Ricardo Silva, mexicano que hizo aliá, vive el horror de la guerra a través de los ojos de su hijo mayor, reservista del ejército que fue llamado al frente durante las primeras horas del sábado 7 de octubre, el día en que Hamás cruzó límites inimaginables. Nos cuenta lo que sabe y lo que siente, en exclusiva.
Hace unos días, Ricardo Silva, gran comunicador quien fuera productor del programa “El Aleph” de Radio Red, publicó este mensaje en su cuenta de Facebook:
“Para quienes me han hecho el favor de estar pendientes, quiero decirles que hoy tuvimos video llamada. B”H está bien, está a salvo, está lejos. Pero me lo arrancaron, le extirparon sus ojos inocentes, soñadores, infantiles”.
“Su mirada me es ajena. No sé lo que vio, pero veo en sus ojos el horror, la náusea, el infierno. Bajó al pozo de la podredumbre humana y volvió distinto”.
El soldado es su hijo mayor. Como el resto de los reservistas de las FDI, fue movilizado para hacer frente a la amenaza que representa Hamás.
“Fue llamado al frente el sábado, que tuvimos el primer ataque de misiles desde Gaza”, nos cuenta Silva en entrevista remota desde la ciudad de Modi’in, en el centro de Israel.
Silva habla con elocuencia y tranquilidad, aunque en su voz se percibe la comprensible preocupación de quien ha visto su mundo amenazado súbitamente. Se encuentra en el cuarto seguro de la casa en la que vive, un cuarto con paredes de hormigón y puertas reforzadas, como los que tienen por obligación todos los ciudadanos en un país acostumbrado a recibir ataques desde el cielo.
El sábado terrible
“El sábado, 7:30 de la mañana, a mí me despertaron las explosiones que se oían desde Tel Aviv. Es muy seguido que, desde Gaza, lancen misiles. Una vez al mes, una vez cada dos meses lanzan algo. Es como una especie de entrenamiento que ellos tienen, o para probar equipo… no lo sé, pero lo hacen, casi, casi como de manera lúdica“.
Pero las detonaciones que escuchó el sábado eran diferentes. Más fuertes y más próximas. “Entonces, desperté a la familia y mi hijo mayor, que había llegado muy tarde, lo tuve que despertar”.
Aunque normalmente su hijo no encendería el celular en shabat, él también supo, en cuanto escuchó la intensidad de las explosiones, que esta situación era distinta, así que lo revisó y leyó los mensajes que lo convocaban al frente.
El mismo Silva lo acompañó hasta donde un transporte lo recogió para llevarlo hacia el sur, esa “zona cero” cuyos recovecos más macabros comienzan a salir a la luz conforme las historias de los sobrevivientes y de los rescatistas que encontraron las huellas de la masacre van saliendo al mundo para contar sus historias.
Desde entonces, padre e hijo se comunican tanto como pueden. Cada que el joven reservista puede. Hasta dos veces al día entran en contacto para saber que el chico está bien. En casa, Silva no puede sino esperar lo mejor. Trata de vivir con normalidad en una ciudad que, como muchas otras en Israel, ha perdido el sabor de la normalidad.
Calles vacías de hombres, parques poblados por gente mayor que se ejercita, supermercados con estanterías medio vacías. “Los servicios públicos han disminuido muchísimo, un 80, 90%, no lo sé. No hay choferes, los productos en el supermercado han comenzado a escasear”.
“Los negocios están cerrados, en las tiendas departamentales solo están abiertas las farmacias, los restaurantes, los supermercados. Todo lo demás está cerrado en todo el país”.
Con las noticias que llegaron desde el sur vino un viento que se llevó a los hombres en edad de servicio. El llamado del deber. La misión de enfrentar una guerra como no conocían los israelíes de esta generación.
“Los hombres entre los 25 y 45 años, en edad de servir al Ejército, en su gran mayoría están allá, en el frente. Entonces, todas las calles las ves prácticamente vacías. Ves a viejitos como yo, ves a señoras, ves a niños y ves gente grande, gente de más de 50, haciendo ejercicio, corriendo, conservándose físicamente por lo que pudiera ocurrir”.
Los horrores del sur
“Le extirparon los ojos inocentes”, dijo Silva sobre su hijo mayor. Puede verlo cuando se comunican pero no hablan al respecto. Dice que BH está mudo, incapacitado para expresar lo que ha tenido que ver desde el día en que fue llamado a servir.
“Desafortunadamente, dentro de las cosas inimaginables que ocurrieron en el sur, fue el quebrar a personas”, explica Silva. Le cuesta encontrar el término adecuado para describir lo que su hijo vio. Cuerpos literalmente quebrados,“como si los hubieran golpeado con un mazo o algo que hizo que las articulaciones se salieran de su lugar y los huesos se rompieran, dejando la piel prácticamente como única parte del miembro”.
Por otros soldados y sus familias, Silva ha ido conociendo algunos detalles horrendos. En su mente se han implantado escenas que seguramente preferiría no tener ahí.
“La cosa, yo creo, aún más fuerte a la que se enfrentaron, fue un área, en una de las casas donde llevaron, reunieron a los chiquitos, a los bebés, a los niños pequeños y ahí fueron decapitados. Casi 40 pequeños.”
Ahora sabemos que 40 niños muy pequeños fueron asesinados en el kibutz Beeri, y que un número impreciso de ellos fue decapitado, mientras que a muchos les prendieron fuego.
Había que ser crueles
Algunas de las imágenes de la barbarie fueron recolectadas por los rescatistas, por los militares que liberaron las zonas asediadas por Hamás, pero otras, por los mismos terroristas y sus aliados de la prensa palestina.
