Nada podría describir el daño ocasionado por aquella bomba apodada ¨Little boy” pues la ciudad de Hiroshima quedó devastada, 70,000 personas murieron al instante y otros miles más murieron en los siguientes días, sin embargo, a pesar del terrible sufrimiento el emperador Hirohito sólo permanecía en silencio.
Ante la ausencia de rendición por parte de Japón, el 9 de agosto una segunda bomba fue lanzada en la ciudad de Nagasaki, fue entonces cuando Japón se rindió. La noticia se transmitió por radio generando una gran conmoción.
El General estadounidense Douglas MacArthur lo resumió todo en una simple frase: “En pocas palabras, volvemos todos a casa”.
Finalmente, el emperador Hirohito habló a su pueblo; los japoneses nunca habían escuchado su voz, así que se aproximaban a sus radios para escuchar a quienes ellos consideraban un mismísimo Dios.
Centenares de japoneses se suicidaron incapaces de soportar la humillación de la rendición, mientras que en el resto del mundo los sobrevivientes de la guerra festejaban. Había millones de familias incompletas, pero también prevalecía la esperanza de construir un mundo nuevo de paz, donde las atrocidades del pasado no se repitan jamás.
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