A escasos cuatro meses de la instalación del nuevo gobierno de Israel, la distancia entre Jerusalén y Washington se ha visto aumentada. Había sido la tradición entre los aliados habituales, unidos por intereses comunes, enemigos comunes y visiones geopolíticas comunes, que el primer ministro del Estado de Israel fuera invitado a una visita en la Casa Blanca. Benjamín Netanyahu no ha sido invitado aún por Joe Biden.
El gobierno de Israel, autodenominado como de derecha sobre derecha, es una coalición en la cual no hay partidos de la llamada izquierda. Se deben hacer ciertas consideraciones. En Israel, se califican de derecha partidos religiosos, aún cuando su agenda social no se pueda calificar como tal. Pero bueno, las particularidades de Israel dan para mucho. La coalición de derecha se debería caracterizar por una política más dura frente a las agresiones de Gaza y los atentados, en una postura muy apegada a no negociar tierras por paz. Pero en verdad, las acciones y políticas del gobierno de Israel la dictan más las circunstancias que las posiciones ideológicas. Es así como ni izquierda ni derecha han logrado concertar una paz con los palestinos, ni tampoco un cese de hostilidades, ni acabar con los atentados. No depende de Israel lo anterior, y debe actuar y reaccionar en consecuencia. Claro, cada gobierno y cada coalición, con su toque particular.
Los Estados Unidos de América, muchos países de Europa y también la ahora oposición en Israel, no ven con buenos ojos a algunos de los miembros del ejecutivo de gobierno de Israel. Itamar Ben Gvir es el ministro de Seguridad Nacional, y tiene un pasado de manifestaciones reprochables, posiciones políticamente incorrectas. Pero accedió a su puesto en el parlamento y luego a la coalición de gobierno siguiendo las reglas electorales del país. Un actor de la política de Israel, con posiciones vehementes y claras, que ganó votos en base a ellas. Una vez que accede a una posición de gobierno, la práctica democrática es aceptarlo a pesar de que a los opositores y a otros tantos no les guste. Porque si era apto para participar en el proceso electoral, fue en base a la posibilidad cierta que tuviese una victoria.
La democracia no consiste en dejarlo participar a condición de que nunca gane. Las figuras políticas y de liderazgo en Israel, y también en muchas partes del mundo, han perdido mucho de su estatura y majestad del cargo. Puede ser por la gran cantidad de información que se maneja sobre todos, que los hace muy accesibles a juicios y valoraciones. Las redes sociales, la información en tiempo real y la poca estima que se da de la función política, hace que quizás no se tenga el respeto reverencial por los gobernantes de turno. La imagen del presidente de los Estados Unidos, o del primer ministro de Gran Bretaña en los años cincuenta, era seguramente más respetada y respetable que la del mismo funcionario en los inicios del siglo XXI.
Benjamín Netanyahu es un político respetado. Más respetado que querido quizás. Para formar su coalición de derecha tuvo que valerse de algunos partidos y personajes con imagen y posturas que resultan chocantes para algunos. La dinámica de la política israelí, con cinco elecciones en menos de tres años, agotó las posibles combinaciones de coalición. Las posturas excluyentes de algunos partidos de no aceptar formar gobierno con determinados actores políticos, las distintas problemáticas del país, abonaron el terreno para la formación de este
gobierno.
Los gobiernos de turno de un país son circunstanciales y así deben ser percibidos. Cuando hay juego democrático, la alternancia es garantía de cambio, de corrección. Los problemas de Israel en el 2023 son básicamente los mismos que los de gobiernos anteriores. Ahora se suman unos cuantos más.
Cuando a ciertos países y sectores no les gusta el gobierno de turno, está dentro de lo legítimo y aceptable. Cuando se ejerce presión diplomática y de otra índole para presionar y corregir entuertos, se actúa dentro de los límites aceptables y convenientes. Pero a veces, y con Israel es frecuente, gusta más un tipo de gobierno y coalición que otra…
La distancia de Jerusalén a Washington se ha visto aumentada estos meses. La administración Biden quiere de Jerusalén ciertas condiciones y actitudes que no se han dado, y presiona para logarlo. A Biden le preocupan o le molestan algunos ministros, la propuesta de reforma judicial. Asuntos propios de la vida política de un país vibrante y tenso.
Jerusalén está más lejos de Washington estos meses. Pero Washington está más cerca de Jerusalén al parecer, más involucrado quizás. De cualquier manera, las realidades de la región y del mundo, propiciarán la visita del primer ministro de Israel al presidente de los Estados Unidos de América pese a la distancia virtual de Jerusalén a Washington.
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