En estos días las tensiones personales e ideológicas en la coalición gubernamental presidida por Benjamín Netanyahu se multiplican.
Algunas de sus causas: tensiones personales e ideológicas que de momento no ponen en alto riesgo la estabilidad del país a pesar de las públicas y masivas protestas a la anunciada reforma judicial, la creciente inflación, las filosas
amenazas que llegan desde el Líbano e Irán, y, en fin, la áspera negativa del presidente Biden a invitar a Bibi a la Casa Blanca.
Un escenario que, a mi juicio, conocerá importantes cambios en el curso de los próximos meses y en el inicio del 2024.
Una de las probables causas: el creciente enfriamiento, si no la franca ruptura, de las relaciones entre Rusia e Israel.
Hasta aquí ambos países han preservado una correcta distancia que se refleja tanto en las operaciones militares de Israel en Siria como en el mesurado apoyo de nuestro país a Ucrania.
Sin embargo, el presente entendimiento militar entre Rusia e Irán implica una grave amenaza no solo a Ucrania. También para nuestro país pues facilita a Irán perfeccionar armas y técnicas que determinarán sustancialmente el carácter y los resultados de un probable choque entre Jerusalén y Teherán.
Por añadidura, este entendimiento complicará hasta frenar las incursiones aéreas de Israel en Siria toleradas de momento por Moscú.
Y en este escenario las inclinaciones agresivas tanto de Teherán como de Beirut tomarían acelerado impulso poniendo a prueba la capacidad de Israel para frenarlas.
Se conocerían además recursos militares no convencionales que pondrán a prueba la capacidad científico-militar de las partes.
Escenario que, a mi ver, apresurará la recomposición o la franca caída del gobierno actual constituido por personajes que apenas cuentan con alguna experiencia militar.
Y en estas circunstancias, personajes hasta aquí alejados del actual gobierno, como Benny Gantz y Yair Lapid, serían invitados por Bibi para tejer una nueva coalición, o bien Gantz preferirá levantar un nuevo gabinete con amplio apoyo popular y militar.
Ciertamente, los resultados de estos probables y dramáticos virajes remodelarán no solo la geografía y las relaciones políticas en el Medio Oriente. Cambiarán por añadidura las perspectivas y la estratificación de no pocos países en la órbita mundial.
Y en cualquier caso, Israel deberá en este nuevo escenario redefinir las relaciones entre los ciudadanos religiosos, con sus desiguales matices, y los seculares con el propósito de garantizar y enriquecer el futuro del país.
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