Cuando en noviembre pasado Benjamín Netanyahu obtuvo la victoria electoral y dio los primeros pasos dirigidos a enhebrar una coalición con líderes nacional-religiosos, el presidente Biden no se apresuró a desearle éxito en su retorno al liderazgo del país.
Actitud que claramente reveló su insatisfacción respecto a una probable estructura gubernamental susceptible de lesionar el espíritu y el rumbo democrático del país.
La concreción de este inquietante escenario le condujo a una decisión que no ha cambiado en los últimos seis meses: postergar indefinidamente una invitación oficial a un encuentro en Washington.
Ya sea para superar su descontento, ya sea para revelar a la Casa Blanca el prestigio que en contraste merece en países europeos, Bibi resolvió visitar junto con su esposa a tres de ellos.
Suponía entonces que la cordial recepción que mereció por parte de sus gobiernos y de los medios periodísticos conduciría a un cambio de actitud en la Casa Blanca.
Anticipación que los hechos han desmentido hasta este momento.
Cabe indicar dos circunstancias que, en mi opinión, explican la fría actitud de Biden.
Una alude a la franca simpatía de Bibi respecto a gobiernos estadounidenses presididos por figuras que adhieren al partido republicano.
Fue clara y ostensible en el caso de Trump, y cabe suponer que se repetirá con este o con cualquier otro candidato republicano en el próximo torneo electoral.
Postura claramente inaceptable para Biden en lo personal y para su partido en general.
A esta circunstancia se suman las tensiones que hoy abruman al Medio Oriente debido a la posibilidad de un enfrentamiento no convencional entre Irán e Israel.
Perspectiva que la Casa Blanca se inclina a deshacer por medio de un convenio explícito con Teherán con los debidos ajustes al acuerdo adelantado en 2015 por el presidente Obama.
Sin embargo, no pocos signos indican que el gobierno de Netanyahu se inclina en estos días a asumir una actitud similar a la que Begin y Olmert adoptaron cuando países vecinos de Israel resolvieron levantar una base nuclear: destruirla antes de su efectiva operación.
Tendencia inaceptable para Washington por varias razones.
La primera: una franca iniciativa bélica por parte de Israel en contra de Teherán aceleraría su total adhesión a Moscú amén del consiguiente y severo trastorno del orden regional e internacional.
Y la otra: una acción bélica israelí contra un país musulmán con recursos militares, convencionales o no, habrá de fortalecer la hostilidad nacional-religiosa en el Medio Oriente respecto a una entidad nacional que desde su nacimiento es considerada, abierta o indirectamente, peligrosa y extraña.
Circunstancias que, en mi opinión, la desigual coalición de Netanyahu debe considerar antes de alentar y emprender una iniciativa militar en contra de Irán.
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