En los primeros días del mes de mayo de 1942 Iosif Stalin, el dictador de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), realizó una inédita petición a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México: solicitó abrir una embajada en la capital de la República Mexicana, petición que enfatizó la urgencia para contar con su sede diplomática. En esos días tres divisiones de las Wehrmacht se desplazaban prácticamente sin ninguna resistencia por el enorme territorio de la URSS.
Una se dirigía a Moscú, otra a Stalingrado y una tercera división rumbo al Cáucaso, para asegurar las materias primas necesarias para mantener la guerra, entre ellas el petróleo abundante en esa región. Era la época del mayor despliegue militar de la Segunda Guerra Mundial por ello la petición de Stalin asombró a los funcionarios de la SRE. Incluso en ese momento la URSS y México no mantenían ningún tipo de relaciones comerciales o intercambio diplomático. Las relaciones entre ambas naciones estaban en pausa desde 1917 tras el triunfo de la revolución encabezada por Lenin.
La urgencia de Stalin se debía a que los científicos que encabezaban el proyecto Manhattan, Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Leo Szislard habían acordado compartir con la URSS, en secreto y al margen del gobierno de Estados Unidos, los avances de la investigación y los experimentos para fabricar la poderosa y complicada bomba atómica. Parte de esos documentos serían enviados a Moscú desde su nueva embajada, una ex hacienda que ya habían comprado en el barrio de Tacubaya de la capital mexicana.
Para recoger y conseguir los secretos para fabricar la nueva arma, se conformó un equipo de “espías atómicos”
Entre ellos participó un pequeño grupo de mexicanos, entre los que destacaron Adolfo Oribe de Alba, secretario de Recursos Hidráulicos en el gabinete del Presidente Lázaro Cárdenas y Lombardo Toledano, líder de la poderosa central obrera Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM).
Pavel Sudoplatov, director del Departamento de Extranjero de la KGB, describe las actividades de los “espías atómicos” en sus memorias, un libro que se publicó en Londres con el título “Special Tasks”, a mediados de la década de los noventa del Siglo XX.
Según Sudoplatov, la KGB clasificó los secretos que les compartían los científicos que fabricaban la bomba como “Proyecto Enormous”. El jefe de la KGB narra que el espionaje atómico comenzó a mediados de septiembre de 1941 cuando llegó al escritorio de José Stalin un reporte de seis páginas proveniente de uno de sus espías de Londres conocidos como “Apóstoles de Cambridge”. Consistía en una minuta del gabinete del gobierno Británico que creaba un comité que investigara las posibilidades de desarrollar una “bomba de uranio”.
Los rumores sobre esas investigaciones ya habían sido escuchados anteriormente por el dictador soviético, quien los consultó con una comisión de sus científicos de la Academia de Ciencia de la URSS. Las conclusiones que le hicieron llegar sus investigadores lo tranquilizaron. Le aseguraron que la creación de una bomba en base al Uranio era sólo “una posibilidad teórica”, pero que en la práctica no era posible.
Sin embargo, también recomendaron que se mantuviera el espionaje sobre esas investigaciones en Occidente.
Posteriormente comenzaron a llegar al Departamento del Extranjero reportes desde Gran Bretaña, Estados Unidos, Escandinavia y Alemania sobre investigaciones para desarrollar una “súper bomba” en base al uranio enriquecido.
Los reportes continuaron intensificándose pero no modificaron la escéptica actitud que había tomado Stalin en torno a esos proyectos. Se mantenía confiando en la superioridad intelectual que tenían sus científicos sobre la “ciencia capitalista”.
Para principios de 1942, Stalin recibió nuevos reportes provenientes de la embajada soviética en Washington
Los informes precisaban que Robert Oppenheimer, un joven y brillante científico judío de la Universidad de California, se preparaba para concentrar en Berkeley a una pléyade de investigadores nucleares de la talla de Enrico Fermi, Leo Szilard y Niels Bohr. Además participaba en el proyecto el Premio Nobel de Física Albert Einstein.
