El sobreviviente del Holocausto que falsificó documentos para Schindler y el Mossad: Joseph Bau

Sobreviviente, artista, sionista, amante del hebreo y humorista: el legado de Joseph Bau y de su asombrosa esposa Rebecca, ha inspirado libros y películas.

Las hijas del matrimonio nos cuentan, en exclusiva, la historia de amor, espionaje y resistencia de la que son producto. 

El museo que resguarda la memoria de Joseph Bau, en peligro

La Casa de Joseph Bau es, quizá, uno de los museos más pequeños del mundo.

Un microuniverso personal construido en el que fuera el estudio de un artista gráfico que, tras sobrevivir la Shoá, emigró a Israel en 1950 y se convirtió en el primer animador cinematográfico del naciente país. 

Después de su muerte se hizo público que, además de su larga trayectoria como caricaturista, pintor, escritor y cineasta, Bau trabajó para el Mossad elaborando documentos falsos para célebres espías como el mismo Eli Cohen. 

Ahora, unos meses antes de que la película que retrata su vida y la de su esposa, Rebecca, sea estrenada en todo el mundo, el museo que honra su vida se encuentra bajo amenaza. La fiebre inmobiliaria de Tel-Aviv, que arrasa con viejas edificaciones para construir nuevas, ha puesto la mira en el edificio donde se encuentra el museo. 

Nos lo cuentan en entrevista remota Hadassah y Clila Bau, las sonrientes hijas del matrimonio, huellas biológicas del paso de la pareja por el mundo. Principales “evangelistas” del ácido sentido del humor de su padre, un hombre cuya vitalidad e imaginación le permitieron sobrevivir al horror nazi al lado de su esposa, con quien se casó en el campo de concentración de Płaszów. 

“Hoy en día no queda nada de ese sitio”, dice Clila “solo hay árboles”.  La única evidencia material que resistió a la demolición, al sistemático intento por borrar la funesta huella polaca del mayor genocidio de la historia, es un mapa trazado por Joseph Bau, cuyas habilidades gráficas le permitieron ser de utilidad para sus captores y conservar la vida. 

La mujer muestra a la cámara de su computadora un libro abierto en las páginas en que se despliega el mapa. Se trata de un ejemplar de El pintor de Cracovia, biografía sobre Bau traducida a varios idiomas, en que se narra su asombrosa historia. 

Joseph Bau, artista gráfico

“Nuestro padre estudió Arte, un año antes de que estallara la guerra. En mayo de 1939, el profesor de caligrafía entró a la clase y les dijo ‘hoy voy a enseñarles algo que no es importante. Si alguien no quiere aprender no tiene que hacerlo’. Todos los estudiantes se salieron, excepto nuestro padre, que se enamoró de las letras góticas, porque eran muy hermosas.”

Eso que “no era importante” le salvó la vida a Bau cuando, una vez en el gueto de Cracovia, tuvo que encontrar un trabajo para no morir asesinado. “En el gueto, si no trabajabas, te mataban”, recuerda su hija. 

El joven artista no sabía hacer nada “útil”, pero recordaba las lecciones de caligrafía, de tipos de letras que aquél profesor le había brindado sin saber que, con ello, contribuiría a la preservación de la vida de un chico que, con el tiempo, se convertiría en un célebre artista israelí. 

“Joseph Bau, artista gráfico”, escribió con letras góticas el muchacho de 22 años en un cartel que luego colgó en la ventana de su habitación. Y como a los nazis les encantaban las letras góticas, lo emplearon en la comandancia de policía. 

Bau trabajó para la policía alemana escribiendo letreros. Pero, al mismo tiempo, sirvió como espía para el movimiento de resistencia subterráneo, a quien le transmitía mensajes sobre lo que escuchaba en el cuartel de los alemanes. 


También falsificó salvoconductos para que muchos judíos pudieran salir del gueto.
Cuando un compañero de cautiverio lo increpó y le preguntó por qué no se hacía un documento falso a sí mismo para escapar de los nazis. Bau le respondió: “¿si yo huyo, quién se quedará a salvar a los otros y permanecerá hasta el último día?.” 

Pero sobrevivir al gueto era apenas la primera estación en un rally macabro.

