La desclasificación de archivos concernientes a los Acuerdos de Oslo (1993) nos permiten corroborar, a 30 años de distancia, que estos nacieron muertos. Se ha confirmado que Rabin era bastante escéptico respecto a ellos y Shimón Perés un tanto ingenuo.
Hoy sabemos —y sospecho que a muchos tomará por sorpresa— que Rabin estaba consciente de que los palestinos no cubrían las condiciones ni los requisitos para llevar a buen éxito los objetivos y compromisos firmados en Oslo en 1993.
Recordemos que, en ese momento, el plan era pasar por una fase transicional de cinco años, para que en 1998 pudiera fundarse un Estado palestino libre y debidamente reconocido. Esto, como punto final de todo un proceso que debería traducirse en un arreglo de paz definitivo con Israel.
No hace falta decir que no se logró.
Pero no hay que pensar que apenas hoy podríamos analizar las cosas en retrospectiva y entender las razones por las cuales todo el proyecto fracasó.
Los archivos recientemente desclasificados nos muestran a un primer ministro israelí Yitzjak Rabin plenamente consciente de las dificultades, y totalmente pesimista respecto a lo que pudieran lograr los palestinos. En concreto, sabía que los palestinos no podrían organizar unas elecciones en 1998; además, entendía a la perfección el riesgo que representaba Hamás desde la Franja de Gaza.
Shimpn Peres no estaba tan claro respecto a ello. Todavía en 1998, insistía en que era necesario que se lograra el éxito político y económico del proyecto.
Aunque Rabín ya intuía que todo iba a terminar colapsando, los años transcurridos desde entonces sí nos permiten tener una visión más clara del problema de fondo, y es indispensable explicarla y aceptarla tal cual es.
Y es simple: los palestinos nunca quisieron la paz.
El problema no era nada más Hamás. Siempre lo fue también la Autoridad Nacional Palestina, emanada del partido Al Fatah, heredero de la Organización para la Liberación Palestina (OLP).
Pero ¿qué podía esperarse de Yasser Arafat, un terrorista que por unos pocos años logró engañar a medio planeta, fingiendo que se había convertido en un político?
En el fondo de todo siempre estuvo esa taimada estrategia medieval de fingir una tregua sólo para reorganizarte y esperar el momento adecuado para destruir y aniquilar a tu enemigo. Eso fue lo que Arafat siempre quiso hacer (y, después de él, Hamás, y Al Fatah, y Mahmoud Abbas, y quien quieras).
Aunque hubiesen existido condiciones para seguir adelante con la agenda de Oslo, está claro que los palestinos no lo iban a hacer.
Desde 1993 no se han vuelto a sentar en una mesa de negociación, ni han firmado ningún nuevo compromiso. Sólo han dado evasivas.
Lo importante es esto: tenemos que estar conscientes (y no pasa nada si admitimos la realidad tal cual es) que cualquier acuerdo futuro para traer la paz entre palestinos e israelíes ya no debe apelar a los Acuerdos de Oslo. Seguro habrá ideas que se recuperen, pero serán sólo eso: ideas.
En el estado actual de las cosas, Israel no tiene ninguna obligación práctica de someterse a lo estipulado en esos acuerdos, y simplemente debe comportarse del modo más pragmático conforme se vengan los acontecimientos.
Por su parte, la comunidad internacional tiene que resignarse a que así están las cosas, y no hay más. Sus buenos deseos (cuestionables, por cierto, porque suelen ser buenos sólo para los palestinos) no solucionan nada, porque las soluciones nunca han salida nada más de tener buenos deseos.
¿Y los palestinos?
No hay mucho que decir al respecto. Son los que tienen que cambiar. Que sean los pobres, los arruinados, los que más sufren, los que nada les sale bien, los que siempre salen perdiendo, los marginados por sus propios líderes y el mundo árabe, no los exime de la responsabilidad que tienen, y menos aún del hecho de que están en esa situación porque ellos mismos lo han provocado.
Oportunidades para avanzar bien y en serio, tuvieron varias. En el año 2000 Ehud Barak hizo una mega oferta a Arafat; en 2008, Ehud Olmert hizo una oferta todavía mejor a Abbas. En las dos ocasiones, los líderes palestinos las rechazaron.
¿Por qué? Porque ellos no quieren buenas ofertas. Quieren destruir a Israel.
Si siguen jugando a eso, sólo van a perder más tiempo, y al final van a tener que plegarse a una solución impuesta desde afuera (muy seguramente negociada entre Israel y Arabia Saudita), para la cual no les van a pedir su opinión.
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