En el transcurso de la última semana tomó fuerza la cuestión de una normalización de relaciones entre Arabia Saudita e Israel. Y todo parece indicar que el destinatario del mensaje por los saudíes no era Benjamín Netanyahu.
El pasado sábado un medio árabe reportó que Arabia Saudita estaba reconsiderando la posibilidad de normalizar relaciones con Israel en el corto plazo, por culpa de la política que Israel aplica contra los palestinos.
Sin embargo, ayer Bin Salman negó el rumor y declaró, sin tapujos ni recatos, que se está cada vez más cerca de un acuerdo con Israel aunque enfatizó su interés en que los palestinos salgan beneficiados.
Irán de inmediato lanzó sus críticas, al considerar que esto era una traición al pueblo palestino.
¿Qué es lo que está pasando?
Digamos que, como reza el dicho, es el dinero. En realidad no está pasando nada que no pudiera preverse. La corona saudí no tiene ya demasiado interés en la causa palestina —desde hace mucho— porque esta ha demostrado ser un barril sin fondo, aprovechado nada más por una tropa de sátrapas corruptos o por un grupo terrorista aliado con Irán, el verdadero enemigo de los saudíes.
En contraste, e independientemente de los sentimientos buenos o malos, positivos o negativos que puedan sentir por Israel los políticos de Riad, allí hay negocio. Toda la experiencia con los Emiratos Árabes Unidos, desde la firma de los Acuerdos de Abraham hace tres años, es que el potencial de negocios es impresionante, y que todo mundo puede salir ganando mucho dinero de esa combinación.
Arabia Saudita sabe que la posibilidad de consolidar un bloque económico regional a futuro, que pueda competir (incluso superar) a la Unión Europea, pasa por una alianza estratégica con Israel (y con Irán, pero sin los ayatolas). Por eso, su apuesta está allí, en la normalización de relaciones con el Estado judío.
¿Por qué, entonces, hizo el comentario inicial en el que parecía distanciarse de esa normalización? El detalle significativo fue que se lo hizo a los estadounidenses. Visto en conjunto con la declaración de ayer, lo que queda claro es que tanto saudíes como israelíes cada vez son más quisquillosos con la administración Biden. Pareciera que prefieren dejarla afuera de las principales negociaciones.
¿Y por qué habrían de querer incluirla, si la postura demócrata sigue siendo la misma que en tiempos de Barack Obama? Abiertamente pro-iraní. Claro, en un nivel menos descarado porque las cosas cambiaron radicalmente durante la gestión de Trump, pero el sesgo claramente anti-israelí ahí sigue. A Biden y su gente no les interesa buscar soluciones reales en Medio Oriente, que pasan por empujar al régimen de los ayatolas hacia su colapso.
Lo paradójico de la situación es que eso le sería muy conveniente a los intereses de Estados Unidos en la zona, pero tal parece que los demócratas están ahogados en ideología “progre”, posmoderna y “woke”, estilo Rashida Tahlib o Ilhan Omar. Y por eso sus tumbos.
Supongo que Israel y Arabia Saudita preferirán esperar a que venga una nueva administración repúblicana para reintegrar a Estados Unidos al gran festín que se está organizando en Medio Oriente, cuyo momento climático será cuando Jerusalén y Riad firmen acuerdos de reconocimiento mutuo, intercambien embajadas, y hagan formales sus relaciones comerciales.
Para ese entonces, los Acuerdos de Abraham ya habrán dejado una buena estela de negocios entre Israel y los reinos árabes pequeños o secundarios. Así que podemos prever que la firma del tratado entre Israel y Arabia Saudita será algo así como una boda de una pareja que lleva mucho tiempo viviendo junta, y que los más felices en la fiesta son sus hijos.
La reconciliación entre árabes e israelíes es inevitable. Y no es que nos querramos mucho (aunque parece que tampoco nos va a costar trabajo). Es sólo el dinero, siempre el dinero. En política no hay amigos ni enemigos, sólo intereses. Pero los intereses que pueden salir de esto son muchos. Muchísimos. Más que muchísimos. Así que la ruta está trazada, y lo que viene ya está cantado.
Lástima que Biden y su gente se obstinen en quedar fuera.
Y de los palestinos… ni hablar del peluquín.
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