Esos informes hicieron dudar a Stalin sobre las apreciaciones de sus científicos. Consideró que una concentración de hombres de ciencia de tal envergadura no sería posible si el proyecto de fabricar una bomba de uranio fuera sólo una posibilidad teórica.
Además continuaba recibiendo reportes sobre las “avanzadas” investigaciones que encabezaban Werner Karl Heisenberg y Otto Hahn para desarrollar una bomba atómica para la Alemania del Tercer Reich.
Los informes de que los nazis ya trabajaban en una súper arma secreta hizo reaccionar a los científicos occidentales, quienes solicitaron a Albert Einstein escribiera una carta al Presidente de los Estados Unidos Franklin R. Roosevelt y le llamara la atención en ese sentido.
El Premio Nobel aceptó escribir a Roosevelt. En la misiva que le mandó solicitaba considerar la construcción de una bomba en base al uranio, “extremadamente poderosa” que tendría el potencial de destruir “un puerto completo con todo lo que lo rodea”. La carta de Einstein concluía:
“Tengo entendido que Alemania actualmente ha detenido la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia, las cuales han sido tomadas. Puede pensarse que Alemania ha hecho tan claras acciones, porque el hijo del Subsecretario de Estado Alemán, von Weizacker, está asignado al Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín, donde algunos de los trabajos americanos están siendo duplicados”.
El presidente Roosevelt primero no tomó en serio la misiva de Einstein. Sin embargo los crecientes rumores de que los nazis ya estaban trabajando en una bomba sustentada en los átomos lo obligó a cambiar de opinión.
La autorización para crear la bomba atómica ocurrió en octubre de 1941 bajo el nombre de Proyecto Manhattan
Fue clasificado como un programa militar ultra secreto dirigido por el general Leslie Richard Groves y supervisado científicamente por Oppenheimer. Los trabajos se aceleraron después del ataque japonés a Pearl Harbor, el primer domingo de diciembre de ese año.
Después de que se autorizó la bomba, José Stalin recibió documentos donde se informaba que el gobierno estadounidense estaba destinando alrededor del 20 por ciento de su presupuesto militar para investigar y desarrollar el Proyecto Manhattan. Lo anterior terminó de convencer al dictador soviético que sus científicos estaban equivocados. La bomba atómica era una realidad. Los capitalistas no invertirán esas enormes cantidades de dólares en algo que no fuera factible.
Pavel Sudoplatov cuenta en sus memorias que Oppenheimer, Fermi y Szilard decidieron compartir los secretos para fabricar la Bomba Atómica con la URSS. Los tres científicos habían concluído que la bomba era una arma tan destructiva que la nación que la poseyera sería una superpotencia militar que impondría su voluntad al resto del mundo.
Así que concluyeron que la URSS, en ese tiempo aliada de EU contra los Nazis, debería tener la Bomba Atómica para contar con un “equilibrio del terror”, es decir una doctrina que supuestamente evitaría una guerra entre potencias nucleares, ya que en caso contrario ambas se destruirían.
Desde diciembre de 1941 Oppenheimer filtró los incipientes planes secretos al jefe de la Rezidentura de la KGB en San Francisco, Gregori Kheinfez, cuando coincidieron en actividades para recolectar fondos destinados a los refugiados de la Guerra Civil Española. Posteriormente, Elizabeth Zarubina, la esposa de Vassili Zarubin quien se desempeñaba como jefe de la Rezidentura en la embajada de la ciudad de Washington, recibía los informes orales sobre los avances del Proyecto Manhattan a través de la esposa de Robert, Katherine.
Los servicios de inteligencia soviéticos designaron a Oppenheimer con el nombre clave de “Star” y Fermi fue codificado como “Editor”. Pero también entendieron que no eran sus agentes, sino más bien amigos de la Unión Soviética.