El 15 de marzo de 1943, él y su familia fueron trasladados al campo de concentración de Plászów. Su hija recuerda el día exacto. Finalmente, ella misma, junto con su hermana, son las guías del pequeño y peculiar museo que resguarda el trabajo que durante décadas hizo su padre. 

Una boda de película

En La lista de Schindler, de Steven Spielberg, se retrata un suceso capital en la vida de los Bau: su boda, en pleno campo de concentración de Plászów. Lo que no se explica ahí es cómo aquella pareja se enamoró ahí mismo, ni cómo usó su ingenio para conseguir lo imposible, lo que, de haber sido descubiertos, les hubiera costado la vida al instante. 

Fue apenas unos meses antes, una eternidad para quien vive en el infierno, cuando Joseph Bau fue iluminado por el rostro de Rebecca. La historia, que ha sido contada en el libro biográfico antes citado, y que será retratada en la película Bau: Artist at War, protagonizada por Emile Hirsch e Inbar Lavi, es un reto para cualquier detractor del amor romántico. 

Y comienza con ese mismo mapa que el artista dibujó para los nazis, y donde se detalla la distribución de las barracas, los campos de trabajo forzado y las oficinas. 

Le gustó tanto aquel trabajo a un comandante nazi que, haciendo gala de su autoritarismo, ordenó al joven Bau que elaborara una copia usando un método antiguo de fotocopiado llamado cianotipia, que utiliza la luz solar para imprimir una copia de un documento sobre un papel al que después se le aplica amoniaco para develar la copia. 

“Pero no hay sol”, le dijo Bau al oficial. “Hazlo o te meto una bala en la cabeza”, respondió aquel. Desanimado, Bau estuvo todo el día intentando captar algún rayo del sol, rezando para que un milagro ocurriera ese día nublado.

“Ella era el sol”

El milagro no llegó del cielo, sin embargo, sino de uno de los edificios donde los nazis tenían sus oficinas. Era Rebecca Tennenbaum, una joven y rapada mujer que, sin embargo, lucía hermosa como un sol a los ojos de Bau. 

“¿Qué estás haciendo?”, le preguntó la joven al artista, que sostenía el mapa junto con el dispositivo de calca sobre su cabeza. “Estoy esperando que salga el sol”, respondió él. “Quizá tú puedas ocupar su lugar”, agregó, mientras ponía el dispositivo frente a su rostro. Ella se ruborizó, le regaló una sonrisa y siguió su camino. 

El día terminó sin que el sol apareciera sobre el campo de trabajos forzados. Bau, resignado, regresó a la oficina y aplicó el amoniaco al papel, seguro de que nada se revelaría. “Hoy me van a matar”, pensaba mientras, como por arte de magia, las líneas que marcaban los contornos de ese campo del horror se revelaban frente a sus ojos. 

“Ella era el sol”, se dijo asombrado. Y quizás fue en ese mismo instante en que supo que aquella sería su esposa. Unos meses más tarde, enamoradas e intrépidas criaturas de la noche, la pareja contrajo matrimonio en las barracas de mujeres, a las que él accedió disfrazado. 

Dos anillos hechos con cucharas y una oración pronunciada por su madre, erigida en rabino bajo el manto de la noche, sellaron la unión. Tras sobrevivir a la guerra, Joseph y Rebecca Bau permanecieron juntos el resto de sus vidas. 

50 metros cuadrados de memoria 

Hadassah y Clila Bau lucen preocupadas, nostálgicas, incluso melancólicas cuando, tras recrear la historia, hablan sobre el antiguo estudio de su padre, convertido en museo y custodiado por ellas. Un recinto que, en apenas 50 metros cuadrados, alberga una gran colección. 

En el mismo sitio pueden verse las películas de animación que Bau hizo en Israel, y el equipo que utilizó para ello. Caricaturas, bocetos, libros, pinturas… Toda la obra que consagró a Bau como un reconocido artista gráfico en un país naciente. 

Lo que no se exhibe son los documentos que falsificó para que espías como Eli Cohen pudieran llevar a cabo sus peligrosas misiones en suelo hostil. Ni siquiera sus hijas supieron, mientras él estaba vivo, que el Mossad lo había reclutado. 

