Los tiempos que vivimos son novedosos e inéditos. Particularmente en lo referente a los medios de comunicación, las tecnologías de transmisión y un liberalismo en cuanto a contenidos en los medios. Los últimos años han significado un avance en cuanto a temas como la libertad de expresión, la inclusión de minorías y el respeto teórico a los derechos humanos en general. Los abusos se siguen cometiendo, pero las denuncias son más numerosas y efectivas.
En el pasado reciente y en un presente ya algo restringido, la veracidad de la información y la fuente de esta era y ha de ser un aspecto muy importante. También la calidad en cuanto a estilo y corrección. Las noticias y opiniones en
medios masivos de prensa, radio y televisión eran también masivas pero unidireccionales. Y de muy buena manera, el acceso a propagar era restringido y una cuota de poder importante de los dueños de medios.
En esta década del siglo XXI todo lo anterior sigue, pero con menos fuerza. Las redes sociales, los portales de Internet, los blogs, el correo electrónico y paremos de contar, han dado acceso a todos al mundo de las trasmisiones, en vivo, en tiempo real y también en la memoria virtual de la llamada nube. Los “influencers”, la publicidad en redes, los contenidos dirigidos y la utilización de datos de los usuarios por los gigantes de las redes, han convertido las comunicaciones en una peligrosa selva virtual en muchos aspectos.
Cualquier persona provista de un teléfono celular, una computadora o una tableta, puede inundar las redes con el contenido que desee. Las ventajas de la comunicación en tiempo real, el acceso por Internet a vastas bibliotecas virtuales de información, se deslucen un tanto cuando los guerreros del teclado hacen de las suyas, y quienes los siguen o son receptores involuntarios, caen en el juego de leer, creer, responder, distribuir contenidos.
Hoy en día, cualquier político en cualquier país del mundo, cualquier institución privada o gubernamental tiene su página de Facebook, Instagram o parecido. Una o más cuentas de Twitter. A veces, es difícil determinar la veracidad del dueño real de la cuenta. Otras veces, usurpaciones malintencionadas causan estragos.
Lo que debe preocupar es el acceso y el eco que se hace de figuras importantes o no que, al emitir una noticia o comentario llamativo, generalmente por lo escandaloso, generan una tendencia que lleva a cierto caos. Cuando un familiar de alguien importante hace de las suyas en las redes, cuando una información falsa pero creíble se transmite, o cuando una calumnia es subida a la nube, resulta difícil contrarrestar la cadena de reacciones y evitar que una mentira o una mala intención haga efecto. Es así que, la ventaja real de tener la información a mano siempre, el
acceso a eventos y el contacto casi real con instituciones y personas, se degrada por el abuso indiscriminado de la libertad digital.
Con las regulaciones actuales y con la velocidad de mejora en las tecnologías de información y transmisión, resulta muy difícil controlar abusos y desmanes. Es, por los momentos, una acción del usuario. Desechar lo tóxico, evitar ser un propagador de desinformación y ser cuidadoso. Con eso y todo, se presenta un panorama difícil para evitar la degradación informativa.
Las tecnologías de información han permitido el acceso de todos a la información y su propagación. Es una herramienta útil en contra de posiciones dictatoriales y censuras de oscuras intenciones. Han dado y dan visibilidad a sectores y personas que han sido discriminadas, desatendidas o ignoradas. Ejercen una función de contraloría social a nivel mundial que nunca se había tenido antes. Es por esto por lo que la libertad digital no debe convertirse en una pesadilla digital de desinformación.
Alcanzar libertad e independencia toma mucho más tiempo y esfuerzo en lograrse que en perderse.
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