Por recomendaciones de los rusos, los jefes del proyecto ultra secreto incluyeron a jóvenes científicos simpatizantes de los comunistas en las diversas instalaciones donde se desarrollaban las investigaciones, como el físico alemán nacionalizado británico Klaus Fuch, quien sería el responsable de sacar los máximos secretos del laboratorio de Los Álamos.
Para contactar al resto de los científicos que laboraban en las distintas instalaciones del Proyecto Manhattan, el Departamento de la KGB en el Extranjero fue advertido de que no podían utilizar sus tradicionales redes asociadas al Partido Comunista de Estados Unidos o relacionadas con sus embajadas y diplomáticos para contactar a los científicos, ya que todos ellos estaban identificados por el Buró Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés).
Sin embargo requerían de decenas de agentes para conseguir documentos, fotografías, detalles sobre las nuevas instalaciones, las firmas que trabajaban para el Departamento de Defensa, las nuevas aleaciones de los materiales, componentes electrónicos y muchos detalles técnicos que se estaban utilizando y desarrollando para la fabricación de la nueva súper bomba.
La red soviética
El agente de la KGB que cumplía con los requisitos del máximo anonimato era Leonidas Eitingon, debido a que era el responsable de asesinar a los enemigos de Stalin en el extranjero, entre otros a Leon Trotsky en México.
El judio Eitingon fue seleccionado y propuso a su amigo Sudoplatov echar mano de los desconocidos “agentes de influencia” que había reclutado en Estados Unidos y en la capital mexicana, para que se convirtieran en los “correos” que recogerían los secretos para mandarlos a Moscú. Con estos grupos crearon una estructura paralela que trabajaría al margen de su organización diplomática y política, la cual era férreamente vigilada por los servicios de inteligencia estadounidenses.
El centro de operación de la vasta red que fue involucrada quedó en una farmacia de Santa Fe.
Desde ese local Leonidas Eitingon, alias “Tom”, supervisaba las actividades de los inexpertos agentes estadounidenses de origen judio, mexicano, español, suizos, alemanes y hasta polacos que viajaban por distintos puntos de los Estados Unidos.
Se establecieron cuatro centros para transmitir reportes encriptados al Departamento del Extranjero de la KGB: el consulado soviético en San Francisco, las embajadas de Washington y México así como una oficina de Nueva York.
Los reportes más relevantes para que los soviéticos replicaran la bomba de uranio fueron entregados por el Fuchs, el hijo de un pastor luterano quien en su juventud cambió sus convicciones religiosas por el comunismo. Klaus Fuchs huyó del fascismo alemán para refugiarse en Inglaterra. Estudió física en la Universidad de Bristol y posteriormente se nacionalizó ciudadano británico.
Después de largas jornadas de trabajo en los Álamos, el reservado Fuchs redactaba en su habitación los informes que preparaba para los soviéticos. Sin embargo, se enfermaba cada vez que tenía que entrevistarse con el agente designado para entregar sus precisos informes. Los reportes detallaron particularidades muy específicas sobre la bomba. Describía que tenía un núcleo de plutonio sólido y especificaba el disparador de la explosión. “Daba detalles completos sobre la espoleta, el revestimiento que mantenía unida la bomba durante unos pocos microsegundos, mientras se iniciaba la reacción en cadena”.
El hombre designado por el servicio de inteligencia soviética para recoger los documentos se llamaba Harry Gold, un inocente químico nacido en Suiza, de una familia rusa con orígenes judíos. Trabajaba como asistente de laboratorio en una compañía procesadora de azúcar de Pensilvania y solicitaba permiso cada ocasión que tenía que viajar a Nuevo México.
Gold se entrevistó en varias ocasiones con Fuch. Primero en Filadelfia para informar sobre las nuevas instalaciones de Los Álamos. Su interlocutor intentó ofrecerle un sobre conteniendo 1,500 dólares pero el científico lo rechazó con molestia. Días después se volvieron a encontrar en Boston, donde entregó los primeros documentos con información clasificada detallando el método para hacer detonar la bomba atómica. La masa crítica relativa del plutonio en comparación del Uranio 235 y detalles para su fabricación como el tamaño y dimensiones exteriores de los componentes.
