La festividad de Sucot o de los tabernáculos es la tercera conmemoración religiosa dentro del ciclo de las fiestas mayores que comprende desde Rosh HaShaná hasta Simjat Torá.
De manera superficial podríamos decir que se trata de una ceremonia litúrgica que recuerda el paso del pueblo de Israel por el desierto y el camino de la libertad de Egipto hacia la Tierra Prometida. Sin embargo, como buena fiesta judía tiene raíces ancestrales importantes cuyo orígen se centra en la civilización babilónica.
Antes de que los pueblos cananeos del norte y del sur se unieran, la religiosidad babilónica permeó la zona de la “Media Luna Fértil”, tal y como se nombra al espacio geográfico que va desde la antigua Ur hasta Egipto y en donde se desarrollaron las culturas de la antigüedad.
Egipcios y sumerios
Si bien las tribus cananeas del sur estaban más cercanas a la religiosidad egipcia, las del norte se afiliaron hacia la sumeria
Dentro de esta religiosidad existían tres fiestas centrales que marcaban el ciclo útil del año, me refiero al periodo entre la siembra y la cosecha.
En nuestras sociedades actuales el periodo agrícola ya no define el devenir del año, sin embargo para el hombre antiguo era fundamental.
El periodo que va de abril a octubre era el más importante, toda vez que en ese tiempo se sembraba y cosechaba toda la comida que alimentaba la comunidad.
La fiesta de Akitu
Los babilónicos marcaron este periodo con una fiesta inicial llamada Akitu y otra final del mismo nombre. El akitu primigenio era la para la siembra y el último para marcar la cosecha final; posterior a ello venía el tiempo del frío que terminaba a su vez con el inicio del periodo fértil de la tierra del siguiente año.
La fiesta de akitu inicial estaba dedicada a la diosa Ishtar o Inana, deidad de la sabiduría, la fertilidad y la sexualidad. La fiesta era institucionalizada, es decir que corría por cuenta y dirección del poder real, duraba once días en los que se hacían banquetes todas las noches y se comía principalmente carnero y pescado. Posterior al akitu de Ishtar comenzaba oficialmente el periodo de las siembras.
El dios Tammuz
Pasadas siete semanas de la primera siembra venía la cosecha inicial que se conmemoraba con la segunda gran fiesta: la de Tammuz.
El dios Tammuz era el esposo de Ishtar y su culto se centraba en la sexualidad y la fertilidad desde la perspectiva masculina.
Era entendido como un pastor, un hombre que tenía el conocimiento de la tierra y sabía cómo cosechar el fruto del vientre de su mujer. Al ser sabio podía medir el tiempo y saber cómo y cuándo obtener el fruto del campo.
La fiesta de Tammuz tenía también otra connotación, la del saber. Si reflexionamos sobre el papel del conocimiento de la agricultura podemos sorprendernos.
La agricultura fue esa ciencia y magia que los antiguos sacerdotes desarrollaron para poder alimentar al pueblo; en términos más pragmáticos fue el saber que nos separó del nomadísmo y nos estableció en el sedentarismo y, por ende, en la civilización.
Por esa razón la fiesta de Tammuz representaba el conocimiento del campo, el saber de la cosecha, el hombre como agricultor de la tierra.
Finalmente, el ciclo concluía con la festividad del último Akitu que marcaba el cierre del ciclo fértil. Obviamente dentro de la ritualidad babilónica esta fiesta tenía un boato singular. El pueblo creaba altares efímeros en las azoteas de sus casas y los decoraban con las últimas hojas de la naturaleza. Esta rareza de tratar de contener la frescura de la vegetación dentro del hogar es un fenómeno religioso que compartieron varias culturas de la antigüedad; algunos celtas por ejemplo seleccionaban un árbol del bosque y lo mantenían dentro de su colectividad durante el invierno, el antecedente del árbol navideño.
El dios Nabu
El Akitu final estaba dedicado al dios Nabu, hijo de Marduk y dios de la escritura y también del conocimiento. El último akitu era una ceremonia centrada en el concepto de la civilización, del sedentarismo y del poder real. Se hacía la selección de los frutos anuales y se peregrinaban a los templos y a las puertas de la ciudad, como la de Ishtar que hoy se encuentra en el Museo de Pérgamo.
Festividades judías
Ya para este momento el lector seguramente ha intuido la influencia de dichas fiestas dentro del judaísmo. Las Shelóshet HaRegalim o tres fiestas de peregrinaje son Pésaj, Shavuot y Sucot, mismas que están referidas desde el Tanaj.
Aunque las connotaciones de dichas conmemoraciones se centran en otros aspectos como la libertad, la entrega de la Ley y la rememoración del camino a Eretz Israel respectivamente, sus antecedentes se encuentran dentro de los Akitus y de la fiesta de Tammuz.
Pésaj se desarrolla en el marco de la primera siembra, Shavuot es la fiesta de las primicias y Sucot recopila los frutos de la tierra.
Las narrativas sobre las que podemos leer esto son interesantes. La primera podría ser el paso del pueblo judío alcanzando su libertad con la salida de Egipto, obteniendo su Ley en el Sinaí para llegar a la Tierra Prometida y gozar de los frutos de la cosecha.
Otra más profunda es entender Pésaj como el inicio del periodo fértil, asociando la cultura, la civilización y el orden con la entrega de la Ley.
Los primeros hebreos monoteístas transformaron el concepto del pastoreo de Tammuz con la entrega de la sabiduría divina, porque eso es lo que nos diferencia de los demás seres: la civilización sostenida en el conocimiento. Finalmente, Sucot basado en el akitu final marca el ciclo del año y el periodo de estar agradecidos por la cosecha, misma que mantendrá al pueblo durante los periodos más fríos del año.
Sucot, del Mishkan al Templo
De esta manera podemos entender a la fiesta de Sucot como una alegoría sobre la transición de una sociedad nómada a la civilización.
La fiesta de las cabañas recuerda ese periodo en el cual el pueblo judío habitaba en sucot y en el centro se encontraba el Mishkán, el tabernáculo o templo portatil.
Cuando se instituyó el Templo de Salomón, el poder religioso radicó ahí y no se usó más el Mishkán; sin embargo durante Sucot se ordenó la construcción de las cabañas para recordar el pasado itinerante, no como una calamidad, sino como el proceso que el pueblo tuvo que cumplir para obtener la sabiduría divina, misma que condujo a la Tierra Prometida y permitió el surgimiento del antiguo Reino de Israel, mientras se guardaba el significado primigenio de manera subyacente: el milagro de la agricultura.
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