Uno de los temas mencionados en la Parashá de esta semana es el de Sotá, un caso relacionado con la infidelidad. La Torá y los Sabios discuten este tema en profundidad y describen no solamente las obvias consecuencias del adulterio sino también cuáles son los factores que contribuyen a esta desviación, o a la sospecha de infidelidad, y las conductas que previenen y fortalecen la fidelidad.
En las próximas líneas me referiré brevemente a tres temas relacionados directa o indirectamente con la preservación de la exclusividad sexual en un matrimonio judío.
Consagrando la intimidad sexual
A diferencia de otras religiones, el judaísmo percibe la sexualidad como algo positivo, sagrado. Nuestros Sabios explicaron que nuestro comportamiento debe aspirar a emular a Dios. Él es compasivo, equitativo y magnánimo. Así también nosotros debemos incorporar estas características en nuestro proceder. Esta “imitación de Dios” alcanza su punto más elevado cuando el esposo y la esposa se convierten en “creadores” de una nueva vida. La procreación nos ofrece una oportunidad —sin paralelo en ningún otro acto en la vida— de imitar al Creador Todoposeroso.
La sexualidad también nos completa: nos lleva a la plenitud física y emocional como individuos. La primera referencia bíblica acerca de la sexualidad afirma: “y el hombre… se unirá a su esposa y se convertirán en una sola carne/persona” (Génesis 2:24). De este versículo, los Sabios dedujeron que un hombre o una mujer deben considerarse como media persona (pelag gufa), y que la culminación de la realización humana solo se puede lograr a través de la intimidad matrimonial.
La sexualidad es ciertamente sagrada, pero también es vulnerable a la corrupción. La Torá relata la generación del Diluvio, donde la corrupción sexual y la violación fueron los síntomas iniciales de la decadencia moral de esa generación corrupta. Para esas personas, el sexo dejó de ser un acto que acercaba a los humanos a lo Divino. Trataban al sexo como si no tuviera relación con el amor y la santidad, y lo consideraban simplemente como casual, sin ataduras: la vía para la satisfacción de los instintos primarios.
Debido a su importancia y sus poderes creativos (y destructivos), la sexualidad necesita ser “consagrada” (qiddushin). La consagración de la sexualidad tiene lugar cuando esta se desarrolla exclusivamente en el contexto del matrimonio. Así, nos permite imitar al Creador y nos ayuda a conocer íntimamente a la persona que más queremos, transformándonos en un ente más relevante que el “yo”: el “nosotros”.
Cuando tiene lugar fuera del matrimonio, el sexo se vuelve destructivo. La infidelidad suele jugar un papel decisivo en la mayoría de los casos de divorcio. El adulterio es, por lo general, la última línea roja que se ha cruzado. La infidelidad aleja a una persona de Dios y de los individuos que uno más ama: la esposa, o esposo, y los hijos.
- Preservando la pasión
Pero el judaísmo va más allá de limitar la sexualidad al contexto del matrimonio. También es fundamental preservar la atracción sexual entre marido y mujer y evitar aquello que la puede dañarla o destruirla. La Mitzvá de Niddá fortalece la fidelidad. Un matrimonio judío se abstiene de la actividad sexual durante aproximadamente dos semanas cada mes, correspondientes al ciclo de la mujer más siete días adicionales. Cuando los Sabios del Talmud, específicamente Rabbí Meir, explicaron la razón detrás de esta regulación, dijeron que gracias a este periodo de separación física, el esposo y la esposa reviven el deseo del uno por el otro. En otras palabras, lejos de afectar negativamente el deseo sexual este periodo de separación lo intensifica, evitando uno de los mayores desafíos que enfrentan los matrimonios: el aburrimiento y la monotonía sexual. Este problema, bien conocido y analizado por psicólogos y sexólogos, surge de las teóricas oportunidades ilimitadas de intimidad en una relación matrimonial, lo que puede impulsar la búsqueda de novedades sexuales y conducir a la infidelidad.