También acordaron una próxima reunión en Los Álamos. Harry primero viajó en tren a Albuquerque y de ahí en camión a Santa Fe. Fuch lo recogía en su auto en un sitio indicado previamente. Viajaron a lugares apartados y conversaron en el auto. El físico le informó que ya se preparaba el primer ensayo sobre la bomba de uranio. Gold tenía preguntas expresas de los científicos rusos, quienes pedían detalles sobre los “lentes de implosión”. Las respuestas están en el informe, respondió.
Harry Gold también se entrevistaba con un militar miembro del cuerpo de ingenieros que laboraba en Los Álamos llamado David Greenglass, quien había sido contactado a los soviéticos por los agentes Julius y Ethel Rossenberg. Entregaba a Harry reportes sobre los materiales y detalles de la fabricación del lente de implosión. A cambio de esos informes Harry Gold le entregó un sobre conteniendo 500 dólares.
El protocolo
Los reportes que recibió fueron entregados en Nueva York. Los lugares escogidos para cederlos estaban en el barrio de Brooklyn. El protocolo para el intercambio consistía en que debía llevar los sobre envueltos en un ejemplar periódico bajo el brazo. El agente soviético que los recibiría llevaba un ejemplar del mismo diario. Primero se aproximaban pausadamente. Con la idea que el encuentro se podía interrumpir en cualquier momento y ante cualquier eventualidad cada quien seguiría por su lado.
Tras el encuentro se saludaban brevemente. Caminaban juntos un par de calles y en un momento intercambiaban los diarios para luego separarse y seguir por caminos distintos.
Los encuentros se repitieron en diversas ocasiones. Después de recibir los sobres envueltos en el periódico eran transferidos a Moscú. En la URSS causaban conmoción en la élite científica que los recibía, ya que se consideraba su contenido “particularmente excelente y muy valioso”.
La red de agentes supervisados por Leonidas se concentraba en conseguir todos los detalles sobre la fabricación de un reactor de grafito que se realizaba en las instalaciones Y10 y Y12 del laboratorio Nacional Oak Ridge de Tennessee.
El selecto grupo de agentes seleccionados para el espionaje atómico identificaron en Estados Unidos a siete grandes centros de investigación y 27 científicos de muy alto nivel que trabajaban en el Proyecto Manhattan.
Para mediados de junio del 43 el Departamento del Extranjero ya había recibido 286 publicaciones clasificadas sobre las investigaciones científicas en torno a la energía nuclear.
Anteriormente tuvieron información muy precisa sobre los trabajos de Enrico Fermi en la Universidad de Chicago. Los informes provenían del principal asistente de Fermi, el científico de origen ruso Bruno Pontencorvo, quien se había contactado con uno de los “agentes de influencia” reclutados por Eitingon al inicio de los años cuarenta.
Los científicos incrustados por los soviéticos proporcionaron a los agentes detalles sobre cómo separar electromagnéticamente dos isótopos de uranio y producir así el material para fabricar la bomba atómica.
Los reportes fueron trasladados a México por los correos seleccionados por Eitingon, para que se mandaran a Moscú desde la nueva embajada soviética ubicada en la capital mexicana
Entre los agentes de influencia más destacados que había reclutado Eitingon en la capital mexicana se encontraban los españoles Antonio Meiji, Margarita Neken y el suizo Hans Meyer. En Nueva York participaban Luis Arenal y su esposa Anita Bremer. También realizaban continuos viajes a los Estados Unidos, Nicolás y María Fischer, así como Katty Harry, entre otros más.
La embajada mexicana mantenía continuos reportes a la KGB sobre las entregas de los documentos. Señalando en clave “entregas de regalos”. Nuevas “operaciones quirúrgicas” reportaban que OKH, el nombre clave de Adolfo Uribe de Alba ya había entregado visas para que el par “Cheta”, los agentes de influencia Nicolás y María Fisher viajarán a Tiro (Nueva York) e hicieran la entrega a “Bass”, Michael W. Burd, el propietario en Nueva York de la compañía Midland Export Corporation.
