Yosef Bitton / La Guerra de los Seis Días: El momento más difícil del Estado de Israel

Este próximo viernes 28 de Iyar (19 de mayo), celebraremos los 56 años de Yom Yerushalayim, el día en que los judíos recuperamos Jerusalén . Este hecho histórico de proporciones bíblicas fue la culminación de una epopeya militar que incluso el menos creyente considera un milagro: la Guerra de los Seis Días, cuando la unidad y la valentía del pueblo judío merecieron la intervención divina que nos concedió la victoria.

La Provocación

Los países árabes nunca aceptaron la existencia del Estado de Israel. Desde su establecimiento en 1948, los árabes rechazaron toda posibilidad de convivencia e hicieron todo lo posible por destruirlo y «echar a los judíos al mar», el eufemismo favorito de los vecinos de Israel para referirse a un segundo Holocausto.

En 1964, Israel creó lo que en hebreo se llama «Hamovil Haartzí», una compañía que administra el agua desde el río Jordán hasta el desierto del Néguev. A pesar de que la cantidad de agua que utilizaba Israel era la acordada en tratados internacionales, Siria comenzó a sabotear esta compañía desviando el caudal del río Jordán, que provee de agua a Israel. Así comenzó lo que se llamó la Guerra del Agua (Miljemet Hamaim), que duró un par de años.

En 1967, Egipto, bajo la presidencia de Gamal Abdel Nasser, se unió a Siria y comenzó sus provocaciones contra Israel. El 15 de mayo de 1967, las tropas egipcias ingresaron a la península del Sinaí. Recordemos que en 1957 Israel había conquistado el desierto del Sinaí, y al finalizar la guerra hizo «lo que ningún otro país hizo y lo que a ningún otro país se le exige»: Israel aceptó retirarse de la zona conquistada en la guerra, con el fin de llegar a un acuerdo de paz con Egipto (vale la pena aclarar que, de acuerdo a la ley internacional, los territorios conquistados en una guerra, especialmente provocada por el enemigo, son considerados legalmente parte del territorio del vencedor. (¡Pregúntenle a Rusia!).

Las condiciones que impuso Israel para la retirada fueron que la zona se mantuviera desmilitarizada y que las fuerzas de paz de las Naciones Unidas estuvieran apostadas en la península para evitar el paso de tropas egipcias. Estados Unidos y otras poderosas naciones europeas se habían comprometido a garantizar este acuerdo.

¿Qué acuerdo de paz?

Pero cuando en mayo de 1967 las fuerzas egipcias violaron este acuerdo, cruzaron el canal de Suez e invadieron el Sinaí, los estados garantes ignoraron sus promesas y compromisos y no reaccionaron. Y la gota que colmó el vaso fue que Egipto también bloqueó el estrecho de Tirán, impidiendo la salida de embarcaciones israelíes por el Mar Rojo. Esto se consideraba ahora un acto de guerra. Nuevamente, ninguna nación del mundo salió en defensa de Israel. Nadie hizo nada contra Nasser: ni sanciones internacionales ni embargos. Las fuerzas de paz de las Naciones Unidas fueron formalmente invitadas por Egipto a retirarse del Sinaí, y sorprendentemente, esas fuerzas internacionales que estaban allí para impedir una incursión egipcia, ¡se retiraron de la zona de conflicto! Qué gran lección para nuestros días: recordar cuánto puede confiar Israel en sus aliados o en las fuerzas internacionales de paz cuando más los necesita…

Como ya había ocurrido en 1948, la pequeña nación de Israel quedaba una vez más sola y abandonada. La pasividad de las superpotencias dio más entusiasmo a Nasser y al ver que ningún organismo internacional se oponía a las provocaciones de Egipto, y que nadie acudía en ayuda de Israel, y completamente seguros de su victoria debido a su impresionante superioridad numérica, los países árabes liderados por Egipto anunciaron la inminente guerra y declararon a viva voz que el final de Israel estaba cerca. La radio de El Cairo transmitió el siguiente mensaje en hebreo: «El presidente Nasser anuncia que nuestro objetivo es apoderarnos de Israel y… liberar Palestina. ¡Oh, sionistas! ¡100 millones de soldados los destruirán! Prepárense, porque 100 millones de árabes van a cavar vuestras tumbas».

Tzav Shmone

En Israel, se convocó a todas las fuerzas de reserva a presentarse (גיוס כללי). El estado de ánimo de los judíos era muy pesimista. Todos conocían la diferencia de fuerzas entre los países árabes e Israel. En ese entonces, Israel contaba con 2 millones y medio de habitantes, mientras que los países árabes que enfrentaban a Israel (Egipto, Siria, Jordania e Irak) tenían más de 100 millones. Los ejércitos árabes tenían 4 veces más tanques que Israel y 3 veces más aviones, incluyendo los modernos MiG de fabricación soviética que en ese momento se consideraban invencibles. Israel solo contaba con aviones franceses que ya estaban obsoletos. Y nadie ignoraba que esta guerra se definiría en las batallas aéreas. En Israel se estaban cavando trincheras y también miles de tumbas en los kibutzim y en los parques nacionales, en espera de lo peor. Los ataúdes de madera ya estaban preparados…

La Unidad de Israel

El 22 de Iyar del calendario hebreo, que correspondía al 1 de junio de 1967, tuvo lugar un evento muy especial, único y sumamente positivo. Tan positivo que me atrevería a sugerir que fue este evento lo que nos hizo merecer el milagroso triunfo en la Guerra de los Seis Días: los judíos dejaron de lado sus diferencias políticas y se unieron. No solo en las calles, en los cafés y en las sinagogas, sino también en el lugar más dividido del mundo judío: la Knéset, el Parlamento de Israel. Por primera vez desde la creación del Estado de Israel, «todos» los partidos políticos, que hasta hoy siguen muy divididos, se unieron en un «gobierno de unidad nacional». Judíos religiosos y no religiosos, sefaradíes y ashkenazíes, de izquierda y de derecha, todos, como dice el Midrash, «como un solo hombre, con un mismo corazón». Ese gobierno unido y unificado tomó una decisión absolutamente audaz y valiente: no íbamos a esperar a ser atacados, actuaríamos de inmediato.

Y al estar unidos, HaShem estuvo con nosotros…

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