Silvia Cherem/ Explicar lo inexpicable

Lo que he visto en chats en estos días me recuerda un concierto en la Ciudad de México en el Zócalo, no recuerdo bien los datos para precisarlos, pero fue uno o dos días después del embate a las Torres Gemelas, en el que el intérprete, bien aferrado a la postura antinorteamericana de izquierda, políticamente correcta entonces, se atrevió a alardear gritando que “los gringos se lo merecían”. Sí, así de escalofriante. No encuentro en las redes la información precisa, pero sé que sucedió, que tuvo eco y que hordas de fanáticos lo aplaudieron.

Una vez más, 22 años después, en este mundo de sobreinformación y poca comprensión en torno a quién dice qué y por qué lo dice, veo en las redes, en mis propios chats, una multiplicación de mensajes para intentar explicar lo inexplicable. He visto comentarios, memes e imágenes que faltan a la verdad, que quieren justificar que los israelíes “se lo merecen”.

Uno de ellos ha sido un mapa con una supuesta Palestina en 1878, en el que gráficamente “se muestra” cómo, progresivamente, Israel “les fue robando su territorio a los palestinos” y, de ahí, explican el enojo y “la rabia justificada” de Hamás.

Son comentarios desafortunados, porque, aunque duela decirlo: no existe racionalidad posible para entender la deshumanización a la que nos condenan los terroristas fundamentalistas islámicos. No hay palabras en el lenguaje para expresar el estupor, el pasmo y la conmoción ante el horror, ante la sangre que ahoga, ante la irracionalidad de la tragedia y las atrocidades que hemos visto en los últimos días a manos del grupo terrorista Hamás —secuestros y asesinatos de bebés, niños y jovencitos; violaciones masivas de mujeres; crueles homicidios de civiles, aterradores secuestros y crímenes de odio de lesa humanidad contra miles de judíos, israelíes y ciudadanos del mundo que tuvieron la mala suerte de estar en el momento y lugar equivocados.

En este ataque masivo y sorprendente a Israel fueron asesinados jóvenes que festejaban a la vida y promovían la paz en un concierto; familias enteras fueron violentadas y asesinadas con la máxima crueldad; bebés y niños inocentes fueron secuestrados y expuestos a ver cómo asesinaban a sus padres, o viceversa; decenas de mujeres fueron arrastradas semidesnudas por las calles después de ser violadas multitudinariamente; se perpetraron hachazos a cuerpos sin vida… Todo está grabado, todo fue exhibido por los propios asesinos que festejan y promueven la violencia, que bailan entre sangre y cadáveres violando todos los códigos de moralidad humana.

Dicho esto, es criminal confundirnos con justificaciones. Esto no tiene que ver con consignas territoriales ni con movimientos libertarios o de reivindicación nacional. No cabe ninguna excusa ante el rostro salvaje de la más perversa maldad. El terrorismo no tiene disculpa, no tiene excusa o perdón.

No hay medias tintas. No hay neutralidad, porque jugar a ser “neutrales” o meter en el paquete “las demandas palestinas” —como dicen AMLO, Sheinbaum, los fanáticos de la 4T y los izquierdistas trasnochados—, es ser cómplices de la maldad de estos criminales que, lejos de apelar a la paz de la región, se enmascaran en una supuesta religiosidad para robarse el futuro de una generación entera. Para traumatizar al mundo y normalizar la violencia, para esclavizar a las mujeres como trofeos y, sobre todo, para dañar, no sólo a los judíos, también a los palestinos que dicen defender, sin entender que lo que está en juego es el mundo como hasta ayer lo conocíamos.

Va un poco de historia para quienes están confundidos o han hecho circular ese mapa de la supuesta ocupación judía de Palestina en distintos momentos: 1878, 1946, 1947, 1967 y 2008. Un mapa realizado con muy mala leche y demasiadas mentiras, para disque mostrar que los judíos “les arrebataron sus tierras” a los palestinos.

Palestina no existía en 1878, punto. Palestina nunco existió como territorio soberano y el nombre de esa zona proviene del año 135, de la época de los romanos, cuando el emperador Adriano sofocó la revuelta de Bar Kojba y, para disasociar esa tierra de los judíos, porque desde tiempos bíblicos era su Eretz Yisrael, le cambió el nombre a Filistín, rememorando a los filisteos, una tribu liquidada en el siglo VII a.C.

Esa tierra nada tiene que ver con “el pueblo palestino” que ni siquiera existía como pueblo. Esa zona había sido territorio de distintos imperios: del Romano, del Romano de Oriente, del Bizantino, de los califatos árabes, de los reinos cruzados, otra vez de califatos árabes, del Imperio Otomano…

Según ese mapa falaz, en 1878 “todo era Palestina”, pero la verdad es que esa zona era parte del Imperio Otomano donde árabes y judíos convivieron durante cuatro siglos como familia.