El financiamiento
Los informes a Moscú precisaban que Burd utilizó sus contactos en Washington para conseguir visas de tránsito para los Fisher y pudieran recorrer varios puntos del país. Burd le pagó alrededor de 600 dólares a David Niles, un asesor del presidente Roosevelt y Truman, para obtener los permisos.
También se detallan los pagos para “las delegaciones”. Se destinaban entre 75 y 200 dólares por mes para que cada correo pagara por una “casa segura”, combustible, comidas, etcétera.
El dinero entre el Distrito Federal y Nueva York corría eficientemente para el “Proyecto Enormous”. Los dólares que se destinaban para financiar los agentes que salían de la capital mexicana para cruzar a los Estados Unidos no se retrasaban y crecían cada vez más. Los dólares venían de Nueva York. Se mandaban a una cuenta del funcionario Oribe Alba. Incluso en una ocasión le transfirieron 8,248 dólares, equivalentes a 40,000 pesos, una fortuna para la época. Lombardo Toledano tuvo que intervenir para prohibir que que se sacara de un solo retiro tal cantidad de dinero, ya que “una suma así atraería de inmediato la atención hacia Oribe”, argumentó.
El centro de operaciones la Farmacia en Santa Fe, desde donde operaba Leonidas Eitingon, mantenía una intensa actividad que comenzaba a rendir frutos. La información recogida por los correos era llevada a los diversos centros para transmitirlos a Moscú después de cumplir con los protocolos de entrega.
Así operaron durante más de un año hasta que un incidente provocó se cerrara la Rezidentura de Washington que dirigía Vassili Zarubin, así que esas operaciones se trasladaron a la sede diplomática mexicana
Las responsabilidades que tenía Zarubin en ese momento fueron asignadas al jefe de la Rezidentura de México, Pavel Panteleevich Klarin, quien constantemente viajaba a Washington debido a que la embajada continuaba recibiendo informes muy precisos sobre la operación del reactor e que provenían de Fermi y que eran entregados a los correos por Bruno Pontencorvo.
Los estratégicos reportes deberían ser mandados de inmediato al Departamento del Extranjero, pero Klarin no localizó al secretario responsable de transmitirlos. Horas después, apareció escoltado por la policía. El funcionario fue llevado a la embajada por efectivos que lo habían encontrado ahogado de borracho en un bar cercano. A partir de entonces se decidió no enviar ningún informe sensible a través de la Rezidentura de Washington. Un correo viajaba a la capital mexicana para transmitir los reportes de Enrico Fermi desde el Distrito Federal a Moscú.
También se designaron nuevos agentes para que mantuvieran el contacto con Katherine, la esposa de Oppenheimer. Se designó a dos dentistas polacos reclutados por Eitingon, quienes operaron bajo el nombre clave de “Jugadores de Ajedrez”.
Para los primeros días del mes de junio de 1945 se informó a Moscú que en menos de dos semanas se realizaría el primer ensayo de la Bomba Atómica. La prueba se realizaría en un campo de tiro llamado Alamogordo, ubicado a 200 millas al sur de Los Álamos. La prueba se realizó con éxito el 16 de junio de ese año.
