¿Es posible alcanzar la paz entre Israel y Palestina? Diego Sciretta, un activista por la conciliación entre ambos pueblos, comienza a cuestionárselo después de ver con sus propios ojos lo que hizo Hamás en Sderot, la ciudad de la que tuvo que huir con su madre de casi 90 años. Conversamos con él, en exclusiva.
La madre de Diego Sciretta esperaba celebrar sus 90 años de vida en compañía de familiares y amigos que viajarían desde Argentina para visitarla en su casa de la ciudad israelí de Sderot. En vez de eso, la fiesta tuvo que trasladarse al hotel en el que ambos se encuentran desde que un comando de Hamás atacó su ciudad. “Como refugiada va a cumplir sus 90 años”, nos dice Sciretta, en entrevista.
El 7 de octubre, “a las 6:30 de la mañana, suenan las alarmas con un ataque masivo de misiles contra Israel”, narra el argentino. “Al escuchar la cantidad de misiles yo dije ‘esto va en serio’”. No se equivocaba.
Tampoco él esperaba que algo así pudiera ocurrir en Israel, en pleno siglo XXI. Menos cuando, en días recientes, Israel y Hamás habían alcanzado una cierta paz, cuando este último país concedió la entrada de más trabajadores palestinos y el ingreso de recursos económicos hacia Gaza.
En ese contexto, dice, nadie esperaba el ataque. La situación parecía favorecedora. “No había ningún motivo para la guerra”. Pero el sonido de los cohetes no daba mucho margen de duda. Incluso para los habitantes de esa ciudad cercana a la frontera sur, el alboroto era demasiado grande.
Cuando dejaron de caer los proyectiles inició otra forma del infierno.
“Al mismo tiempo sentí ruido de metralla, de armas largas, de antitanques. Inmediatamente yo me di cuenta de que la ciudad había sido invadida”
Antes que los noticieros pudieran mostrar cualquier escena, Sciretta vio, a través de las redes sociales, lo que ya estaba viendo “todo el mundo”.
Siete camionetas llenas de combatientes entraban a Sderot “al estilo Estado Islámico, con su arma larga arriba, es decir, desfilando, prácticamente, y matando todo lo que se movía delante”.
Incluso la policía vio aquel desfile sin saber qué pensar. Nadie daba crédito a lo que estaba pasando. Ese shock le costó la vida a muchos, según Sciretta, quien se dice tristemente acostumbrado a saber cómo responder ante los ataques terroristas habituales, como los tiroteos aleatorios en bares.
“Entonces me di cuenta de que era una toma de la ciudad, porque entraron 350 efectivos, comandos de Hamás. Todos muy bien uniformados, todos muy bien comunicados, y se dispersaron por la ciudad”.
La toma de la comisaría
Sciretta y su madre viven a 70 metros de la comisaría de policía que fue asaltada por los terroristas. A ese hecho fortuito le atribuye que los atacantes, empecinados en tomar la estación, se concentraran ahí en vez de entrar en las casas y asesinar a sus ocupantes, como hicieron en otras zonas de la ciudad.
Asaltar la estación de policía fue sencillo, hasta cierto punto, porque el acceso era de vidrio. Sciretta llama a eso una falta de preparación arquitectónica. Nadie esperaba vivir un ataque como ese dentro de territorio israelí.
Desde su casa, Sciretta siguió el curso de los acontecimientos. Escuchó cómo los combates por el control de la comisaría se prolongaban durante muchas horas, y escuchó las explosiones causadas por los misiles que un helicóptero artillado de las FDI lanzó para terminar con la resistencia.
Dentro quedaban algunos policías refugiados en una terraza. Seguían los movimientos de los terroristas gracias a que uno de ellos había robado un radio olvidado en uno de los vehículos que habían utilizado los yihaidistas para entrar en Sderot.
Al segundo día de combates, Sciretta descubrió a un terrorista agazapado en su jardín. Estaba descansando luego de largas horas de lucha, como hicieron muchos de los hombres que, uno a uno, fueron cazados por el ejército en su intento de retomar las ciudades asaltadas.
“Estamos combatiendo en toda la ciudad, no podemos ir”, le respondió la operadora de los servicios de emergencia cuando Sciretta llamó para avisar sobre la presencia del terrorista. Él tuvo que conformarse con la seguridad que le ofrecía su casa, mejor fortificada que otras, y aguardar a que la calma aterrizara en su patio trasero.
Las de Sderot “son casas muy grandes, con terrenos muy grandes, entonces es fácil ir pasando por los patios de las casas sin cruzar la calle, por el interior de la manzana”, explica. Así lograron escapar muchos de los terroristas durante los casi tres días que duraron los combates.
Quizá haya sido ese el destino del que, por algunas horas, buscó refugio en la casa de nuestro entrevistado.
Refugiados
“Al tercer día yo decidí que ya no podía estar más allí, por la situación de salud mental de mi madre.
