La victoria que presume Hamás después de la masacre realizada en Israel ayer, y que varios periodistas le conceden, no es tal. Porque una masacre no es una victoria. Nunca lo fue y nunca lo será. Ni bajo las leyes de la moral, de la ética, ni las leyes de religión alguna.
Una cosa es una victoria militar y otra una masacre de civiles desarmados, sorprendidos en una celebración religiosa.
Guerra
El ejército israelí ha sido uno de los mejores del mundo, y lo sigue siendo. Pero está preparado para el campo de batalla, no para un escuadrón de asesinos. Sin embargo, lo estará. Esta lección, este cuchillo por la espalda, no los olvidará pronto.
La alegría de la población de Israel, una de los naciones más felices del mundo, desaparecerá por un tiempo, porque el impacto del odio que alguien te profesa para masacrarte te marcará por mucho tiempo y acabará con tu paz. Tendrás que estar alerta a todas horas, verás a tus vecinos con sospecha, irás con tus hijos a cuestas, con miedo, porque el mundo ya no será tan seguro ni tan humano como antes.
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Lo que hoy parece un triunfo dejará una huella de odio imposible de borrar; una estela de desconfianza perenne. Simplemente cerrará los caminos para la paz por mucho tiempo.
Y el hecho de que ambas poblaciones sean vecinas empeorará las cosas, porque la cara de tu vecino ya no podrá ser humana, ni siquiera animal, sino monstruosa.
Se necesitará tiempo para que el israelí vuelva a dejar abierta su puerta, que vuelva a sonreír a un palestino y quizás a un árabe.
Una palabra en árabe será una señal de alarma. Una cara que se asimile con el fenotipo árabe llenará de miedo los corazones.
Cuando un agresor es despiadado, cuando actúa sin compasión, sin una pizca de humanidad, solo te deja una opción: acabar con él.
Esta masacre obliga a Israel a responder de forma contundente. A entrar a una guerra que no quería y que, con toda probabilidad, ganará. A mancharse las manos de sangre.
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La “foto de la victoria”
Y ahora, hablemos de la “foto de la victoria”. Las fotos que presumen los “hombres” (?) de Hamás. Una joven semidesnuda e inconsciente con hombres carcajeándose de la risa sentados encima, su cuerpo exhibido sobre una camioneta, una imagen que me perseguirá durante mucho tiempo, no muestra triunfo, muestra barbarie.
El video de un niño secuestrado de su hogar, objeto de burlas en árabe, solo exhibe salvajismo. El testimonio de unos jóvenes desarmados que están bailando y son ejecutados no es un acierto, es una ausencia de civilización.
¿Y todo al grito de dios es grande? Es un sacrilegio. Allah mismo estaría avergonzado.
La “foto de la victoria” es un retrato de demonios desatados.
La imagen que aparecerá, cuando se hable de los palestinos, es de una jauría de locos asesinos, irrumpiendo para hacer de una fiesta un baño de sangre.
Una película de terror.
Una imagen a la cual nadie se querrá asociar.
Si Hamás cree que con esta masacre ganará la admiración y el respeto de los países árabes, está equivocado.
Los árabes ya no quieren ser visto como los salvajes del mundo, el cuchillo entre los dientes, sedientos de sangre, pasando mujeres y niños por la espada al paso de su caballo.
Quieren entrar al mundo desarrollado, quieren educar a sus hijos, quieren ser parte de los países civilizados. Quieren su parte del pastel de desarrollo tecnológico del planeta.
La imagen que Hamás les ofrece para ser considerados victoriosos no es la imagen a la que aspiran. Todo lo contrario.
Los israelíes ya no necesitan mostrar lo salvaje que son estos vecinos. Ya lo hicieron ellos mismos.
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