Esta semana que va del 1 de octubre al 8 de octubre, los judíos celebran Sucot, La Fiesta de la Cabañas. Una festividad que obliga a mudar la casa a una endeble construcción de techo que permite ver el cielo, sometida a las inclemencias imprevisibles del tiempo. Sucot debe recordar la salida del pueblo de Israel de Egipto, y su cobijo en cabañas a merced de la protección divina.
Las cabañas de Sucot son el símbolo de la fragilidad de la condición humana y de las sociedades. Se sale del confort del hogar, de la aparente seguridad de una vivienda sólida y se vive una semana de una alegría mezclada con un relativo sosiego proveniente del pasar de los días, las comilonas y los festines. Es una demostración de fe y un reconocimiento de lo endeble de nuestra condición personal, familiar, comunitaria y nacional. Un llamado anual de atención.
El mundo moderno nos proporciona, a veces, la sensación de seguridad. Medicina avanzada, tecnología de punta en computación y comunicaciones, inteligencia artificial, viajes al espacio, inventos sorprendentes. Sin embargo, un simple virus cambió nuestra forma de vida si es que logramos sobrevivir. El planeta entero entra a veces en una cabaña virtual sometida a eventos incontrolables.
El moderno y hasta poderoso Estado de Israel, un milagro de nuestros días, portento tecnológico y militar, ha sido desde antes de su creación un ejemplo de fragilidad. Su fundación fue complicada. Su supervivencia lograda en guerras desiguales, una aventura interminable. Israel ha sido amenazada una y otra vez. Por si fuera poco, el desprestigio al cual se ha visto sometido el país en medios de información, boicots de gran factura y campañas internacionales, no cesa ni pareciera cesar.
A los países del mundo, si comparamos recursos, población, amenazas físicas reales, fronteras que defender, población hostil interna y hasta conflictos entre las tendencias políticas que hacen vida en Israel, podemos llegar a decir que Israel es una Sucá, una cabaña que subsiste y progresa, que vive y sobrevive, a pesar de las condiciones adversas a las cuales es sometida.
Quizás la fortaleza de Israel se deba al reconocimiento permanente de su propia debilidad, de la necesidad perenne e imperiosa de resolver día a día los problemas que la aquejan. De fortalecerse a sí misma a sabiendas que su estructura no es confiable, que debe ser atendida siempre. Es una cuestión de profunda fe y dedicación construir y mantener una cabaña, un Estado con las características particulares de un Estado judío.
En estos días de Sucot, Israel vive momentos de optimismo y de preocupación. Por un lado, pareciera que una normalización de relaciones diplomáticas con Arabia Saudita está en camino. Esto allanaría las posibilidades de un acuerdo de paz con los palestinos. Hace unos pocos días, Israel ha entrado en un programa que elimina la necesidad de visa para visitar Estados Unidos de América a sus nacionales. Son buenas noticias, se abre un compás de optimismo, se percibe fortaleza y solidez. Al mismo tiempo, las informaciones acerca de la carrera nuclear de Irán son preocupantes. Un Irán nuclear que ha amenazado a Israel, abre un compás de preocupación y pesimismo.
Israel oscila entre la euforia de celebrar logros alcanzados, metas loables y difíciles de conseguir, perspectivas muy halagadoras, y la terrible preocupación de su misma supervivencia. Sí, tan grave y simple como eso, su supervivencia.
Un país pequeño, con pocos recursos naturales a disposición, con fronteras que deben defenderse siempre, con el mar a la espalda, los ojos del mundo entero escudriñando a toda hora, y las Naciones Unidas prestas a la condena, está consciente de su fragilidad. La cabaña es ciertamente endeble, aunque se sostenga.
No cabe duda de que hay una gran fortaleza en eso de la fragilidad.
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