Rabino Yosef Bitton/ SHELAJ LEJA: El miedo a la libertad

LA MISIÓN

Los hijos de Israel están en el desierto, a pocas semanas de llegar a la Tierra Prometida. Para asegurar el éxito de su expedición militar, Moshé envía a 12 hombres como espías en una misión de inteligencia. Estos hombres, que eran los líderes de las tribus, tenían que identificar las fortalezas y las debilidades de las personas que vivían allí y a las que pronto tendrían que enfrentar. La información que traerían con ellos sería crucial para el éxito militar.

Después de cuarenta días explorando la tierra de sur a norte, y de este a oeste, los espías finalmente regresan al campamento.

La información debía ser transmitida solo a Moshé, que era el comandante en jefe del ejército de Israel. Pero ocurrió algo inesperado: cuando la gente se enteró del regreso de los espías, a los que estaban esperando ansiosamente, rodearon a los espías y se quedaron allí a escuchar su reporte.

Sin pensar en las consecuencias de este pequeño cambio de planes los espías, en lugar de informar privadamente a Moshe –y naturlamente motivados por la tentación de ser escuchados por cientos de miles de personas– presentaron su informe en público, lo que inició una cadena de eventos trágicos que nadie pudo anticipar.

EL INFORME DE INTELIGENCIA

Al principio, los espías elogiaron la tierra y hasta mostraron con orgullo las enormes frutas del lugar, que todos vieron con asombro. Pero luego, el discurso cambió. La mayoría de los espías, diez de los doce, comenzaron a verbalizar sus dudas sobre la posibilidad de proceder con el plan de conquistar la tierra de Canaán.

La larga lista de dudas incluye lo siguiente:

“Los hombres contra los que tendremos que luchar son gigantes… nos veíamos a nosotros mismos como langostas, y así nos veían”.

Cuando uno está poseído por el miedo, ve, ¡necesita ver!, la realidad a través de lentes negativos, los lentes de lo imposible. Es decir: la óptica que lejos de disipar el miedo, lo justifica No mencionaron que ellos eran mucho más numerosos que sus enemigos. Y en lugar de enfatizar esta ventaja, se describieron a sí mismos como subhumanos (insectos) y al enemigo como superhumanos (gigantes).

LANGOSTAS

Este derrotismo psicológico también se pone de manifiesto en un detalle que yo nunca antes había notado: si te ves pequeño como un insecto, ¿por qué no te describes como una hormiga, una abeja o una avispa (la famosa Tzir’a que la Torá otras veces menciona)? ¿Por qué usar a la “langosta o el saltamonte” como metáfora? Me parece que eligieron compararse con un insecto como la langosta porque “no tiene aguijón”, es decir: no puede defenderse ni defender su colonia, incluso con superiordad numérica: se veían a sí mismos como pequeños e incapaces de defenderse. Lo que es más: según la cultura gastronómica de aquellos tiempos, las langostas eran comestibles (muchas especies son Kosher) y quizás inconscientemente se estaban describiendo a sí mismos como “comida” para el enemigo.

AL-QAEDA Y AMALEQ

Los israelitas no conocían a los enemigos con los que se iban a enfrentar, con excepción de uno de ellos: Amaleq, que si bien fue derrotado en una guerra anterior creó y dejó un trauma y un miedo psicológico en el pueblo judío, ya que fueron los primeros en atacar a Israel, no de frente sino por la retaguardia: Amaleq atacó a las mujeres, los niños y los ancianos. Amaleq no mostró misericordia ni se inmutó de que Israel es el pueblo protegido de Dios. Los espías mencionaron a Amaleq porque proyectaban sus propios miedos hacia un enemigo que no duda en infligir dolor y muerte y que practica el terrorismo más que la guerra. Mencionar a Amaleq aterroriza. Sería como mencionar a ISIS o Al Qaeda a las víctimas del terror en Medio Oriente.

LA TIERRA QUE TRAGA

También mencionaron a la tierra de Israel. Primero positivamente: la leche —producto de la ganadería— y la miel, el sirope de los dátiles, —producto de la agricultura. Pero inmediatamente después la narrativa cambió. Y las palabras que los espías utilizan para describir a Israel son: “una tierra que se traga a sus habitantes”. ¿Qué estaban tratando de decir con esta descripción totalmente falsa de la topografía de Israel? Creo que el mensaje subliminal de esta demonización geográfica era el siguiente: incluso si en el mejor de los casos conseguimos derrotar a los pueblos antivos, la tierra ¡no vale la pena!, ya que “se traga a sus habitantes”. Los espías pintaron una imagen irreal, horrorífica y falsa de Israel, asemejándola a una región volcánica y seca, no apta para la agricultura y propensa a la actividad sísmica. En otras palabras, y este es el mensaje fundamental de los espías: ¡Israel como tierra es peor que el desierto en el que vivimos ahora… así que es mejor que nos quedemos aquí!