El rabino Meir explicó que durante los días de separación física, un esposo judío desea pasionalmente a su esposa, y su atracción física hacia ella se intensifica a medida que se acerca la noche de la Mikvé (la inmersión ritual que concluye el periodo de abstinencia). Y cuando la esposa regresa de la Mikvé —incluso en el caso de una pareja que lleva muchos años casados—, el deseo de uno por el otro se regenera “con la pasión que sintieron en su noche de bodas”. Es como si periodo de Niddá produjera cada mes una nueva luna de miel (alguien dijo que si esta extraordinaria Mitzvá no existiera, ¡habría que inventarla!).
Ese intervalo de restricción sexual también promueve un nivel más profundo de interacción entre el esposo y la esposa. La pareja aprende a comunicarse afectuosamente a nivel de amistad. Toda pareja debería aspirar a alcanzar un grado de relación no física, que fortalecerá al matrimonio para el resto de sus vidas. Especialmente cuando pasan los años y el deseo sexual disminuye naturalmente, es allí cuando la amistad entre el esposo y la esposa florecerá, basándose en esa “relación platónica” construida durante años en los periodos de Niddá.
- Preservando la fidelidad
En la tradición judía, hay leyes y códigos de conducta diseñados específicamente para evitar la infidelidad. Una de estas reglas se conoce como “Yijud”, cuando un hombre y una mujer que no es su esposa se aíslan en un lugar recluido. Los Sabios lo mencionan como uno de los errores que se cometen en el caso de Sotá y promueven las sospechas de adulterio. La historia de Amnón y Tamar en el libro de Shmuel ilustra la importancia de esta regla. Amnón, uno de los hijos del rey David, desarrolló una obsesión sexual por Tamar, su media hermana. Y para recluirse con ella, fingió estar enfermo y solicitó su ayuda. Pidió que todos dejaran su habitación y una vez a solas con su media hermana, Amnón abusó de ella. Este devastador evento impactó profundamente al rey David, quien se sintió culpable por no haberse dado cuenta de lo que ocurría en su propia familia. Para evitar que casos similares se repitieran en el futuro, el rey David, junto con su Corte de Justicia, instituyó la ley de Yijud, que prohíbe a un hombre judío estar recluido en una habitación cerrada junto a una mujer que no sea su esposa.
La prohibición del Yijud se enmarca en la categoría de “guedarim” o “siyaguim”, que se traduce como “medidas de seguridad” o cercas halájicas, destinadas a prevenir que los individuos sucumban a transgresiones más significativas. El equivalente de un “siyag” podría ser cuando un guardabosques erige una cerca a unos pasos de un acantilado para proteger a los visitantes, y que estos no se acerquen demasiado e involuntariamente caigan al vacío.
También existen estos tipos de mecanismos preventivos, por ejemplo, en el campo de adicciones. A una persona que lucha con la adicción al alcohol se le aconseja que evite los bares, las reuniones donde se sirve alcohol, y que se abstenga de socializar con amigos que beben. Estas “vallas sociales” sirven para proteger a los individuos de sus propios impulsos y prevenir la posibilidad de enfrentarse a tentaciones irresistibles que no puedan controlar. Es más fácil evitar entrar a un bar que resistirse a beber alcohol una vez que la bebida está al alcance.
De manera similar, los rabinos reconocieron el poder del instinto sexual y subrayaron que confiar únicamente en el sentido común y la moral personal es insuficiente (אין אפוטרוסוס לעריות). Se requieren normas y vallados adicionales para evitar situaciones potencialmente catastróficas. Si se evita el Yijud —el aislamiento privado entre un hombre y una mujer—, se previene el escenario natural en el cual la infidelidad, o la conducta sexual inapropiada, se desarrolla.
El concepto de Yijud en nuestros días no solo se reconoce, sino que también se practica cada vez más, incluso en la sociedad no judía. En Estados Unidos es muy común que los asesores legales recomienden a los terapeutas, médicos, abogados y otros profesionales que eviten estar a solas en una habitación cerrada con un paciente o cliente del sexo opuesto para evitar situaciones inapropiadas o el alegato de las mismas. Esto demuestra la avanzada sabiduría de la Torá y de nuestros Sabios, que establecieron hace miles de años estas leyes que hoy en día son ampliamente reconocidas, valoradas y adoptadas en todo el mundo civilizado.
