La política de nuestros días en muchos países se rige por el efecto que tengan posturas y decisiones en la opinión pública. A decir verdad, esto era y es muy aceptable y entendible en épocas de campañas electorales. Los candidatos a cargos de cualquier rango han de saber qué temas requieren de su atención y qué enfoque debe dársele.
En tiempos de elecciones era y es necesario ganar. Desbancar a quien está en el poder o mantenerse en el mismo según sea el caso. El elector simple, el ciudadano de a pie, se identifica con la opción que entiende cubre sus expectativas y necesidades, con la denuncia de algunas situaciones que le afectan. El bien común se percibe como la razón fundamental de la propuesta del grupo o persona que aspira a detentar el poder, la administración de la cosa pública.
La tremenda explosión de todos los recursos comunicacionales que eran alguna vez cadenas de radio y televisión, grandes rotativas de prensa escrita y espacios de opinión han dado pie y evolucionado a otros medios como son las redes sociales y similares. La información se obtiene y procesa en tiempo real, la veracidad de muchos datos y fuentes resulta dudosa en ocasiones. La privacidad se convierte en un tema por demás delicado y todos están muy expuestos. De la aldea global se ha pasado a la maraña universal que no conoce limitaciones de tiempo ni distancia y que quizás, a veces, cuenta con una corta memoria sea para bien o para mal.
Las encuestas de opinión que antes eran lo usual para predecir resultados electorales, adelantarse unas horas al desenlace de los comicios y orientar a equipos de campaña acerca de tendencias, se han convertido en un instrumento de uso cotidiano e intensivo. Eso debe tener un lado positivo, de ayuda para gobernantes y de quienes toman decisiones, de sus opositores y rivales. También se constituyen en una forma indirecta o no tan indirecta mediante la cual la opinión pública, la masa silente, ejerce presión y hace saber su sentir y preocupación.
Hemos sabido muchas veces del peso de las encuestadoras en la política americana. Pero entre tantas películas y novelas, ficción y realidad, quizás nos parezca un evento lejano, que no toca nuestra realidad cercana. Parece interesante, preocupa a veces, también asombra. Sin embargo, en los últimos meses se ve con mucha frecuencia, en Israel, encuestas que arrojan “el resultado de la composición del parlamento si las elecciones fueran hoy”.
Las primeras veces que lo vimos, nos pareció un ejercicio novedoso, interesante. Pero con el correr de los días y las repeticiones, vemos que algunos noticieros, la prensa y los opinadores, terminan dando comentarios y análisis como si se tratase del día mismo de las elecciones, luego de contados los votos y echada la suerte de la coalición.
No se trata de cuestionar las encuestas y sus resultados. Ni la frecuencia con la cual las mismas se efectúan. Pero sí deben tomarse en cuenta algunos efectos de estas. El público en general debería estar consciente de esto. Un efecto que se percibe es la creación o simulación de un estado casi permanente de campaña electoral y elecciones en un país que ha tenido muchas elecciones en muy poco tiempo. ¿Es este el nuevo modus vivendi? No en realidad, sí en la apariencia.
Otra preocupación que se asoma es la influencia de las encuestas en la toma de decisiones. ¿Será que las decisiones se determinan tomando no tanto por la necesidad o efectividad de estas, sino por su capacidad de captar adeptos y luego votos? Al momento de escribir esta nota, el comentario en varias estaciones de radio de Israel era la comparación entre las encuestas hace una semana, cuando parecía que había una pausa en la disputa por la reforma judicial, y la más reciente cuando parece retomarse el calor del enfrentamiento. Percepciones de quien es preferido para ser primer ministro antes, hace muy pocos días, y ahora, cuál es la composición de gobierno antes y ahora. En comparación con la coalición actual de gobierno.
Están todavía quienes creen en la responsabilidad y compromiso de los políticos, no importa su orientación ideológica. El objetivo del bien general debe ser común a todos, y los mecanismos de cómo lograrlo, diferentes. Por tal motivo, se espera que, entre las decisiones y las encuestas, prive la necesidad de decisiones correctas y no para lograr mejores números circunstanciales en los sondeos, que además no son vinculantes en ausencia de un proceso electoral.
No solo Israel se encuentra entre decisiones y encuestas. Lo seguro es que las buenas decisiones, tomadas con criterio y racionalidad, arrojarán al final el resultado deseado que quizá predigan las encuestas. Lo contrario no es cierto.
Entre decisiones y encuestas, buenas decisiones primero.
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