En estas difíciles horas que conozco en mi país y cuando la inesperada agresión desde Gaza se multiplica y abruma, múltiples hechos e imágenes invaden mi memoria.
Y entre ellos las experiencias y los trajines que conocí cuando en México enhebré apretados vínculos con un fecundo personaje polaco-mexicano.
Aludo a Miguel S. Wionczek (para abreviar:MSW), quien fue y aún es una enigmática criatura para no pocos que ensayaron conocerle. En contraste, sus escritos sobre múltiples temas constituyen hasta aquí fuentes ineludibles.
Tal vez son juegos de mi flaca memoria alentados por el curso zigzagueante de las inquietas jornadas que hoy conozco en mi país en guerra.
En este escenario y sin aviso alguno mi imaginación hoy me conduce a recordar una íntima plática con don Miguel en la que desplegó, con mesuradas palabras, las circunstancias que le condujeron, en su agitada juventud, a contraer
matrimonio con una muchacha judía y por fin llegar a México después de múltiples experiencias en Polonia su país y amplias labores en marcos internacionales ubicados en Nueva York.
Nuestro diálogo tuvo lugar en los años sesenta del pasado siglo en un modesto cuarto de trabajo localizado en El Colegio de México.
Fumando un cigarrillo tras otro, don Miguel hilvanó entonces recuerdos de sus años en la Varsovia entonces abrumada por la presencia nazi. Tal vez por mi origen judío-israelí, o quizás para reclamar alguna tregua a sus constantes reflexiones y escritos en torno a la condición mexicana, don Miguel extrajo de su memoria episodios personales que muy pocos entonces conocían y aún hoy esperan algún bien articulado texto.
En su relato me condujo a mediados de los años treinta del pasado siglo. MSW cursaba entonces estudios universitarios en Paris, un hacer que fue brutalmente deshecho por la invasión nazi a Varsovia.
Sin esperar un desesperado llamado de sus padres, Miguel entonces abandonó sin vacilar la capital francesa y los estudios a fin de retornar a la sitiada Varsovia. Conquistada la ciudad por los nazis se refugió en un apretado departamento sin desatender las necesidades elementales de su familia.
En este inquieto y apretado escenario don Miguel encontró refugio en páginas y autores que desde entonces nunca abandonará. Así pudo superar días y noches bajo la estricta vigilancia nazi.
En estas tensas circunstancias un hecho cambiará su vida. Al trepar en Varsovia a un tranvía se topó con una mujer judía que había cambiado su nombre, esto lo supo más tarde, de Idsykowsky a Czarkowska y adoptado formalmente la fe católica con el objeto de evitar la muerte en manos de los nazis.
Desde aquí se inició un vínculo que en el andar de pocas semanas se tradujo en su formal matrimonio en la Catedral de San Juan, Varsovia.
Era una joven judía que había logrado fugarse del gueto para unirse a células armadas que intentaban resistir la presencia nazi. Cambiar el nombre y aceptar la conversión católica eran entonces pasos absolutamente necesarios para sobrevivir.
En marzo 1943, Teresa y Miguel contrajeron formal matrimonio con la discreta asistencia de sus padres. Unión que se mantendrá en el devenir cuando Polonia, por fin liberada de las fuerzas rusas, le abrió camino a MSW como ágil periodista.
Concluida la guerra y después de asistir como periodista a los juicios a los nazis que tuvo lugar en Nuremberg, MSW con su esposa e hija Kasia (Catalina será su nombre en México), los Wionczek se trasladaron a Nueva York a fin de insertarse en la Oficina de Prensa de la delegación polaca en las Naciones Unidas.
Durante seis años ejerció funciones y cumplió tareas en este marco. Cuando la opresiva presencia soviética se amplió en su país, MSW resolvió buscar hogar en otras tierras. En estas circunstancias, sin pasaporte y con elemental bagaje, llegó a México en 1953 con su esposa e hija.
Después de enhebrar estos episodios en el curso de nuestro personal encuentro, don Miguel silenció la voz. Y desde entonces el tema apenas resurgirá en los futuros y múltiples encuentros personales y académicos que tuvimos hasta su fallecimiento en el año 1988.
Cabe agregar que el singular trayecto de su vida, y en particular su postura en contra de los nazis y la protección que ofreció a no pocos perseguidos, fue reconocida por la organización jerosolimitana Yad Vashem.
Con base en testimonios confiables esta institución israelí le concedió el título de Justo entre las Naciones quince años después de su fallecimiento en 1988. Un hecho que apenas se conoce.
En contraste con un itinerario, que incluyó a su esposa e hija, que lo condujo por fin de Polonia a México, sus libros, ensayos e intervenciones en numerosos marcos académicos y políticos, mexicanos e internacionales, son a mi ver obligadas referencias sobre múltiples temas.
Y cabe agregar que su amplia biblioteca hoy forma parte del Colegio de México.
Desde lejos y desde mi inquieto espacio reitero gratitud a don Miguel. Recordarlo me sostiene en estos días difíciles para mí y para mi país.
Mi gratitud a don Miguel desde algún meta-espacio.
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