Replicar la bomba atómica se había convertido en la máxima prioridad para Stalin. Durante el primer trimestre de 1942 firmó una serie de decretos que crearon organismos especiales para desarrollar energía atómica con propósitos militares. Se formó con funcionarios e investigadores el “Comité para el Problema Número Uno” que coordinaría todo el aparato militar y económico con un solo objetivo: poseer la bomba atómica. Bajo su mando quedó un “cluster” industrial para en su momento intentar fabricar la súper arma. También se reorganizaron los laboratorios de la Academia de Ciencias de la URSS con la intención de replicar las reacciones en cadena que recién se habían logrado en la Universidad de Chicago. Por último se reformó el aparato de inteligencia. El Comisario Beria decretó crear el “Departamento S” para concentrar la información del espionaje atómico que recolectaba el Departamento del Extranjero de la KGB y la inteligencia militar (GRU)
El éxito del proyecto Manhattan se concretó cuando la Alemania de Hitler ya había sido derrotada
No obstante, cómo la Segunda Guerra Mundial continuaba en el Pacífico, el Presidente Harry S. Truman, quien recién había sustituido a Roosevelt después de su muerte, decidió utilizar la nueva arma contra Japón. Argumentó que salvaría miles de vidas de estadounidenses y japoneses, las cuales se perderían al intentar invadir la isla para que el imperio nipón finalmente se rindiera.
El 6 de agosto de 1945 un bombardero del ejército estadounidense arrojó la primera bomba atómica, la cual bautizaron como “Little Boy”, contra Hiroshima, matando alrededor de 140 mil japoneses, primero unos 35 mil por la explosion y el resto por la radiación. Tres días después se lanzó una bomba de implosión de plutonio, “Fat Man”, sobre Nagasaki, muriendo alrededor de 40 mil personas. Japón se rindió el 14 de agosto.
El mariscal Stalin quedó fascinado con el poder destructor de la bomba
Demandó redoblar los esfuerzos a sus equipos para obtenerla. Para finales de ese año ya se habían reunido los reportes necesarios para replicar un reactor. Sin embargo, el dictador soviético muy pronto descubrió que la presunta superioridad intelectual de la Academia de Ciencias de la URSS sobre la ciencia capitalista no era más que propaganda política de su partido.
Para noviembre el primer reactor ruso quedó edificado pero no sólo no pudieron generar la reacción en cadena, sino que provocaron el primer accidente nuclear de la historia con el manejo de material radioactivo.
La élite soviética entró en pánico. Se discutieron diversas alternativas para solucionar el problema. Primero se planteó que una delegación de científicos viajara secretamente a Estados Unidos para reunirse con Oppenheimer, Fermi y Szilard y les plantearan sus complicaciones. La propuesta fue rechazada porque una reunión de esa naturaleza no podría pasar desapercibida para el FBI.
Finalmente se acordó que el oficial de Departamento S con más preparación científica, Yakov Petrovich Terletsky, quien era responsable de traducir y editar los reportes del inglés al ruso, se reuniera en secreto con Niels Bohr en Dinamarca y le describiera el problema. Bohr rápidamente descubrió el fallo de los científicos rusos y les proporcionó la solución.
Para diciembre de 1946 el primer reactor soviético ya estaba funcionando
A partir de ese momento, Stalin ordenó al Departamento S parar el espionaje atómico. También cortó todo contacto con los científicos estadounidenses ya que el FBI se acercaba peligrosamente a sus agentes.
Finalmente, para agosto de 1949 los soviéticos explotaron en secreto su primera bomba atómica. Un paranoico Stalin y su comisario Beria se sorprendieron cuando días después la prensa de occidente publicó la noticia.
Pensaron que tenían al menos un “topo” al interior del gobierno y ya preparaban la guillotina para que rodaran cabezas. Se calmaron hasta que sus científicos les explicaron que una explosión nuclear se podía detectar desde el exterior por la gran cantidad de radiaciones que producía.
Satisfecho por contar con arsenal nuclear con el cual amenazar a occidente, el dictador soviético premió a todos los involucrados que hicieron posible conseguirlo. Poniendo énfasis en los servicios de inteligencia. A los oficiales se les entregaron dachas, les aumentaron el sueldo, subieron de grados y les entregaron medallas.
El experimentado Leonidad Eitingon fue ascendido a general y sumó otra presea a su larga carrera que hacía olvidar su fracaso en el atentado del ex canciller alemán Von Papen o el fallido plan para rescatar a Ramon Mercader de la prisión mexicana de Lecumberri. Años después, Sudoplatov y Eitingon fueron encarcelados por Stalin, acusados de “traición”.
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