Juntos venceremos
miércoles 06 de noviembre de 2024

Irving Gatell/ May the 4th be with you: mis recuerdos de diciembre del 77

“¿Qué hace un judío allí?”, fue lo que me pregunté cuando vi a ese señor viejito, con indumentaria estilo Medio Oriente antiguo, en un paraje estilo Medio Oriente en cualquier época. Ya luego me daría cuenta que el asunto era más judío de lo que me imaginé allí, en mi butaca de cine y con mis 7 años recién cumplidos.

El 25 de mayo se estrenó una película que —¿quién lo iba a saber en ese momento?— habría de transformar al cine para siempre. Revolucionaria en sus efectos especiales, fue el laboratorio desde el cual surgió la tecnología que hace que las películas ya no se filmen, sino que se manufacturen. Pero todo eso que para nosotros hoy es normal, en ese tiempo era una novedad. Los efectos especiales estaban en su prehistoria, y lo más sofisticado que se había filmado era 2001 Odisea en el Espacio, y la serie de Perdidos en el Espacio.

¿La película? Star Wars, conocida en México como La Guerra de las Galaxias. Así, sin subtítulos (Lucas todavía no quería confesarnos que era el cuarto episodio de una historia demasiado larga, que no pudo embutir en una sola película).

Eran buenos tiempos aquellos. La película se estrenaba sólo en los Estados Unidos, y tardaba meses en llegar a México. Y no había modo de piratearla. A lo mucho, podías aspirar a varios meses o años después conseguir un videocasete Beta, filmado con cámar, horroroso y con pésima definición. No te quedaba más alternativa que esperar algo así como medio año, y mientras las expectativas crecían y crecían.

Por eso, cuando la película por fin se estrenó en México el 23 de Diciembre de ese mismo año, los cines que la exhibieron se vieron abarrotados de un modo que nunca se había visto.

Eran las épocas en las que cada fin de año pasaba mis vacaciones con unos primos que viven en Veracruz, ya sea que nosotros fuésemos para allá, o mis tíos y ellos viniesen para acá. Ese año, afortunadamente, les tocó venir. Así fue como la familia se pudo organizar para ir a ver la película. Obviamente, no conseguimos boletos para el estreno. No recuerdo exactamente la fecha, pero la vismo por ahí del 28 o 29 de Diciembre. ¿El cine? Una de las viejas salas de los Cinemas Universidad, en la antigua Plaza Universidad. En aquellos tiempos, eran parte de la revolucionaria cadena Ramírez, la primera que sistematizó los multicinemas. Si mi memoria no falla, en Plaza Universidad había cuatro salas. Dos de ellas transmitiendo La Guerra de las Galaxias.

Cuando me enteré de ello, me dije a mí mismo que no habría problemas con el acceso. Dos salas eran más que suficiente para que todo mundo cupiera.

Craso error. Cuando llegamos, eso era un mundo de seres humanos igual de ansiosos que yo. Cuando entramos (dos tíos, mi hermana, su esposo, mi hermano, cuatro primos y yo) el cine estaba tan lleno que nos tuvimos que separar. Era la primera vez que eso me pasaba en la vida, y a mis recién cumplidos 7 años (22 de Diciembre) no era algo que me resultara agradable. Pero mi primo preferido (por ser el más próximo a mi edad: un año y medio mayor) y yo nos pudimos sentar juntos en primera fila. ¡Primera fila! Eso siempre era emocionante para uno como niño. Primera fila que luego se convirtió en quinta o sexta fila, porque el cine estaba sobrevendido, y cuatro o cinco filas más se improvisaron con gente sentada en el piso. Y cuando ya no cupo más gente ahí, entró gente a sentarse en las escaleras y en los pasillos. Ya sabes; los maravillosos 70’s y su nula cultura de la Protección Civil. Si se hubiese incendiado ese cine, habría sido una masacre. Por cierto: la otra sala que también exhibía la película estaba igual.

Ahí me cambió la vida en cuanto a mi percepción de lo que es el cine. Ahí me volví fan de Star Wars. Ahí se sembró la semilla que luego se convirtió en un frondoso árbol de ansiedad cuando me enteré que venía otra película, y luego otra más, cada una tres años después de la anterior. Ahí fue donde tuve mi primer contacto con La Fuerza.

Y ahí fue donde, en la primera escena en la que aparece Obi Wan, me dije a mí mismo “¿qué hace un judío en la película?”. La indumentaria, la topografía de Tatooine, las barbas de Alec Guiness, todo me remitió a un personaje del Tanaj. Obvio, esa no era la intención, pero esa fue mi impresión, misma que luego se reforzó cuando caí en cuenta que la etimología evidente de Jedi era demasiado parecida a la de judío, Jude, o Yehudi. Sí, la versión oficial es que el término proviene del japonés Jidai-Geki, nombre del género cinematográfico para las películas de época. Pero a mí no me engañan. A fin de cuentas, los Lucaks o Lucas son una de tantas familias judías húngaras, y el Consolidated Jewish Surname Index registra las variantes Lucaci, Lucacio, Lucacs, Lucas, Lucatch, Lucash, Luckas, Luckatch, Lukach, Lukacs, Lukacz, Lukas, Lukasch, Lukash, Lucasz, y Lukats.

Por eso —años después— tampoco me extraño que, siguiendo las enseñanzas cabalística según las cuales la Yud es la letra más pequeña, pero más poderosa de La Creación—, el jedi más pequeño pero más poderoso se llamara Yoda. Y por eso tampoco me sorprendió que en El Imperio Contraataca el emperador Palpatine y Darth Vader discutieran ampliamente sobre la “conversión” de Luke. O su muerte, si se rehusaba. Por eso tampoco me pareció fuera de lugar que la indumentaria imperial tuviese un cierto estilo nazi, y que la armadura de Vader estuviese claramente inspirada en la de los antiguos samurai. Total, Japón y Alemania fueron aliados en esos aciagos años de la Segunda Guerra Mundial. Y, finalmente, que la lucha de los Jedi fuera por sobrevivir al exterminio.

Es cierto que Star Wars es un universo muy complejo en el que se dan cita muchas y muy diferentes fuentes documentales, históricas y tradicionales. Es un fascinante mundo medieval pero tecnologizado pero místico pero militar pero futurista pero ubicado en una galaxia muy, muy lejana, hace mucho, mucho tiempo.

Y ya ven. Uno así, chiquito, de 7 años, sin haber desarrollado todavía muchos mecanismos de defensa para protegerme de ese tipo de producciones de cine. ¿Qué esperaban que hiciera? Lo siento. Me volví fan. Y sospecho que aunque hubiese tenido los mecanismos de defensa culturales, psicológicos, intelectuales y morales que tengo hoy, a mis 52 años de edad, de todos modos me habría vuelto fan.

Una película —luego una saga, luego un universo entero— demasiado entrañable como para mantenerme al margen.

May the 4th be with you!


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