Luego, tras la Primera Guerra Mundial y el declive de los otomanos, ese territorio se dividió entre ingleses y franceses, y la parte que hoy es Israel, Cisjordania y Gaza fue gobernada por el Mandato Británico. De hecho, en 1917 Lord Balfour se comprometió a crear un Estado Judío en ese desierto árido, en tierras con malaria que sólo los judíos reclamaban.

No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, tras los estragos del Holocausto —la vergüenza del mundo de haber permitido el asesinato de seis millones de judíos en campos de concentración—, que Gran Bretaña decidió llevar a cabo un Plan de Partición. Pesaban además políticas migratorias de los ingleses, implementadas en lo que llamaban el Libro Blanco, que impidieron la migración en tiempos de la Segunda Guerra cuando los judíos buscaban escapar del nazismo y no tuvieron a donde ir.

Gran Bretaña propuso ante la ONU en 1947, terminar con el Mandato Británico, una olla en ebullición, y crear dos Estados: uno árabe, otro judío. Las fronteras fueron puestas de manera unilateral por parte de los ingleses a fin de crear dos estados salpicados en ese estrecho territorio, zonas árabes y zonas judías en corcondancia con la población mayoritaria de cada poblado.

Los judíos dijeron sí. Los árabes se opusieron.

El 15 de mayo de 1948, tras la retirada de los británicos, las naciones árabes declararon la guerra a Israel. Tropas de Egipto, Irak, Líbano, Siria y Transjordania, apoyadas por Libia, Arabia Saudita y Yemén invadieron al naciente Estado de Israel que se defendió con armas y dientes, porque al final los judíos tenían una nación después del brutal odio del mundo.

Había en los judíos un profundo deseo de vivir en paz en las tierras de sus antepasados (de hecho nunca dejó de haber presencia judía en esa zona, la Universidad Hebrea de Jerusalem fue fundada en 1918), a esa tierra a la que por siglos le había rezado: el retorno a Eretz Israel, la tierra biblíca.

En ese mismo 1948, y de eso nunca se habla porque los judíos no se victimizan con ello, más de 800 mil judíos fueron expulsados de los países árabes, de la tierra que habían ocupado desde tiempos del rey David. La mayoría encontró refugio en Israel, que con esa migración de judíos provenientes de países árabes duplicó su población en los primeros años de su existencia. Mi propia familia proviene de esas zonas (aunque mis bisabuelos migraron antes), y conozco a muchos libaneses y sirios que salieron huyendo de los hogares familiares de siglos.

Israel, por el contrario, no expulsó a ningún árabe de su territorio, muchos se quedaron y hoy el 20% de los israelíes son árabes–israelíes, ciudadanos con todos los derechos, ciudadanos que pelean por Israel en el ejército y algunos inclusive son miembros del parlamento israelí, de la Knesset. Todos ellos prefieren el horizonte de libertades que les ofrece Israel, a vivir en cualquier país árabe vecino.

Los árabes que sí se fueron se marcharon creyendo en los gobiernos árabes vecinos que les habían prometido liquidar a Israel. De hecho, Transjordania (hoy Jordania) se quedó con las tierras que la ONU dispuso para crear la nación árabe y los refugiados quedaron marginados en Cisjordania, bajo ocupación jordana. Los de Gaza quedaron bajo ocupación egipcia. Ni unos ni otros se integraron a Jordania o a Egipto, más bien vivieron concentrados y aislados en espera de su retorno a Palestina una vez que se destruyera a Israel.

Egipto se deshizo pronto de Gaza, sabía que ese hacinamiento era una bomba de tiempo y no tuvo ninguna intención de convertir a esos ciudadanos en egipcios. Y Jordania, por su parte, en la década de 1960 liquidó a treinta mil guerrilleros palestinos en lo que se llamó Septiembre Negro. El rey Hussein temió que los fedayines, que secuestraban vuelos internacionales y hacían fechoría y media, amenazaran su poder y terminó con ellos.

La identidad palestina y el deseo de tener un país propio surgió hasta 1964 con la creación de la Organización para la Liberación de Palestina y con el respaldo de la Liga Árabe de Nasser. Antes de ese momento ni había palestinos como tal, ni había un deseo de tener un estado independiente. Dicho sea de paso, la OLP nunca tuvo como objetivo la paz, su intención siempre fue la destrucción de Israel (seguramente, querido lector, recuerdas el asesinato de deportistas israelíes en las Olimpiadas de Munich).