“No eran periodistas, eran gente que venía a documentar la masacre, a grabarla, a filmarla, a transmitirla, a crear testimonios del nivel de salvajismo que puede tener el ser humano”, asegura, y justo por eso hace la diferencia entre un acto de guerra y un acto terrorista. Así como hubo gente que entró a documentar lo que ocurría para transmitirlo y crear terror, los milicianos entraron a Israel con el objetivo de matar a tanta gente como fuera posible… pero sin prisa. Había que ser crueles. Había que causar pánico en la población.
Sobre su hijo dice que no habla, que a la prisa por reportarse en el frente, y tras haber sido testigo del horror, ahora siente asco. No ha comido. No tiene hambre. Silva sigue las noticias, conversa con otros familiares de soldados, intenta reconstruir la historia uniendo los fragmentos. Da su testimonio desde esa posición y opina sobre aquellos que va llegando a sus oídos.
Un rescate complicado
Silva comenta sobre la evacuación de civiles gazatíes hacia Egipto. Dice que el gobierno de Estados Unidos está sirviendo como intermediario y que esa podría ser una forma de asegurar la seguridad de las personas que no pertenecen a Hamás, porque “hay que rescatar a los más de 100 secuestrados que están dentro de Gaza, que se llevaron de la fiesta y de los kibutzim alrededor de Israel”.
Pero si Israel invade por tierra la franja de Gaza, se va a enfrentar con un escenario que ya conoce y que suele salir mal. “El ejército, cuando entre, va a usar la máxima fuerza, y lo que se quiere evitar es que caigan civiles que son víctimas de Hamás, que son secuestrados de Hamás. Ellos, así como secuestraron aquí israelíes, ellos ejercen ese tipo de presión, de poder, de represión contra su propia gente.”
Aunque Silva lleva apenas unos años viviendo en Israel, conoce la historia. “Nos ha pasado esto, que entra el ejército a Gaza o al Líbano, (y) sabemos cuántos entran pero no sabemos cuántos salen. Las bajas son muchas porque cuidan al ciudadano. Entonces, apuntas y ves que viene alguien y no sabes si es una viejecita, no sabes si es un niño o no sabes si es un niño que viene armado. Entonces, hay un plan de evacuar a quien no tenga nada que ver con el terrorismo, que entre el ejército y entonces sí, arrasar con cuanto terrorista se encuentre y rescatar a las personas que están ahí detenidas.”
Pero aclara: “Esto es algo que se comenta pero no sabemos qué es lo que vaya a pasar. Tal vez es una opción dentro de otras que debe estar planteando el ejército y eso es lo que nos da cierta confianza, que el ejército tiene a gente como ajedrecistas, gente muy capaz y que sabe llevar cosas adelante“.
El enemigo que enfrenta Israel está lejos de ser una turba con resorteras. “Ellos tienen una infraestructura multimillonaria”, dice Silva, y ejemplifica con los túneles que construye Hamás para introducir miles de cohetes a la Franja y, desde ahí, bombardear Israel. Son túneles “con aire acondicionado, con iluminación y con el suficiente espacio para meter armamento”.
Mientras mucha gente en Gaza vive precariamente, Hamás hace “gastos multimillonarios para la destrucción” de Israel. En su opinión, el enemigo no es uno con el que se pueda negociar. No tiene un pliego petitorio porque su única misión es erradicar al Estado de Israel.
No tenemos miedo
“Cuando te das cuenta que no les importa la vida, porque los miles de terroristas que entraron a territorio israelí ya sabían que no iban a regresar vivos (…)”, debes entender que te enfrentas a una sociedad que ha perdido “el sentido del valor de la vida (…). “Contra eso no hay nada que negociar”.
Conforme la situación comienza a normalizarse dentro de Israel, con el ejército movilizado y las fronteras aseguradas en el sur, la gente como Ricardo Silva retoma poco a poco la sensación de seguridad que le fue arrebatada de súbito el 7 de octubre. “No tenemos miedo. Tenemos seguridad, tenemos confianza en nuestras autoridades, pero sí tenemos incertidumbre”, lamenta.
Las noticias de intentos de infiltraciones y lanzamiento de cohetes desde el Líbano irrumpen de pronto para renovar esa incertidumbre. Y lo que le queda a él, un practicante ortodoxo, es ceñirse a la tradición cultural de una civilización milenaria para la que el sentido de amenaza existencial ha sido continuo.
“Yo estaba viendo la plática de un rabino y él, lo que decía (era): nosotros tenemos control sobre nuestra vida, sobre nuestras decisiones y sobre las mitzvot y lo que forma parte de nuestra vida religiosa, pero no tenemos control sobre lo que puede venir de afuera.
Entonces ahora, en este momento, es cuando uno debe de aplicar lo que sabe; uno debe de aplicar más lo que es la lógica, la psicología, la filosofía judía, y entender que esto que está pasando tiene algún motivo. ¿Cuál? No lo sabemos en este momento.
¿Por qué teníamos que vivir esta experiencia? Es discutible. Sin embargo, por cualquier razón que sea, por cualquiera que sea la circunstancia, el motivo, debemos de tener confianza en nosotros, debemos de mantenernos firmes y, sobre todo, no desbordarnos.
“Lo que nos da ser una persona religiosa es que tus emociones las puedes controlar, las tienes que manejar de tal manera que no caigas en la desesperación, que no caigas en la depresión, que no te derrumbes. Que tengas esta capacidad de resistir, de tener resiliencia y, pase lo que pase, hay algo que te debe de impulsar a seguir adelante en esta tradición milenaria que tenemos como judíos”.
Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío
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