- Comunicación y fidelidad
En el judaísmo, la sexualidad se reserva exclusivamente para la relación íntima entre esposo y esposa. Esta sencilla pero crucial idea implica también que se deben evitar ciertos tipos de interacciones entre hombres y mujeres casados más allá de la reclusión o el Yijud, incluso en el campo de la comunicación.
Un lenguaje o un comentario afectivo y sexual, o un comportamiento sensual de un hombre hacia una mujer que no sea su esposa se considera inapropiado. De manera similar, una esposa judía debe reservar su encanto físico para su esposo, asegurando que su comportamiento y su apariencia en público no sean provocativos y que de esa manera reflejen esta exclusividad.
Estos principios de conducta moral no son muy populares en la sociedad contemporánea, donde la sexualidad ha sido objetivizada a través de la publicidad, la pornografía y los medios de comunicación. La comercialización generalizada del sexo —y la política liberal moderna— ha normalizado la conducta sexual indebida y la intimidad ya no se percibe como un asunto exclusivo entre cónyuges y vinculada únicamente al matrimonio.
Preservar nuestros códigos de conducta judíos viviendo en una sociedad que promueve valores contrarios representa uno de los desafíos más formidables a los que nos enfrentamos los judíos hoy en día. Pero es imperativo hacerlo si buscamos la armonía en nuestra pareja y la felicidad de nuestra familia. Y para eso debemos reconocer cuáles son las conductas que facilitan la infidelidad o despiertan los celos fundados.
Veamos un último ejemplo.
La Torá nos enseña que la infidelidad puede desarrollarse a veces sin premeditación, como consecuencia del intercambio de comunicación emocional entre un hombre y una mujer casada. La primera vez que la Torá describe la relación sexual, usa la palabra “conocer”: “Y Adam conoció a Eva, su esposa”. Este “conocimiento” se refiere a la conexión emocional que precede —¡y conduce!— a la intimidad física. Cuando una pareja sale por primera vez (dating), primero se tratan con respeto y cordialidad. Luego llega la amistad, que lentamente se va desarrollando en una relación emocional, que se reconoce cuando la comunicación incluye el tema de sentimientos. Cuando se alcanza este nivel, la pareja está preparada para la intimidad, es decir, para el matrimonio.
Si observamos este progreso, que va desde el respeto a la intimidad, podemos comprender por qué los Sabios advirtieron que más allá de la prevención del contacto físico o la reclusión con alguien del sexo opuesto, una persona casada debe evitar que en su vida profesional o social se repita este proceso de manera involuntaria e inconsciente con otra persona.
Los Sabios describen esa cercanía emocional como “quirub da’at”, es decir, cuando una mujer y un hombre comparten y comunican sentimientos privados e información más íntima. Aunque inicialmente el contenido de esa información no esté relacionado con el ámbito sexual, este nivel de comunicación emocional facilita la atracción y promueve la intimidad.
Un hombre casado debe evitar este tipo de comunicación, especialmente con una persona del sexo opuesto con la que interactúa rutinariamente, como una empleada o una colega en su trabajo. Del mismo modo, una mujer casada debe evitar el diálogo emocional con un entrenador, un terapeuta o un maestro. Estas interacciones emocionales, quirub da’at, no se convierten en intimidad de la noche a la mañana, pero se desarrollan gradualmente.
Preservar la fidelidad es la piedra angular de la familia judía y del bienestar emocional de nuestros seres queridos. Esto requiere mantener la conciencia alerta y respetar los límites que previenen situaciones que pueden volverse progresivamente más difíciles de controlar. Las leyes de Niddá, de Yijud y de quirub da’at, cada una desde un ángulo diferente, contribuyen a salvaguardar la fidelidad: el aspecto más sagrado y esencial de nuestra vida familiar.
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