Rosh Hashaná: la esperanza del mañana.
La liturgia hebrea se sostiene a partir de una didáctica especial que constantemente nos recuerda que existe un tiempo para todo.
Desde hace más de una década que comencé a reconectar con mi herencia judía me di cuenta de que uno de los aspectos que han permitido la pervivencia de nuestra cultura es la practicidad y el pragmatismo de un modo de vida.
Así es, el judaísmo que es religión, arte, cultura y pensamiento es también un modo de vida. Un reloj puntual que busca encontrar el espacio dentro del espacio, un momento para todo.
De esta forma en Pésaj, la fiesta de la libertad, el relato hagádico inicia con la frase: “¿Qué hace diferente esta noche de las demás noches?”. La respuesta es abrumadora ya que está cargada de historia, fe, mitología y religión. Pero cuando se trata del día a día, del transcurso de los minutos que se vuelven semanas y meses, pienso que la pregunta se torna más compleja ya que se trata de la percepción de uno mismo:
¿Qué hace diferente esta noche de las demás?
Los seres humanos hemos definido conceptos abstractos como el tiempo. Cuando pudimos mirar a las estrellas y observar en ellas un patrón temporal y espacial creamos los calendarios.
Estos nos ayudaron a situarnos en la inmensidad del tiempo, que dicho sea de paso fue invención nuestra, un ejercicio un tanto necesario, otro tanto desesperado para tratar de entender lo que sucede fuera de nosotros: el transcurrir del tiempo, del año.
A partir de ese momento los antiguos chamanes definieron sistemas variables para anunciarnos la llegada del frío, del calor, de las siembras y las cosechas. Dominamos el tiempo, una concepción propia para orientarnos a nosotros mismos en la totalidad del universo. Desde ahí medimos para adelante y para atrás y nos creímos lealmente la contabilidad de nuestros ciclos.
Después de eso aprendimos a celebrarlos, los convertimos en una meta que cumplir, en un logro del cual jactarnos, o en otras ocasiones, avergonzamos.
Las grandes religiones definieron los ciclos y los estructuraron
Sin embargo existieron culturas que además sumaron una dimensión más profunda al entendimiento del tiempo, a la comprensión y el dominio del pasar de los años.
El judaísmo establece un año nuevo de varias noches para la transición de un ciclo a otro. Desde tiempos talmúdicos dotó al año nuevo de simbolismos de unión, quizá porque el pueblo estaba indefenso y no tenía cómo defenderse ante el avance del cristianismo o del islam.
Siempre he pensado que la importancia de pedir perdón en los denominados “días terribles” que comienzan en Rosh Hashaná y culminan en Yom Kipur, representan la marcada necesidad de mantener la alianza entre nosotros mismos.
Un pueblo pequeño no puede darse el lujo de enemistarse
A pesar de las faltas del pueblo, éste debe mantenerse junto, unido y de frente ante las incógnitas del futuro. Entonces el fin de año marca el inicio de un comportamiento diferente en donde nos perdonamos los unos a los otros por la necesidad humana de confiar en el otro y demostrar el cariño para que nos muestren el suyo, para ser comunidad, para transitar otro ciclo con un sentimiento de apoyo y de resguardo.
Lo que comienza en un tiempo de reflexión, arrepentimiento y renovación espiritual se transforma en la convivencia de la mesa, en las risas y abrazos que se extienden por dos días más. Los sabores extraordinarios, los que no son del diario, nos apapachan el corazón.
El sonido del shofar recoge las esperanzas de que seamos inscritos en el libro de la vida. Lo deseamos tanto que nos lo decimos los unos a los otros en cada “jatimá tová” que se escucha por estos días.
Los simanim o significados nos recuerdan de las obligaciones y deberes, porque no podemos ser comunidad si no nos comprometemos, si no escuchamos el pesar y sentir del otro. El que está al lado tiene miedos, dolores y preocupaciones.
Y en familia se encienden las velas y se reza el shejeianu, que en mi opinión es el rezo más hermoso del judaísmo:
“… que nos diste vida, nos sostuviste y nos permitiste llegar a este momento”. Porque es realidad, llegamos a este momento. Llegamos después del ciclo, después de la pérdida del padre o la madre, de la ausencia de los hijos, del divorcio, del matrimonio, del covid. Y no sólo llegamos, sino que nos reunimos alrededor de una mesa a consentirnos y a recordarnos lo que debemos hacer.
Desde mi perspectiva de la historia del arte judío, considero que la granada es uno de los elementos iconográficos de mayor valía. No solamente porque, junto con el shofar, aparece desde los primeros mosaicos de las sinagogas más antiguas, sino porque es el constante recordatorio de nuestras buenas obras, las mismas que sostienen día a día nuestra relación con el otro y el elemento que nos promete el acercamiento a una vida futura. La granada en el mundo grecolatino simbolizaba la resurrección, toda vez que fue el fruto que Hades dio a Perséfone para que ésta resucitara y regresara a los brazos de su madre Démeter. Una vez más, el recordatorio del impacto trascendental que tiene la acción del otro sobre nosotros mismos.
Después llega el momento de soltar los pecados. La ceremonia de Tashlij es sumamente introspectiva toda vez que se centra en el duro proceso de soltar. Nos enseñan a agradar, a actuar y resolver, incluso a exigir y pelear, pero no a soltar. El necesario y sanador proceso de soltar se representa en la ceremonia en la que tiramos al agua corriente las migajas del pan que representan los pecados.
Los sabios definieron que no se podía continuar un ciclo sin soltar y dejar ir. Nada más doloroso en muchos casos. La acción se sustenta con la liturgia de Yom Kipur con esa frase tan humanamente necesaria dentro del Kol Nidré:
“Todas las promesas y las auto prohibiciones y los juramentos y marginaciones, y las confiscaciones que prometimos y los que juramos y los que marginamos y los que confiscamos y los que prohibimos sobre nuestra persona y los que prohibiremos, desde el día de Kipur que pasó hasta el día de Kipur este que llegó a nosotros para paz y nuestras prohibiciones, ya no son prohibiciones, todo aquello, nos arrepentimos de ello. Que sean cesados y cancelados, no vigentes y no existentes…”
Rosh Hashaná es un momento para recordarnos que el mañana está presente y con ello la oportunidad de seguir. Seguir ligeros y amorosos haciendo un balance de nuestros sueños pasados, presentes y futuros.
Rosh Hashaná es el recordatorio del mañana que servirá para arreglar las cosas.
¿Qué hace esta noche diferente a las demás?
Que nos inventamos un fin de ciclo, lo establecimos y decidimos respetarlo e incluir en él toda una ritualística y parafernalia que nos ayuda a entender que hay un mañana con toda la esperanza que ello conlleva y reconocer que si no alcanza el tiempo, aún queda otro día más.
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