Los mapas de 1949 a 1967 que se muestran en el mapa falaz al que hago referencia, obedecen a varias guerras iniciadas por las naciones árabes en las que Israel, buscando defenderse, se hizo de territorios que quiso usar como moneda de cambio para intercambiar por paz. Nunca pretendió ser colonizador. De hecho, a Egipto le entregó todo el Sinaí, rico en petróleo, a cambio de un tratado de paz. Y Golda Meir se murió rogando tener un interlocutor de paz para entregarle Cisjordania; tristemente nunca lo encontró y por eso ella decía que la paz llegaría sólo cuando los árabes amaran más a sus hijos, de lo que odiaban a Israel.

Como muchos israelíes, lamento enormemente que no hubiera habido la voluntad de firmar ese tratado de paz porque, con el tiempo, es cierto que colonizadores extremistas judíos, con la complicidad de los líderes en el poder, han ido fincando asentamientos en Cisjordania ocupando tierras que debieron ser intercambiadas por paz.

El territorio palestino hoy está divido en dos. En la Autoridad Palestina, es decir en Cisjordania que gobierna Mahmud Abbas, quien dice tener intenciones de negociar, de alcanzar la paz, pero no logra la legitimidad necesaria entre los pobladores a los que gobierna (Arafat, quien le legó el poder, nunca quiso negociar, ni siquiera cuando Olmert le ofreció todo; siempre se echó para atrás perseguido por sus propios fantasmas y es un hecho que ocupó el dinero que el mundo le dio para vivir como rey, para cometer actos terroristas y enriquecer sus cuentas personales).

Gaza es otra historia. De ahí llegaban cientos de atacantes suicidas dispuestos a inmolarse en Israel y hacer explotar camiones, restaurantes, pizzerías y calles comerciales. Por eso se construyó un muro divisorio, para evitarlo.

En 2005, Israel se retiró unilateralmente de Gaza, dejó toda la infraestructura para que construyeran su propio país, pero, por desgracia, Hamás, ganó la supuesta elección de 2006 y desde entonces, arguyendo que son un “movimiento de resistencia” —en realidad los precursores de la “guerra santa islámica”—lanzan miles de misiles a las poblaciones israelíes vecinas.

Con el “Domo de hierro”, tecnología sumamente sofisticada, Israel ha logrado interceptar en el aire esos misiles, consiguiendo tener menos daños en vidas humanas, pero Gaza sigue recibiendo miles de millones de dólares de Irán, Qatar y de otras naciones árabes, también de la Unión Europea para crear supuestamente escuelas, una nación y bienestar. El dinero ha servido para comprar armamento, para construir túneles, para introducir armamento o terroristas a Israel, para generar ciclos de violencia y redes de terrorismo.

Hace algunos años, Israel intercambió a un joven soldado por mil presos palestinos bajo la consigna de que siempre protegería a sus soldados. Por ello, ahora secuestraron a cientos de israelíes, incluidos niños que exhiben en jaulas, para buscar presionar a Israel, para usarlos como escudos humanos o creyendo que lograrán sus objetivos con esa amenaza. Los videos del maltrato y las violaciones son atroces, desalmados, y los usan sin el menor escrúpulo para coercionar a Israel y al mundo.

Quien ha ido a Israel sabe que ahí se vive otra historia. Sorprende la diferencia con los vecinos árabes que viven en teocracias y en tierras áridas. Israel es un lunar democrático de libertades en Medio Oriente, un islote de voluntad, desarrollo científico y creatividad humana. El desierto es un vergel, lo que se ha logrado es un milagro de la voluntad humana y del deseo profundo de su gente de vivir en paz, en democracia, en igualdad entre hombres y mujeres, en franca apertura con respecto a la diversidad sexual tan condenada por el mundo árabe que los rodea. Durante años esa fue la consigna: convertir el desierto en un lugar donde crecieran jitomates y donde se desarrollara la mente humana en servicio de los demás.

Es cierto, Netanyahu ha sido un pésimo gobernante, sobre todo en sus últimos tiempos. Con soberbia y ambición por quedarse en el poder ha dividido a Israel, ha polarizado a su gente, ha minado los valores democráticos y ha generado un gobierno vulnerable, fanático y extremista. A muchos nos resulta intolerable; sin embargo, ahí vive una sociedad pujante que sabe el valor de la libertad, que reconoce lo que es justo, que protesta (en los pasados meses cientos de miles se manifestaban públicamente cada lunes y cada jueves para generar consciencia y tirar al gobierno) y apela a los valores democráticos y a la moral occidental.

