Dicen que hablar del destino de un hombre es hablar del destino de toda la humanidad y este es el reto que alcanzó al poeta cósmico, José Gordón al escribir el libro del destino y así mismo, al presentarlo.
Borges alguna vez planteó la idea de que todas las líneas ya habían sido escritas. Si, también ese tuit que tan original creías que era tuyo o la nota que le dejaste hace años a ese amor perdido. Si, la filosofía más moderna ya se encontraba en palabras y el Quijote y también éste artículo.
El problema no es ver el futuro dirían los profetas, sino encontrar las palabras correctas que le hagan justicia a esa visión. Esta es una sentencia un poco severa, que condena a todo el que intenta poner palabras al papel, pero que también otorga un lugar especial para aquél que sí logra plasmar los conceptos más complejos.
Algunos hombres de fe dirían que no es así. Sino que más bien, las palabras eligen a un portador digno para darle forma a sus ideas y si así lo fuera, ¿qué diría esto sobre Pepe Gordón? – Un hombre que logró algo que pocos tienen el honor de hacer: ponerle palabras al destino.
Hablar del destino es algo complicado y muy complejo, sin embargo, es un tema que el libro aborda increíblemente bien. Curiosamente, no sólo con historias felices, sino también a través del duelo y hasta cierto punto, es obvio por qué: ¿qué no es el duelo un pasado que pide a gritos su revisión para entender lo que somos?
En El Libro del Destino, Pepe aborda un concepto que le ha tomado miles de años a los filósofos entender y a los románticos varias vidas y con sólo dos historias – la historia de amor entre Mijael con Heny y la historia de la mamá de Mijael, poco a poco va develando el concepto hasta que lo deja desnudo y finalmente destilándolo en tan sólo 167 hojas.
Por eso, en la presentación del libro Alberto Ruy Sánchez lo llamó “Dramaturgo del Karma”, al comentar la profundidad no nada más del libro, sino del concepto que sale del libro y se extiende al lector.
Se le dio presencia al primer capítulo del libro (el que más denota el conflicto entre destino y escepticismo) con las voces del autor como narrador y Marisol Gasé junto con Jaime Tiktin, dándole vida a Mijael, Heny y Dora, la astróloga de Heny.
“El destino es el arte de leernos a nosotros mismos” mencionó Gordon, dejando las dudas por el aire sobre un “destino” en el que todos pensamos alguna vez.
Pensar en el destino significa pensar en el tiempo y en una pluma que sale de él para unir los puntos con la seguridad que sólo la divinidad posee. Un tema nada ajeno al judaísmo, que constantemente nos pone de frente con un Dios trascendental, al que uno puede apelar para dirigir aunque sea un poco su camino.
Para poder entender el destino, uno tiene que entender sus lineamientos, es decir, sus reglas. Que a veces vienen en libros y otras en señales del cosmos. El problema es que una vez que se cree que uno entiende las reglas del destino, a uno le cambian el juego. Toma tiempo saber en qué juego está participando uno (tomando en cuenta que la vida – que vendría a ser el juego más completo y complejo – es un concepto abstracto), no obstante la clave para entenderlo nos la entregan desde que nacemos. Ellos que nos trajeron al mundo tienen (en los mejores casos) la obligación de enseñarnos cómo ‘jugar’, también han experimentado un poco más de “destino” y en teoría podrían decirnos más de lo que vieron. De su historia.
Para el ojo común, este libro solamente es la historia de alguien que vive el duelo de su amor y el relato de una tragedia, pero para los que nos tomamos la molestia de ponerle atención a las fracturas más profundas y a la intimidad que ellas generan, los niveles con los que está escrita esta novela son evidentes – así como la complejidad que lleva cada uno.
Amor y desamor, mística y esceptica, un pasado que va desde la antiguedad sobre la India más profunda y que se extiende hasta el futuro de una pareja por polanco en pleno siglo XXI – en la CDMX, guerra y paz, estos son los temas por los que va delinéandose este libro con una maestría inmensa.
Por un lado, la historia de un amor que quiere vivir pero parece destinado al fracaso por el azar y por el otro, la historia de una niña que casi no sobrevive el Holocausto Nazi.
Como judíos, se nos enseñó que teníamos que pasarle nuestra historia a nuestros hijos. Pero ¿qué pasa cuándo no podemos recordar? Jaime, revela que la niña en el libro está entre el público, es su madre. La historia es real, no es un eco de la imaginación, pero no importa cuántas veces le dio lectura al libro, los eventos que se acercan a la vida de su madre no logran quedarse en su cabeza, sino que caen en el olvido. “Posiblemente como un acto de protección de nuestra propia mente” comentó Tiktin.
Esa niña que se encuentra entre las páginas del libro, alguna vez caminó por las calles del Ghetto y ahora es la abuela de los hijos de Pepe. Su nombre es Noemí Tiktin Nickin.
Ella eligió a Pepe como Noemí eligió a Heny en el libro o en otras palabras, la niña de la historia salía del texto para recibir un homenaje de pie, por su resilencia y perseverancia. Virtudes que ahora se extendieron por la inmensa compasión y cariño que caracterizan a su esposa Esther y que encuentran el camino hasta sus hijos. Varias historias, pero un sólo destino.
Un desafío para relatar, mucho más para ponerse en un papel. Ahí es donde entran los poetas cósmicos. Ahí entra Pepe, que no nada más escuchó el pasado de su familia, sino que logró inmortar ese pasado, enmarcándolo con destino.
Parecería que una historia se quedará en el libro, sin embargo, ese jueves 14 de septiembre, se hizo evidente para todos los que asistieron a la presentación, que la historia que se cuenta en el papel no terminará ahí en el Centro Cultural Bella Época.
El libro ya había sido publicado en el pasado, hace más de 25 años. Pero hoy regresa para regalarnos una historia que no empezó Mijael y Heny en México, sino que se remonta hasta los lugares más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, con una niña de la cual, la pluma de Pepe rescató su inocencia, para que nosotros nos llevemos su historia como parte de ese “futuro”.
Algunos lo llamarían casualidad, pero esa noche todos en el auditorio, estábamos de pie para darle honor al poeta cósmico por regresarnos un poco de lo que no se puede ver. Esa noche, nosotros decidimos llamarlo destino.
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