LA REACCION

Al escuchar este informe, las cosas se salieron completamente de control: la gente se puso a llorar, a gritar y a protestar. De nada sirvió que Yehoshua y Caleb trataran de hacerlos entrar en razón. La turba quería matarlos. Dios tuvo que intervenir directamente para evitar la sublevación. Hubo víctimas—los 10 espías y muchos más. Dios los castigó de la peor manera posible. Si no querían ir a la tierra prometida, aquí se quedarán hasta morir. Tendrán que quedarse en el desierto hasta que haya un cambio generacional.

Fue una noche tan trágica que la recordamos en luto todos los años en el 9 del mes de Ab.

¿PERO POR QUÉ?

Confieso que durante muchos años adopté la opinión de los comentaristas que responsabilizan a los 10 espías y los ven como instigadores políticos, con sus propias agendas personales: no “querían” conquistar Israel y preferían volver a Egipto, y ser recibidos allí como héroes, etc.

Este año, estoy ensayando un enfoque diferente. Quizás los espías fueron víctimas de su propio pánico. Un miedo incontrolable que se apoderó de ellos incluso antes de que la operación de espionaje hubiese comenzado. Quizás cuando dieron su informe no tuvieron la intención de desalentar al pueblo y simplemente se estaban “desahogando” de sus miedos personales, pero en el escenario incorrecto: frente a todos los demás.

ESCAPE A LA LIBERTAD

Lo que me llevó a pensar de esta manera es haber releído recientemente el libro de Eric Fromm, “Escape from Freedom” (o en español con el título “El miedo a la libertad”, que, irónicamente, capta mejor la idea que estoy tratando de expresar).

Los espías eran “líderes de Israel”, pero no podemos olvidar ni por un segundo que hasta hace un par de años eran “esclavos”: habían nacido y crecido en un sistema de abuso físico y mental. Habían sido entrenados por sus amos por generaciones a no defenderse: a no luchar por sus derechos o por sus sueños. Fueron programados para “no soñar” con un futuro mejor. Para reprimir cualquier deseo de libertad.

Probablemente debido a este “trastorno de personalidad”, los espías verbalizaron su pánico, actuando con el instinto más importante de un esclavo: la supervivencia, que incluye “no asumir ningún riesgo innecesario”.

Siguiendo las ideas de Eric Fromm, los esclavos judíos no pudieron ejercer completamente su libertad, que incluye la responsabilidad de luchar y arriesgar la vida por ella. Sin darse cuenta, estaban aterrorizados de la libertad e ironicamente, hicieron lo posible para no conseguirla. Quizás en un lapsus freudiano se describieron a sí mismos como “saltamontes” y no como “hormigas” porque estaban eligiendo inconscientemente “huir”, “volar” en lugar de “luchar con el aguijón hasta la muerte “.

Como sudamericano, puedo escuchar los ecos subconscientes de esta situación mental en los himnos de Argentina o de Uruguay: “Libertad o con gloria morir”. Estas palabras, quizás no expresan lo que sentían los libertadores del siglo 19, sino las arengas formuladas para convencer a los subyugados de que debían asumir con valentía el precio de la libertad. Y estar dispuestos a correr el riesgo de “morir con gloria” en el campo de batalla. Algo que la genración del desierto o supo conseguir. El miedo a la libertad, como afirma Fromm, los llevó a la autodestrucción.

Creo que si en lugar de haber presentado su informe al pueblo, los espías hubieran hablado primero con Moisés, él podría haberlos disuadido. Les habría transmitido con calma la “Emuná”, la certeza de que Dios estaba con ellos, y les hubiera demostrado que todo lo que el Todopoderoso les había prometido lo había cumplido. Quizás si hubieran hablado primero con Moshé, como indicaba el plan original, esta tragedia se hubiera evitado. Pero trágicamente, una vez que verbalizaron sus miedos en público, las cosas se salieron completamente de control, porque el pánico es contagioso y el miedo lhizo que toda una generación olvidara su fe.


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