Jamás verán a un israelí, jamás, haciendo fiesta ante la muerte. Jamás verán a un judío o a un israelí asesinando bebés, degollándolos, como hicieron los fanáticos de Hamás, cuyos cuerpecitos, más de cuarenta infantes inocentes, fueron encontrados ayer en un kibutz.

Por todo esto, no es tiempo de justificaciones, ni de tibieza. Lo sucedido este fin de semana no es un asunto de disputas territoriales ni de incapacidad de alcanzar un plan de paz. Es el rostro más oscuro del odio y la maldad. No hay ninguna excusa posible frente a las torturas, la barbarie y las masacres enmascaradas en una supuesta religiosidad. Lo que ha sucedido es un pogromo, un asesinato indiscriminado de familias, un abuso de niños, violaciones multitudinarias y crímenes contra cientos de jóvenes que bailaban por la paz. Es odio puro maximizado a la centésima potencia. Además, tienen estos criminales el cinismo y la vileza de grabarlo, difundirlo y festejarlo.

Ninguna gente que se precie de ser decente y que tenga valor por la vida, puede defender lo indefendible, las perversas y monstruosas violaciones a los derechos humanos que hemos visto, algunas que jamás podré borrar de mi mente. Lo peor es que las perpetran en el supuesto “nombre de Dios”.

El objetivo, sin cortapisas, debería de ser el respeto a la vida, la paz, la moralidad e integridad, la inteligencia humana, la generosidad y, sobre todo, la bondad que debería de unirnos por sobre de todo. Sobraría decir que estos terroristas, con la misma inspiración de las Cruzadas, aniquilarían a cualquiera que no practicara el Islam fanático que ellos promueven. Si pudieran, si no levantamos la voz, podrían acabar también, con la misma maldad, con católicos o protestantes, como lo hacen hoy con los judíos. Como ha demostrado la historia, los judíos somos el pájaro que se lanza a la mina…

Hay una frase de un pastor luterano alemán antinazi llamado Martin Niemöller que decía que cuando los nazis se llevaron a los comunistas, él guardó silencio porque no era comunista; cuando encarcelaron a social demócratas guardó silencio porque no era socialdemócrata; lo mismo con los sindicalistas, no protestó porque no era sindicalista; cuando llegaron por los judíos no protestó porque no era judío; y cuando fueron por él no había nadie más que pudiera protestar…

Digo esto con enorme indignación por la forma en la que responden AMLO, Noroña y Citlali, sobre todo Claudia Sheinbaum, quien seguramente vive con vergüenza su identidad. En ella parece pesar más la necesidad de arquearse ante la sed del poder, que actuar con decencia, honor y dignidad.

Aunque uno tenga inclinación pro-palestina, que sería válido, hay que decirlo con todas sus letras: Hamás es el equivalente a Isis, y la neutralidad frente a Hamás no significa apoyar al pueblo palestino. El silencio cómplice de nuestros gobernantes mexicanos ante algo tan monstruoso y brutal, actos salvajes inéditos, alienta más el terror y es criminal. Como lo ha dicho Einat Kranz, la propia embajadora de Israel en México, lo que Israel vive es atroz y si el gobierno mexicano no condena a los terroristas, los están apoyando. ¡Qué lamentable!


*Silvia Cherem S.: Escritora, fue presidenta del International Women’s Forum y fue galardonada como La Mujer del Año en 2023. Su libro “Ese Instante” (Aguilar, 2021) fue premiado como “El más inspirador del año” por el International Latino Book Awards.

Fuente: Latinus.us

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Silvia Cherem: Mi alumbramiento en la carrera del periodismo fue repentino y con dolor como, en cierta forma, lo fue en aquellos días para México el despertar zapatista. Los indígenas encapuchados en Chiapas dejaron escuchar su grito desamparado que arrojaba por la borda la creencia de que México ingresaba al primer mundo y, en ese contexto, después de haber trabajado largamente para ello, decidí que mi momento de "ser periodista" había llegado. No conocía a nadie en los medios de comunicación y hubo quien me dijo que "sin padrino" nunca publicaría una sola línea en los periódicos mexicanos. Como colaboradora, los proyectos se han sucedido encadenándose unos a otros, tanto en el entorno cultural, como en el político y el internacional e inclusive investigando temas de interés científico y médico. Confieso que aún hoy, cuando debería "tener más callo", paso noches sin dormir y esta vibrante carrera de emociones fuertes me mantiene viva y creciendo en una vertiginosa montaña rusa, colmada de raudas y emocionantes subidas y bajadas. Quizá esa pasión arropada de arrojo, miedo y gozo sea la esencia de "ser periodista".