Los secretos

Pero no solo Joseph se llevó secretos a la tumba. Rebecca guardó para sí uno muy preciado: fue ella quien salvó la vida de Bau cuando estaba por ser trasladado al campo de exterminio de Auschwitz. 

Esa, su historia, ameritaba por sí misma una novela o una película. “Mi madre quería ser doctora”, narra Clila, “pero los judíos no podían estudiar Medicina”. En vez de eso, Rebecca Tennenbaum se convirtió en enfermera. Ese oficio le permitió sobrevivir su propio horror. 

Durante meses, la joven Rebecca atendió a los nazis de sus diversas dolencias. En una ocasión, un oficial le pidió que le hiciera una manicura. Mientras ella trabajaba, el nazi “llevaba una pistola bajo el antebrazo”, sigue Clila. “¿Para qué es eso?”, preguntó, inocente, la joven enfermera. “Si me haces un rasguño siquiera, te mato aquí mismo”, respondió el hombre. 

Pero algo había en el alma de aquella mujer que, incluso ante la inminente amenaza que enfrentaba cotidianamente, se dio a la tarea de espiar para los suyos. “Mi madre hablaba 9 idiomas”, recuerda Clila, y narra cómo, durante semanas, Rebecca llevó información del cuartel nazi a las barracas. 

Información que le permitió a mucha gente salir con vida del campo de concentración. Pero el comandante nazi se percató de que alguien filtraba información. “Tiene que ser Rebecca”, dedujo. Lo que siguió, fue para ella un horror del que nadie pensaría que escaparía con vida. 

Fue azotada ferozmente con ramas en la espalda. Así, desnuda y con la carne viva, fue postrada con las piernas abiertas en una zanja apenas abierta sobre el barro helado del campo. Permaneció ahí varios días. Sobrevivió. 

“Al menos ahora me dejarán en paz”, pensó la joven enfermera, equivocadamente. Tan pronto como hubo sanado de sus heridas, los nazis la devolvieron a sus funciones. Pero eso fue en realidad una suerte que terminó por asegurar la continuidad en el mundo del “artista de la guerra”.

 

“Quiero que pongas otro nombre en esa lista”

Tú me debes un favor”, le dijo Rebecca a un oficial nazi a cuya madre ella había atendido. “Es verdad”, dijo él. Se trataba del hombre encargado de elaborar la lista de prisioneros que serían trasladados al campo de concentración de Oskar Schindler. 

Ya para entonces se extendía el rumor de que quienes eran enviados a ese campo sobrevivían. El oficial estuvo a punto de escribir el nombre de Rebecca en la ansiada lista pero ella lo detuvo. “Yo soy fuerte y voy a sobrevivir. Quiero que pongas otro nombre en esa lista”. 

Cincuenta años después de su insólito matrimonio, justo el mismo día, se estrenó La lista de Schindler en Israel.

Para celebrar la feliz ocasión, un reportero entrevistó a la pareja en Israel. “¿Cómo fue que logró sobrevivir?”, le preguntó a Joseph. “No lo sé”, respondió aquel, sincero. 

Su hija recrea la mueca mustia que su madre hizo en aquel momento. Tras su muerte, en 1997, ella y su hermana descubrieron los diarios en que su madre había registrado ese acto heroico. 

Rebecca Tennenbaum fue trasladada al campo de exterminio de Auschwitz. Al final, tenía razón: era lo bastante fuerte como para salir del infierno con vida. 

No tenemos suficiente dinero para poner otro museo”, lamentan las hermanas Bau. Temen que el legado de sus padres se pierda cuando el edificio que alberga el antiguo estudio sea finalmente demolido. 

Apelan al altruismo de quien, quizá movido por la historia de dos héroes enamorados que desafiaron a la muerte y salvaron cientos, quizás miles de vidas, aporte los recursos necesarios para que el museo Casa de Joseph Bau sea trasladado a un nuevo recinto. 

No sería raro que lo consiguieran. Finalmente, los Bau hicieron de la supervivencia un arte. Quizá consigan vivir después de muertos.

 

 

 

 


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