El primer día ella durmió en medio de la balacera (…), el segundo día ella estaba en el búnker, tranquila, pero el tercer día ya empezó a pedir por su mamá…” Así fue como decidieron dejar su casa y buscar asilo en un hotel, lejos de la Franja.
Otras mil 200 personas hicieron lo propio, tan solo en ese hotel, cuyo dueño decidió albergarlas sin costo cuando vio la dimensión de lo ocurrido. Para empresarios que tienen negocios más pequeños, como el propio Sciretta, la situación es mucho más precaria.
“El país está paralizado”, dice, y se refiere a los 350 mil reservistas que, en vez de trabajar y consumir, ahora aguardan en la frontera sur, o en otros frentes, las instrucciones que los conviertan en soldados, en una guerra que podría prolongarse más allá de la resistencia de una economía que, si bien es fuerte, puede muy bien no estar preparada para afrontar los costos de un conflicto como este.
Los trabajadores, ¿espías?
Más de 20 mil trabajadores palestinos cruzaban la frontera de Gaza diariamente para buscar en Israel un salario decente. Para Sciretta, el país corrió un riesgo muy grande al permitirles el acceso, pues calcula que muchos de ellos habrán sido militantes de Hamás, o bien, rehenes de la organización terrorista.
Ofrece el ejemplo de un trabajador palestino de uno de los Kibutzim atacados, que al parecer ofreció cuantiosos detalles a Hamás sobre todo lo que ocurría dentro de las bardas del recinto y en cada una de las casas. Había trabajado ahí por más de 20 años.
Esos trabajadores son privilegiados: 70% de los jóvenes de la Franja están desempleados, asegura Sciretta. Pero, al mismo tiempo, están atrapados entre dos frentes. No pueden participar en las manifestaciones contra Israel porque este los ficha y les impide el paso; y si no vuelven de Israel cargados de información, Hamás no los deja cruzar la frontera en busca de trabajo.
Sciretta preside Enemies for Peace, una organización que busca crear lazos entre palestinos e israelíes. Su contraparte es el doctor Mohammed Odeh, con quien comparte, además del deseo de vivir en paz, la lengua. Él, argentino, Odeh, nicaragüense, prefieren comunicarse en español para usar una lengua neutral en un conflicto en el que pocos pueden serlo.
Dice que recibió una llamada de Odeh el día de los ataques. Aquel le ofreció su casa y le dijo que debía cuidarse. Le advirtió sobre la escalada que venía. No sabe mucho más de él desde entonces. Odeh, a diferencia de Sciretta, es funcionario. Trabaja para el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, y no puede pronunciarse en un tono distinto que aquella.
¿Qué hacer con “millones de seres humanos que nos ven como el demonio”?
Ahora, después de lo vivido, el propio Sciretta se cuestiona si acaso es posible hacer la paz “con gente que odia tanto”, y le cuesta encontrar las palabras para explicar cómo ese odio se materializó en forma de una masacre indiscriminada de civiles de diversas las edades, sexos y hasta nacionalidades.
Porque aquel fatídico 7 de octubre murieron en el sur de Israel ancianos y niños, policías y rescatistas, trabajadores extranjeros y muchos pacifistas que, como Sciretta, creían posible que Israel y Palestina alcanzaran la paz algún día.
Aunque advierte el riesgo de “hablar con el estómago caliente”, Sciretta teme que sea imposible conciliar, no solo con los terroristas que entraron a suelo israelí, sino “con los millones que viven allá” y que, una vez que el actual conflicto se tranquilice, “van a salir de vuelta”.
“Hoy hay mucha bronca y mucha gente pide incluso que se castigue a la población civil”, asegura. “Yo no estoy en ese nivel. A mí me preocupa, como ser humano, qué vamos a hacer con millones de seres humanos que nos ven como el demonio y que su capacidad analítica está totalmente fuera de esta época”.
Incluso los pobladores de los kibutzim, que tradicionalmente son de ideología de izquierda, dice Sciretta, opinan que a los palestinos no hay que darles “ni agua, hasta que devuelvan a los secuestrados”, y Sciretta se pregunta cómo puede lidiar el mundo con las personas del otro lado de la frontera, muchas de ellas, formadas ideológicamente por Hamás.
Lejos de casa, desde su actual refugio, Sciretta narra a Enlace Judío que “hoy, hay tres frentes abiertos”. En el norte, Israel responde los bombardeos procedentes del Líbano, donde la milicia islamista de Hezbolá ha aprovechado la ocasión para medir fuerzas con las FDI, lo que ha causado la evacuación de civiles a ambos lados de la frontera.
Pero también en Cisjordania, afirma, se llevan a cabo combates todo el tiempo. La inteligencia de Abu Mazen, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, y los propios servicios de espionaje israelíes comparten información sobre potenciales terroristas. Decenas han muerto como consecuencia.
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