Silvia Cherem/ Adiós, querido Shimon

Desde que conocí a Shimon Picker (nacido en Israel en 1940) me atrajo de sobremanera su personalidad de mentshn: discreto, inteligente, amoroso, generosísimo, altruista, comprometido y profundamente sionista. A lo largo de los años nos volvimos entrañables amigos y un día que necesité ayuda, me bastó hacer una llamada para recibir a manos llenas de Shimon y Golde, seres fuera de serie a quienes jamás dejaré de agradecer su extraordinaria bondad.

Cuando comenzó su enfermedad hace un par de años, casi semana a semana hablábamos y en mi corazón se acrecentaba la admiración a su persona por la entereza y actitud positiva con la que enfrentaba sus días. Siempre optimista, involucrado con los médicos como buen científico, fue dirigiendo sus tratamientos con sabiduría y un envidiable amor a la vida. Si un protocolo no funcionaba, se entregaba a otro, y a otro, y a otro más… Nada lo abatía. Nunca lo oí quejarse, al contrario, era un fuera de serie que, a pesar de las dolencias y malestares, siempre mostró entereza, inteligencia creativa, actitud positiva y esperanza en el mañana. Profundas ganas de vivir.

Hace unos meses, en noviembre pasado, tuve el privilegio de acompañarlo a recibir un premio de la UNESCO. En principio no quería recibirlo, lo abrumaba porque él no era protagónico, porque sabía que nunca un logro se debe a un solo ser humano, sino al trabajo de equipos. No obstante, lo empujamos a aceptar ese enorme reconocimiento donde se le distinguió como “hacedor de la paz”, específicamente como creador de la Fundación en Movimiento para combatir el bullying escolar y la discriminación.

En ese entorno de alcance internacional, se dijo entonces que Shimon Picker era un pilar que vino a este mundo a mejorarlo, a hacerlo brillar. Un ser generoso que sabía destinar capital, inteligencia, pasión y energía para cimbrar consciencias, para capacitar a padres, educadores, maestros y directores a fin de generar un ambiente de respeto, concordia, tolerancia y paz social.

Filántropo de alto calibre y bajo perfil, fue un científico creativo y un empresario sobresaliente que supo resolver procesos y proyectos médicos e industriales que beneficiaron a la humanidad. Al graduarse en la Universidad de Berkeley en Química e Ingeniería Química, fue contratado por la farmacéutica Merck y fue parte del pequeñísimo equipo de contados científicos que creó el Melox, medicamento que revolucionó la medicina gástrica. Nunca quiso decirlo, pero así fue.

Inmigró a México en 1967, enamorado de Golde Schatz, con quien formó una familia de buenas personas: tres hijos y sus parejas, nueve nietos y hoy un bisnieto. Se reinventó en tierras mexicanas, primero, creando procesos para la fabricación de insecticidas, herbicidas y productos petroquímicos. Luego, fundó una empresa para fabricar equipos de refrigeración industrial con tecnología que él mismo inventó y fue tan exitoso que surtió cientos de equipos a barcos camaroneros que el presidente Echeverría construyó para cooperativas pesqueras. Después sería el principal proveedor de tuberías y conexiones de acero inoxidable para las industrias papelera y petroquímica.

Como científico de mente inquieta y visionaria destacaba porque resolvía problemas que pocos lograban solucionar. Hoy sus proyectos de high tech y seguridad pública son cardinales en México, Colombia y EE. UU.

Altruista y generoso, apoyó toda clase de iniciativas para educar, para aminorar la desigualdad social y para construir futuro en México, Israel y, sobre todo, en nuestra comunidad. Daba con actitud magnánima, ayudaba con contactos, con ideas, con apoyos económicos. Lo vi también socorrer a inmigrantes y refugiados, ayudarlos a reubicarse para gozar de libertad y de un mejor futuro. Hoy, en Nueva York, hay una joven afgana a quien Shimon contribuyó a salvar. Me consta que les cambió la vida a ella y a sus familiares.

Como Shimon, el justo de la Biblia, Shimon Picker descolló por su enorme corazón, por sus obras buenas, por su capacidad para dar, encontrando caminos fuera de la caja e imaginando nuevos rumbos para sus congéneres, para todo aquel que tuvo la suerte de conocerlo, para quienes coincidimos con este hombre sinigual.

El viernes pasado, cuando recibió unas rosas esperanzas que Moy y yo les mandamos, me llamó para platicar. Me contó que había sido una semana difícil, nunca antes lo había oído quejarse. Me expresó que no sabía que seguiría para él. “No sé dónde estaré la semana que entra —me dijo—. Ya no hay planes, creo que ya no hay caminos para seguir”.

Me desconcertaron sus palabras, era la primera vez que lo escuchaba con cierta desolación. A pesar del dolor quería seguir luchando, pero él intuía que venía el final. Entendí que se estaba despidiendo de mí. Le expresé todo el amor y gratitud que le tengo, le dije que, por su bondad y sabiduría, por sus buenos actos, muchos lo reconocemos como uno de los pilares en los que se sostiene este mundo.

Shimon querido: Fuiste un hombre recto, equilibrado y justo. Un virtuoso en todos los sentidos. Un gran amigo. Hace escasos días me dijiste que no sabías qué seguía para ti, hoy vivirás con mayor plenitud en nuestros corazones, en el de Golde, en el de tus hijos, nietos y bisnietos, en la comunidad entera que reconocemos tu generosidad y grandeza.

Construiste una familia envidiable con abundancia de amor, valores, entrega y dedicación. También, embelleciste nuestro mundo con tus actos bienhechores, con tu nobleza y tu creatividad para encontrar nuevos derroteros. Te vamos a extrañar, guerrero incansable, pero tu presencia será aún más poderosa. Tu luz intensa guiará nuestros caminos con tu ejemplo. Gracias, amigo, por tanto. A mí —como a tantos más— me enseñaste demasiado. Te adoro. Tu huella es enorme y jamás te vamos a olvidar. Descansa en paz, mereces descansar en paz.

 


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Silvia Cherem: Mi alumbramiento en la carrera del periodismo fue repentino y con dolor como, en cierta forma, lo fue en aquellos días para México el despertar zapatista. Los indígenas encapuchados en Chiapas dejaron escuchar su grito desamparado que arrojaba por la borda la creencia de que México ingresaba al primer mundo y, en ese contexto, después de haber trabajado largamente para ello, decidí que mi momento de "ser periodista" había llegado. No conocía a nadie en los medios de comunicación y hubo quien me dijo que "sin padrino" nunca publicaría una sola línea en los periódicos mexicanos. Como colaboradora, los proyectos se han sucedido encadenándose unos a otros, tanto en el entorno cultural, como en el político y el internacional e inclusive investigando temas de interés científico y médico. Confieso que aún hoy, cuando debería "tener más callo", paso noches sin dormir y esta vibrante carrera de emociones fuertes me mantiene viva y creciendo en una vertiginosa montaña rusa, colmada de raudas y emocionantes subidas y bajadas. Quizá esa pasión arropada de arrojo, miedo y gozo sea la esencia de "ser periodista".