una gran cantidad de correspondencia con el resto de sus alumnos, a los que no se les autorizó visitarlo. Unas 1500 de esas correspondencias aún se conservan hoy en día.
De esa manera, el rabino permaneció prisionero durante siete años, hasta el fin de sus días, cuando falleció el 19 del mes de Iyar de 1293.
Rescatan su cuerpo
Sin embargo, enojados por no haber podido cumplir con su cometido, las autoridades negaron a los judíos la entrega de su cuerpo para darle sepultura, y lo enterraron en un cementerio del gobierno. Todos los intentos y ruegos de la comunidad judía fracasaron, y no pudieron lograr que les entreguen el cadáver, sino hasta después de catorce años.
Finalmente, en el año 1307, un rico judío de Frankfort, llamado Alexander Susskind Winpfen, gastó la mayor parte de su fortuna para rescatar su cadáver, a fin de dar a Rabi Meír, un entierro judío en el cementerio de Worms. A cambio solo pidió ser enterrado junto al gran sabio.
Esa petición le fue concedida un año más tarde, cuando falleció Alexander Susskind Winpfen. Y hasta el día de hoy, se pueden observar juntas las dos tumbas en el antiguo cementerio judío de Worms, Alemania.
Con el fallecimiento del Rab Meir de Rothenburg en 1293, y la emigración de su alumno “El Rosh” a Toledo, España, la época de los Tosafistas (comentaristas del Talmud) había llegado a su fin.
Cabe mencionar que, la mayoría de las “Halajot” (leyes judías) que acostumbran y se rigen los Ashkenazim, provienen de las enseñanzas de este famoso rabino, el Maharam de Rothenburg.
Cuánto debemos valorar y aprender de esta impresionante historia, de la fuerza y la valentía que tuvieron estos maestros para poder transmitirnos sus enseñanzas aun en las situaciones más difíciles, para que de esa manera pudiera prevalecer la Torá y las tradiciones -y llegar hasta nosotros.
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