La Primera Guerra Mundial fue una época de tragedia, pruebas y tribulaciones para los judíos de todo el mundo. En mayo de 1915, durante la festividad de Shavuot, tuvo lugar una de las mayores expulsiones de judíos desde los tiempos de los romanos. Más de 200.000 judíos de Lituania y Curlandia (Latvia) fueron obligados de forma abrupta a abandonar sus hogares bajo circunstancias desesperadas.
Con el avance del ejército alemán desde el frente Oriental en la primavera de 1915, las fuerzas rusas en retirada descargaron su furia contra los judíos y los culparon de sus derrotas. Presentaron acusaciones falsas de traición y espionaje en favor del enemigo y trataron de evitar el contacto entre los judíos y las fuerzas alemanas, expulsando a los judíos que estaban cerca del frente de la guerra. A lo largo de las provincias de Polonia expulsaron a multitudes de judíos. Muchos también huyeron de sus hogares por miedo a los pogromos.
A fines de marzo, las fuerzas alemanas se acercaban a Lituania y las fuerzas rusas continuaban su retirada. El 11 de mayo, en el pueblo de Kuzhi, los judíos del lugar fueron acusados de ocultar en sus hogares a las tropas alemanas antes de un ataque alemán al pueblo. Las pruebas presentadas después de una investigación de tres miembros del Duma (el parlamento ruso), demostraron que los cargos eran falsos y absurdos. Pero las acusaciones ya se habían dispersado por toda Rusia a través de informes de periódicos y se convirtieron en otro pretexto para perseguir a los judíos rusos. La expulsión masiva de Lituania comenzaría muy pronto.
Mientras los judíos se preparaban para la festividad de Shavuot, aparecieron avisos indicando a los judíos que vivían en zonas cercanas al frente de guerra que debían dejar sus hogares en los próximos dos días. Muchos de estos avisos les daban 24 horas o menos tiempo para partir.
Los judíos de Lituania, cuyo legado se remontaba a cientos de años atrás, partieron rápidamente en unos pocos días.
Cuando les ordenaron ir hacia el oriente, los judíos de Lituania, cuyo legado se remontaba a cientos de años atrás, partieron rápidamente en unos pocos días. Incluso los enfermos estaban incluidos en el decreto. Quienes no cumplieran, serían ejecutados.
Al acercarse la víspera de Shavuot, el 18 de mayo, multitudes de judíos se dirigieron hacia un medio de peligros desconocidos en una búsqueda desesperada de refugio. En los campos y en las rutas, enfrentando numerosos peligros, recitaron el Kidush y organizaron minianim para las plegarias festivas.
En Curlandia, los judíos enfrentaron el mismo desafío, aunque la expulsión entró en efecto uno o dos días más tarde.
De acuerdo con un testigo ocular, al comenzar el éxodo desde el pueblo de Keidan, “la gente se despedía. En su última noche en Keidan, durmieron sobre sus bultos mientras el fuego de los cañones sacudía las paredes de sus casas”. Treinta carros llenos de hombres, mujeres y niños se dirigieron a la ciudad de Homel. A partir de allí, se vieron obligados a dirigirse más hacia el este.
Un médico militar judío observó cómo cientos de judíos de la ciudad de Keidan reunían apresuradamente sus pertenencias. Conmocionado y desesperado, les preguntó por qué los expulsaban. Le respondieron: “¡Porque somos judíos!”. Con lágrimas en los ojos, él dijo: “¡Yo arriesgo mi cabeza por ellos y a cambio exilian a mis hermanos!”. Eso fue lo que ocurrió con muchos judíos que sirvieron valientemente en el ejército del zar mientras sus familias enfrentaban las persecuciones.
El historiador Simon Dubnow presentó numerosos relatos de la expulsión en la edición de 1918 del periódico judío ruso Yevreiskaya Starina. En el pueblo de Ponevezh “Había un verdadero pandemonio. Artículos del hogar, empaquetados apresuradamente en bolsas, manteles, canastas, baúles, todo estaba revuelto. Los niños perdían a sus padres, que corrían frenéticamente buscándolos. Los gemidos de los niños, los gemidos de los enfermos, los llantos, los gritos. Llevaron a los residentes de la casa de beneficencia. Ancianos ciegos con manos temblorosas, paralizados, ancianas con mochilas… Los que estaban fatalmente enfermos yacían sobre lamentables harapos sobre la carretera misma”. La casa de beneficencia de Ponevezh albergaba a 43 ancianos. El más joven de ellos tenía 67 años, el mayor, 97.
Las comunidades judías ayudaron a los refugiados que llegaban a sus pueblos, dándoles comida, albergue y a veces empleo. La organización Yekapo, una abreviatura de “Ayuda para las víctimas de guerra de la comunidad judía”, esperaba en las estaciones de tren y en otros lugares para ofrecer ayuda. A veces, la misma comunidad que ayudaba a los refugiados luego se convertía en refugiados a causa del mismo decreto.
Algunos de los exiliados fueron a Vilna, donde no hubo expulsión. Un Rabino describió la reacción de la comunidad de Vilna ante su llegada: “Era el primer día de Shavuot y los judíos de Vilna fueron a la sinagoga sin saber que el primer tren de aquellos que habían sido expulsados ya había llegado. A pesar de que era un día sagrado, rápidamente se organizaron lugares de reunión y pidieron que cada familia judía de Vilna llevara algo comestible… En el curso de dos horas, recolectaron miles de kilos de pan, azúcar, carne, queso, huevos, carne hervida y arenque”.
El decreto de expulsión no duró. Poco después, el comandante en jefe del ejército ruso, Nikolai Nikolayevich, dijo a sus comandantes que detuvieran las expulsiones masivas de los judíos. La economía local había resultado dañada y también la imagen de Rusia se había visto afectada. Propuso que los judíos fueran expulsados sólo de un lugar específico a la vez, en “casos inusuales”.
La vida en Rusia ya nunca volvería a ser igual.
El impacto a largo plazo de la expulsión fue significativo. Con el desmantelamiento de las comunidades judías, la vida religiosa de los judíos de Rusia comenzó a declinar. Las instituciones religiosas que eran la savia vital de la comunidad (el jéder -escuela judía, la mikve, la sinagoga y la ieshivá) se vieron afectadas por el desalojo masivo y repentino de los judíos lituanos. La vida en Rusia ya nunca volvería a ser igual.
Debido a la severidad de las expulsiones, la Zona de Asentamiento a donde los judíos de Rusia fueron confinados desde fines del siglo XVIII finalmente terminó con un decreto de agosto de 1915, que permitió a los judíos irse hacia el este de Rusia. La intención no fue liberar a los judíos del confinamiento a la Zona de Asentamiento, sino mantenerlos lejos del frente de guerra debido a sospechas irracionales respecto a la deslealtad judía.
El primer día de Shavuot, los judíos se reunieron a rezar en una pequeña sinagoga vacía de Lituania. De acuerdo con un testigo ocular de la expulsión, tal como quedó registrado en el libro Miljomo Shtoib (Polvo de Guerra), el Rabino del pueblo de Shavel, el destacado Rav Meir Atlas, se puso de pie frente a un grupo de personas traumatizadas y dijo las siguientes palabras de consuelo: “Hijos, esto va a pasar. Miles de años de dolor y sufrimiento ya han pasado. Esta es la voluntad de Dios. Y ahora, digamos Halel (la plegaria de la festividad que alaba a Dios)”.
Que el recuerdo de los rectos que soportaron y sufrieron en Shavuot de 1915 sea para bendición.
Fuente: Aish Latino
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